jueves, agosto 16, 2012

"Piratas!" (2012) - Peter Lord & Jeff Newitt

¡Piratas! 2012 Peter Lord & Jeff Newitt
Pese a sus irregulares coqueteos con la animación digital, primero con “Ratonpolis” (bajo el amparo de Dreamworks) y luego con la maravillosa “Arthur Christmas”(bajo el amparo de Sony), en los estudios Aardman se han caracterizado siempre por el stop-motion (o mejor dicho, clay-motion), técnica que dominan a la perfección y con la que nos han regalado genialidades como “Chicken Run: Evasión en la granja” o “Wallace & Gromit - La maldición de las verduras” (amén de sus muchos cortometrajes y proyectos televisivos).

Ahora vuelven de nuevo manos a la obra con la plastilina para ofrecernos una aventura piratesca de lo más delirante.

De espesa y exuberante barba, el Capitán Pirata es un entusiasta corsario ansioso por conseguir ser nombrado Pirata del Año, galardón por el que se le reconocería como uno de los grandes piratas de su época.  Al mando de una desaliñada y variopinta tripulación y aparentemente sin percatarse de los insalvables obstáculos a los que se enfrenta, el Capitán persiste en perseguir su sueño y vencer de una vez por todas a sus eternos rivales, Pata de Palo Hastings, Black Bellamy y Sablazo Liz. Pero conseguir el ansiado premio de Pirata del Año no será tarea fácil, y nuestros protagonistas terminarán embarcándose  en una odisea que les conducirá desde las orillas de la exótica Blood Island hasta las brumosas calles del Londres victoriano.

“The Pirates! Band of Misfits” es otra clara muestra del asombroso y meticuloso dominio que posee Aardman en el campo de la animación en stop-motion. El gusto por los detalles, la creatividad en el diseño conceptual… Apenas nos hacemos una idea de la titánica labor que hay detrás de la filmación fotograma por fotograma. 

Técnicamente, puede que éste sea su obra más ambiciosa dada la cantidad de personajes  y la diversidad y magnitud de escenarios que maneja. Incluso se han atrevido a combinar el claymotion con el CGI, generando por ordenador el mar por el cual navega nuestra aguerrida tripulación. Y es que si hay algo difícil de representar con esta técnica son los elementos en estado líquido y gaseoso (así como el fuego), por lo que esta vez unos pocos píxel han facilitado el trabajo sin por ello traicionar el proceso artesanal de siempre. Y es que en lo visual, una de las ventajas que ofrece esta técnica es lo (obviamente) tangible que resulta todo, algo imposible de lograr con cualquier otro tipo de animación. Los objetos, los escenarios, los personajes… prácticamente todo es real. El movimiento y el elaborado trabajo expresivo que hay detrás es lo que dota de vida a los muñecos, mientras que desde el guión se trabaja por lograr que las horas y horas de trabajo no caigan en saco roto. Y es que otro aspecto que ha caracterizado a Aardman es la calidad de sus historias.

El Premio al Pirata del Año (una especie de Oscars de los piratas) no deja de ser un mero macguffin que sirve a Gideon Defoe, guionista y autor del libro en el que se basa la película (The Pirates! In an Adventure with Scientists), para embarcarnos en un disparatado viaje a bordo de un barco pirata cuya tripulación no puede sufrir peor suerte. 


El Capitán tiene el apoyo incondicional de sus hombres, pero busca también la admiración de sus semejantes, algo que desgraciadamente no ocurre, ya que sus escasas dotes como corsario le han convertido en el hazmerreir del gremio.

Esto le lleva a cruzar los mares con la intención de hacerse con un buen botín, algo que el destino parece querer negarles. Pero un buen día el viento empieza a soplar a su favor, y la gran oportunidad le llega cuando se topa con un joven naturalista que responde al nombre de Charles Darwin (sí, ese Charles Darwin). A partir de ahí, los desventuras están servidas.

Nos encontramos ante producción inglesa y, por ende, con un humor puramente british, repleto de sorna e ironía, con gags hilarantes y algunas sutilezas que pueden pasar desapercibidas si no se presta la debida atención (los fantásticos créditos finales, plagados de coñas, necesitan de un segundo visionado). Mención especial a la original vuelta de tuerca a la hora de representar en un mapa (animado en 2D) los distintos viajecitos por mar y aire de los protagonistas. 

Es probable que el espectador más afín al humor yanqui (el cuál, dicha sea de paso, ha adoctrinado  en demasía al público español) no reviente a carcajadas, pero de lo que no hay duda es que “Piratas” rezuma ingenio y diversión por todas partes.

El Capitán Pirata, con la voz de Hugh Grant -debutante en estas lides- en la versión original, resulta entrañable por su optimismo, su amor por su tripulación e incluso por su torpe inocencia. Pero el resto de personajes también se ganan inmediatamente nuestra simpatía. Número Dos es el fiel ayudante del Capitán, su mano derecha, y también la voz de la razón y de la sensatez; el único capaz de poner algo de sentido común a los descabellados e insensatos planes de su capitán. El Pirata Albino es inocente y crédulo, pero pone todo su empeño y buena fe en lo que hace. El Pirata con Gota podría pasar por un viejo lobo mar, pero es tan bobo como el resto de sus compañeros. 


Luego tenemos a la Pirata con Curvas Sorprendentes, la prueba más fehaciente de lo borregos que son esta pandilla de despistados piratas. Dado que por aquellos tiempos se consideraba que las mujeres traían mala suerte a bordo de un barco, ésta fémina corsaria pasa desapercibida bajo una barba postiza procurando no levantar sospechas entre sus compañeros, algo que no siempre le resulta fácil. Siente una gran admiración (¿o es devoción?) por el Capitán, y es probablemente la que vive con mayor intensidad su vida al margen de la ley.

Por supuesto, no hay que olvidarse de Polly, la tierna mascota del Capitán y muy querida por todos, que tendrá, sin comerlo ni beberlo, un papel significativo en la trama.

A ellos hay que sumarle el joven Darwin, un empollón más interesado en el amor que en la ciencia, y su peludo sirviente, un jocoso chimpancé mucho más listo de lo que en principio aparenta.

Y como no hay héroes sin villanos (aunque en este caso los “malos” sean los “buenos”), tenemos a la malvada Reina Victoria, una pequeña, regordeta y todopoderosa gobernante que odia a los piratas con toda su alma.

Todos aportan su granito en esta divertida y descabellada aventura piratesca con el sello Aardman por bandera. Puede que no todos comulguen con su humor, pero para un servidor es, sin lugar a dudas, la película de animación del verano.


Lo mejor: su humor british; su fantástico trabajo de animación y la ambientación.

Lo peor:  que su humor british no sea del gusto de todos los paladares.


Valoración personal: Buena


viernes, agosto 10, 2012

“Rock of Ages (La era del rock)” (2012) - Adam Shankman

Crítica Rock of Ages (La era del rock) 2012 Adam Shankman
Después de “Bedtime Stories”, su último trabajo al servicio de Adam Sandler, el director Adam Shankman regresa al género musical tras el –incomprensible- éxito de crítica (y en menor medida, de taquilla) de “Hairspray”, remake del filme homónimo del inclasificable John Waters.

Esta vez el punto de partida es un exitoso musical de Broadway, lo que a menudo suele ser sinónimo de calidad y un buen punto de partida cara al celuloide. Pero si por algo ha llamado la atención este musical es por la participación en él de un Tom Cruise greñudo y heaviata a más no poder. De hecho, él fue el protagonista de la primera imagen oficial del proyecto, en la que aparecía sin camiseta y agarrando un micro como si le fuera la vida en ello.

Sin embargo, con el primer tráiler se desveló el pastel: Cruise no era el protagonista sino uno de los secundarios. Su misión: lucirse lo suficiente sin eclipsar a los verdaderos protagonistas de la película, una joven parejita de enamorados.

Sherrie (Julianne Hough) es una chica de pueblo que viaja hasta la gran ciudad para ser cantante. A su llegada conoce a Drew (Diego Boneta), un amable chico que le consigue un trabajo en The Bourbon Room, uno de los legendarios locales del Sunset Strip, la zona rockera por excelencia de California. Ambos persiguen un mismo sueño: triunfar en la música. 

Lo que tenemos aquí es la historia de siempre: chica conoce a chico, chica y chico se gustan, se besan y se enamoran. En el transcurso de su romance acaban discutiendo por alguna tontería (en este caso en particular, un desafortunado malentendido) pero finalmente se reconcilian, comen perdices y el amor triunfa por encima de todas las cosas.

No es que uno exija algo novedoso al respecto (que no estaría de más y se agradecería mucho-----> “(500) Days of Summer”), pero ya que se cae en el romance típico tópico de toda la vida, lo menos que se puede pedir es que éste no indigeste al espectador. Y en “Rock of Ages” eso es pedir un imposible.

Sherrie y Drew son un par de tortolitos insufribles. Su pasteloso y cursi romance empalaga, y las canciones no hacen más que aumentar esa sensación.  

Esto podría no ser un problema si el resto de la película ofreciera algo en compensación. Lamentablemente, no es así.

Dejando de lado que los personajes son tópicos con patas, la película parece deambular en una fina línea entre el homenaje y la parodia más estúpida. Más lo segundo que lo primero, pues no parece quedar muy claro si lo que quieran es ensalzar al rock y sus estrellas o bien ridiculizarlos hasta al más profundo patetismo. Los protagonistas no se cansan de proferir una y otra vez “viva el rock and roll”, pero la imagen que en ocasiones transmite suena más a burla que a otra cosa.

Los momentos musicales entran ágilmente por el oído gracias al repertorio ochentero elegido para la ocasión.  Temas, eso sí, sacados de la vertiente más glam y también más comercial del hard rock (con algo de AOR, esto es, ni demasiado heavy ni demasiado pop) para no espantar al público potencial de la película: los adolescentes.


Así pues, escuchamos a Foreigner, Whitesnake, Journey, Guns ‘n Roses, Twisted Sister, Poison…  Bandas estupendas cuyos famosos y emblemáticos temas nos traen un montón de recuerdos a los más nostálgicos (por no faltar, no falta ni el “More Than Words” de Extreme). ¿Pero dónde quedaron Motorhead, Black Sabbath o UFO? ¿Demasiado duros para la historia que nos ocupa? Puede que sí.

Pero no me quejaré. La música es lo más atractivo de esta producción. El resto no acompaña, y eso hace que las dos horas de metraje se hagan largas y pesadas, con números musicales poco inspirados y demasiado seguidos que van de un extremo (lo ñoño) al otro (lo vulgar).

¿Lo mejor? Ya los lo digo ahora: Tom Cruise. El actor se sale, y eso que el guión le obliga en ocasiones a hacer el mayor de los ridículos (no veía desde hacía tiempo una tensión sexual desatada tan lamentable como la que aquí escenifican los personajes de Cruise y Malin Ackerman). Y ya va siendo hora que los guionistas de Hollywood se enteren de que incluir un mono como acompañante es un recurso facilón, gastado y carente de gracia. 

Dicho esto, Cruise se pasa la mayor parte del tiempo sin nada que le cubra el torso (lo que podríamos llamar “marcarse un Mario Casas”), y pese a que la edad del pavo le queda lejos, ya le gustaría  a un servidor lucir ese tipito con 50 tacos (¡Qué puñetas! Incluso ahora pactaría con el Diablo por tener esos pectorales). 

Cruise encarna a Stacee Jaxx, una leyenda del rock quemada por la fama, que ha perdido la pasión por la música y que busca la salvación en una futura carrera en solitario. Mientras tanto, trata de llenar su vacío a base de sexo y alcohol, lo que saca de quicio a su representante, un Paul Giamatti en modo “vendería a mi madre por un buen fajo de billetes”.

En la otra cara de la moneda tenemos a un Alec Baldwin más perdido que un gusano en una manzana de plástico. Lo suyo no son los musicales (o al menos aquí no lo demuestra), y en sus momentos de canto da un poco de lástima. Tampoco ayuda mucho ponerle al lado de Russel Brand, un tipo que haga lo que haga, siempre da repelús.

Catherine Zeta-Jones, que ya tiene experiencia en esto de los musicales (véase “Chicago”, con el que se llevó el Oscar a mejor actriz secundaria), ofrece la versión más histriónica de sí misma. Pero eso no es del todo culpa suya sino de los guionistas, que reducen su personaje a “groupie despechada con ganas de venganza”. Zeta-Jones interpreta a la mujer del alcalde (un Bryan Cranston sometido también a algún que otro momento bochornoso), una señora dispuesta acabar con el rock and roll de Sunset Strip por considerarlo música satánica.

Si la trama principal resulta indigesta y soporífera, la parte que le toca a Zeta-Jones y Cranston no ayuda a hacerla más digerible. Sus esporádicas apariciones terminan de rematar una producción, en conjunto, bastante vergonzosa. Y es que “Rock of Ages” es un musical mediocre y un insulto a los rockeros. Un musical destinado a contentar casi en exclusiva a la “generación High School Musical”. Si de paso arrastra a algún nostálgico empedernido del rock de los ochenta, será de pura chiripa.

Cualquiera que ame el género musical y el rock se haría un favor evitando su visionado.


Lo mejor: Tom Cruise; las canciones ochenteras.

Lo peor: la empalagosa historia de amor; la ridiculización del rock.


Valoración personal: Mala

sábado, agosto 04, 2012

"Prometheus" (2012) - Ridley Scott

Crítica Prometheus 2012 Ridley Scott
El último trabajo de Ridley Scott ha sido uno de los proyectos que más han mareado la perdiz para desconcierto de los cinéfilos, aunque también de los que han causado más revuelo. 

El regreso del director a la ciencia-ficción, género en el que ha logrado dos de sus obras cumbres y más idolatradas, “Alien” y “Blade Runner”, fue una noticia que recibimos con los brazos abiertos. Ahora bien, nada hacía sospechar que aquello fuera a estar relacionado directamente con un retorno a la franquicia “Alien”. Es más, Scott llevaba tiempo detrás de la adaptación de ‘La guerra interminable’ (The Forever War, 1974), la fantástica (y cruda) novela de Joe Haldeman, por lo que no había necesidad alguna de rebuscar en el baúl de los recuerdos si lo que pretendía era tener una excusa para volver al espacio exterior.

Pero desde el nacimiento del proyecto hasta ahora, la red se ha inundado de rumores y desmentidos para parar un tren, algo que no ha hecho sino aumentar el hype hasta niveles francamente desproporcionados. En principio, las pretensiones partían de la idea de realizar una precuela para relatarnos los orígenes del space jockey, personaje mitificado por su breve y enigmática aparición en la primera película de la saga. Pero a medida que se avanzaba en la escritura del guión, Scott y se equipo se dieron cuenta que tenían algo más grande entre manos, y no tardaron en corregir la dirección del proyecto para crear una obra totalmente nueva y ajena. O eso es lo que nos contaron.

Y es que la conexión con Alien nunca quedó demasiado clara hasta que se nos obsequió con el primer tráiler (puede incluso que con el teaser).

Scott quiso desmarcarse pronto del concepto precuela, pero poco a poco se fueron desvelando detalles que confirmaban nuestras sospechas: “Prometheus” tenía ADN Alien, aunque eso no implicara que viéramos de nuevo en pantalla al famoso xenomorfo.

Ahora, tras dos meses de retraso con respecto a su estreno en EE.UU., llega el momento de resolver las dudas y saciar vuestra curiosidad. Y si habéis logrado manteneros al margen del hype y de los innumerables spoilers (tal como hizo un servidor), mejor que mejor.

En el transcurso de su labor, dos jóvenes y brillantes arqueólogos, la Dra. Shaw (Noomi Rapace) y el Dr. Holloway (Logan Marshall-Green), descubren unos reveladores pictogramas rupestres acerca de antiguas civilizaciones que poblaron la Tierra. Todos los indicios hallados señalan a un mismo lugar situado en un punto lejano del espacio como posible origen de estos seres. Con la intención de descubrir la respuesta a estas cuestiones, ambos consiguen convencer a una gran corporación, Weyland Industries, para que les financie el viaje hasta allí.

Un planeta inhóspito, una nave espacial y su desventurada tripulación inmersa en una pesadillesca carrera por la supervivencia por culpa de una misteriosa y mortífera raza alienígena… Todo parece indicar que la estructura de “Prometheus” no se aleja demasiado de sus orígenes “alienescos”. Y en cierto modo, es así.
Puede que la premisa argumental (la búsqueda de respuestas trascendentales a los más grandes misterios de la humanidad) sea muy diferente, pero en el fondo no nos alejamos demasiado del mismo tipo de película con que nos obsequió Scott hace ya algo más de tres décadas. Esto es una “space monster movie” en toda regla, pero con suficientes  alicientes como para marcar la diferencia con respecto al mismo universo alien en el que se inscribe.


El equipo de científicos y exploradores viaja a bordo del Prometheus, nombre que proporciona el título del filme y que para nada es casual. Tal como se cuenta en el mito griego, el titán Prometeo desafió a los dioses y robó el fuego del cielo para dárselo a los humanos para que éstos pudieran cocinar y calentar sus hogares. Por ello, el titán fue terriblemente castigado por Zeus, quién le condenó a sufrir una tortura eterna, encadenándole a una roca y mandando a un águila para que devorara su hígado, órgano éste que volvía a crecerle una vez tras otra, de modo que  el dolor jamás cesara. 

Nuestros protagonistas creen dirigirse hacia el lugar en el que encontrarán las respuestas a su existencia; un lugar dónde conocerán a sus hacedores, a los seres (cuál dioses) que podrían haber creado la vida en nuestro planeta. Con este encuentro esperan poder responder a todas sus preguntas, pero lo único que encuentran es dolor y sufrimiento.

En cierto modo, y recuperando los tintes mitológicos que impregnan la esencia de la película, lo que hace la tripulación de la Prometheus  es abrir la caja de Pandora, liberando así los males que puedan acabar no sólo con ellos sino con toda la raza humana.

En el planeta al que han llegado topan con una civilización que posee un poder tan majestuoso como realmente peligroso.  Y más allá de los planteamientos y significados filosóficos y/o religiosos que se puedan interpretar de la historia, se intuye cierta alegoría a la capacidad del ser humano por manejar ciertos poderes (el nuclear, por ejemplo) capaces de acercarnos con rapidez a la destrucción total. De hecho, la razón por la que estos seres se encuentran en ese planeta es resultado de la decepción que suponemos como creación suya. Es la serie de inevitables preguntas que el personaje de Shaw se plantea hacia al final de la película SPOILER--- ¿Qué hicimos mal? ¿Por qué quisieron destruirnos? ¿Por qué se retractaron luego? Quizás mereciéramos el castigo, pero la medida impuesta, la raza creada para tales efectos, terminó superando las expectativas y volviéndose en su contra. Y de algún modo, dicha creación se convirtió en algo mucho peor e incontrolable que lo que se pretendía erradicar en la Tierra – FIN SPOILERS

En cualquier caso, hay respuestas que es mejor no conocer; preguntas que es mejor no hacerse. Y por irónico que parezca, casi podría trasladarse esto a la propia razón de ser de la película. ¿Realmente hacía falta conocer los orígenes del space jockey? ¿Acaso no era mucho más divertido dejar volar nuestra imaginación y elucubrar con nuestras propias respuestas acerca de tan enigmático personaje cinematográfico? 

Siempre he pensado que la existencia de las precuelas mató uno de los grandes atractivos del cine: el misterio de lo desconocido. Fue cuando Hollywood encontró el modo (casi siempre por motivos económicos más que artísticos) de contárnoslo todo y dejar poco o nada en manos de nuestra imaginación. Y hay un dicho que dice que “la curiosidad mató al gato”. Pues eso les ocurre a nuestros protagonistas, y puede que también le ocurra a algunos espectadores…  A aquellos que terminen saliendo decepcionados de la sala en la que se proyecta “Prometheus”. Porque no siempre la respuesta que buscamos es la que acabamos encontrando. Aunque quizás aquí la decepción no venga tanto por el qué sino por el cómo y por no ver cumplidas todas las (desorbitadas) expectativas. Porque no hay duda que aquí nos encontramos con una caso claro de hype desmedido; un hype contraproducente para el espectador y que puede convertirse en uno de los mayores lastres de una película que, sin ser la panacea, es de lo de más rescatable dentro de su género. 

No marcará un antes y un después en la ciencia-ficción (de hecho, es mucho más elemental y convencional de lo que se le presupone) ni  se convertirá en hito u obra cumbre del mismo, pero ofrece dos horas de evasión suficientemente eficaz y loable como para no lamentar en demasía el habernos reventando, en cierta medida, el origen de uno de los monstruos más inquietantes y letales del cine fantástico.

 
Pero entonces, ¿es esto una precuela? Sí y no. SPOILER—Sí, porque se sitúa años atrás a los acontecimientos que transcurren en “Alien, el octavo pasajero”. No, porque aún situándose en el mismo universo y rescatando parte de sus elementos característicos (Weyland Industries, el space jockey…) no tiene mayor relación con el filme de 1979, y los hechos que se relatan no desembocan directamente en la película original, con lo cual rompe con el significado más estricto y habitual de la palabra “precuela”. Nos indica, en sus últimos minutos, cuál puede ser la procedencia del alien mediante la aparición de un primerizo xenoformo. Una especie de “ancestro” del alien de la primera película; la semilla que dará lugar a tan mortífera criatura. Pero nada más parece vincular una película con la otra. – FIN SPOILER

La película ofrece alguna que otra respuesta a la procedencia del xenoformo y, por supuesto, nos ilustra un poco acerca del space jockey, pero termina sugiriendo más preguntas que respuestas. De hecho, se puede criticar que el guión se quede simplemente en la superficie de lo que pretende exponer, siempre en favor de un despliegue más pirotécnico y simplista. Los frentes que abren los guionistas dan lugar a una mayor profundización que aquí se siente a medio  explorar. El nuevo universo que elabora “Prometheus” queda lastrado, en parte, por decantarse hacia la vertiente survival, lo que en el fondo termina definiendo la propuesta. En cuanto el suspense y la intriga dejan paso al terror y la acción, se pierde gran parte de la fuerza y tensión iniciales que, de haberse sabido llevar con más atino (más que nada desde el guión), hubieran culminado en una obra muchísimo mejor y más memorable que la que finalmente ha quedado.

Pero insisto, “Prometheus” no es para nada una mala película. No es la gran película que -quizás equivocadamente- muchos ansiaban encontrarse, y quizás tampoco sea el gran regreso de Scott a la ciencia-ficción, pero tampoco se nos obsequia habitualmente con un cine de género serio y locuaz como éste, y que a su vez sea tan asequible para el espectador (aquí no hay pajas mentales ni discursos pseudointelectualoides. Tampoco propaganda atea, como alguno podrá pensar). Quizás sí es algo pretenciosa, y presume de querer y poder dar más y mejor de lo que finalmente ofrece, pero en la silla de director no hay un cualquiera, y eso se nota. La profesionalidad con la que está hecha se palpa en cada detalle. Técnicamente es impecable, y no me refiero a los efectos especiales  solamente (que cumplen con creces) ni tampoco a la –innecesaria, por escasamente provechosa- inclusión del  efecto estereoscópico; narrativamente es competente, y cuenta con una puesta en escena cuidada.  Pero su guión no está a la altura. Sus personajes no lo dan todo de sí.

El protagonismo es mayormente coral durante buena parte de la película, pero poco a poco Shaw y David se erigen como piezas angulares de los acontecimientos y principal pilar de la trama. Y ellos y sus intérpretes brillan (sobre todo Fassbender), pero el resto desluce a su lado. El talento de Charlize Theron (que parece haberle cogido el gustillo a encarnar féminas ruines) y el de Idris Elba (quién no acaba de encontrar papeles a la altura de los que sí le ofrece la pequeña pantalla) quedan menguados por  unos personajes que apuntan maneras pero se quedan finalmente en nada. El resto anda por ahí como mera carnaza, aunque eso ya es un rasgo fundamental de este tipo de cintas.

 
La película guarda para el recuerdo una de las secuencias -no apta para estómagos sensibles- más viscerales y brutales que permiten su bendita y agradecida calificación R (SPOILER—el malrollero parto por cesárea de Shaw – FIN SPOILER). Muestra una acertada construcción psicológica de David, un cyborg que se esfuerza por comprender a los humanos y que, en su empeño por ser uno de ellos (o que al menos le consideren como tal y como uno más del equipo), llega a sentirse casi como humano. Y eso pese a que sus compañeros (y en un momento dado también su creador) no cesan en recordarle que no es más que un saco de cables y circuitos. 

La coyuntura moral, profesional, personal y finalmente religiosa que se le presenta a Shaw es también bastante interesante, precisamente por lo mucho que se entorpecen unos a otros esos conceptos. Pero más allá de todo eso, lo que hay aquí es terror espacial, pero lejos de la intensidad de “Alien” y de la jubilosa satisfacción que proporcionaba aquella.

Es muy probable que “Prometheus” convenza o decepcione en función de lo mucho o poco que se espere de ella. Eso no quita que aún siendo muy correcta, no termine de llenar del todo. Entretiene pero no deja huella. Resulta enigmática en su comienzo, pero falta mayor definición de los conceptos que plantea, amén de dejarse llevar en su tramo final por la resolución que presenta menos riesgos  (y más fuegos de artificio). 

La verdad es que viniendo de quién viene sabe a poco, pero igual de los guionistas tampoco se podía esperar mucho más. Jon Spahits es responsable de la bochornosa “La hora más oscura”, uno de los mayores bodrios del pasado año; y que Damon Lindelof ha logrado cierto estatus de reconocimiento celestial por su implicación en los guiones de “Perdidos”, pero su trayectoria en el medio cinematográfico se resume en “Cowboys & Aliens”, la presente “Prometheus” y la futura adaptación de “Guerra Mundial Z”, la cual acumula ya tantas reescrituras y rerrodajes que poco o nada hacen confiar en su labor y en el resultado final de la película. Servidor cruza los dedos por  la secuela de la estupenda “Star Trek” de JJ. Abrams, cuyo guión también cae en sus manos.


Lo mejor: el personaje de David (Michael Fassbender).

Lo peor: que pudiendo ser algo diferente (una película de ciencia-ficción hard), termine por ser una pseudoalien, esto es, la película de siempre: monstruo aniquilando la tripulación de una nave espacial. Para eso no hacía falta tanto rollo pseudoexistencial.


Valoración personal: Correcta