martes, julio 05, 2011

“Blackthorn, sin destino” (2011) - Mateo Gil

critica Blackthorn, sin destino (2011 Mateo Gil
En numerosas ocasiones, el cine del oeste se ha nutrido de famosos personajes históricos de la época de los saloons para trasladar sus legendarias hazañas a la gran pantalla. Personajes como Buffallo Bill, Jesse James, Billy El Niño, Wyatt Earp, Gerónimo, Wild Bill Hickok, Calamity Jane o Doc Holliday han tenido su representación en el celuloide, a veces con mayor fortuna, otras con bastante menos, pero de lo que no han estado faltos muchos de ellos es de oportunidades. De Billy El Niño, por ejemplo, habría que contar alrededor de medio centenar de películas, desde los albores del cine mudo hasta la actualidad.

De Butch Cassidy, en cambio, no se cuentan tantos, pero sí uno en particular que se ha convertido en un clásico de la época, “Dos hombres y un destino” (Butch Cassidy and the Sundance Kid). Al frente de la misma, uno de los mejores dúos cinematográficos de la historia, Paul Newman y Robert Redford, que repetirían unos años más tarde, y con el mismo director, en la sobresaliente –e infinitamente superior, en mi opinión- “El golpe” (The Sting).

Desde entonces, nadie ha vuelto a llevar al cine a Butch Cassidy… hasta ahora.

Según la versión oficial, tras haber huido de Estados Unidos, el legendario forajido Butch Cassidy murió en Bolivia en 1908, tiroteado junto a su amigo y compinche Sundance Kid. Sin embargo, la realidad es otra.... Butch logró salir con vida del asedio, y desde entonces ha vivido escondido y alejado del pasado y de sus prácticas delictivas. Pero ya han pasado veinte años desde aquél incidente, y ahora su único deseo es volver a casa.

En el transcurso del viaje, se encontrará con a un joven ingeniero español que acaba de robar la mina en la que trabajaba y que pertenece al empresario más importante de Bolivia...

A priori, puede parecer que nos encontramos ante un caso parecido al de “El buscavidas” y su tardía secuela “El color del dinero”. Pero nada más lejos de la realidad, pues “Blackthorn” (prescindiremos de la postiza coletilla) no es una segunda parte de “Dos hombres y un destino” como tal, sino que el material que ha servido de base para construir la trama de la película es la historia real de Butch Cassidy, o al menos aquella de la que se tiene constancia. Y de su vida, o mejor dicho, de su muerte, existen dos versiones distintas. La que se dejaba entrever en el filme de Newman y Redford (es decir, que moría acribillado por el ejército boliviano) y la que nos cuentan aquí.

Sam Shepard interpreta a un Butch Cassidy retirado de la vida delictiva y que sólo ansía regresar a casa, donde espera pasar el resto de sus días con los pocos ahorros que ha ido acumulando en este tiempo de exilio. Sus planes, sin embargo, se ven truncados cuando topa con Eduardo, un español al que persiguen por robar una importante suma de dinero que ha escondido en un lugar secreto. A Butch, dicho encuentro le hace perder todos sus ahorros, así que decide ayudar al joven a recuperar el dinero que éste ha robado y a deshacerse de sus perseguidores. En ese momento, ambos inician un viaje que les va a costar mucho más que el dinero que llevan en las alforjas.

Mateo Gil dirige con sobriedad y buen manejo del ritmo (nada irregular, aunque quizás a algunos se les haga un poco lento) esta road movie que cuenta con un excelente el guión de Miguel Barros, responsable del documental “Los sin tierra”, y que por primera vez ejerce de guionista en un largometraje.


La historia destaca sobre todo por unos diálogos en los que se sugiere mucho más de lo que se dice en ellos. Y es que “Blackthorn” está dotada de una gran sutileza tanto en su forma escrita como en la visual, confiando en la perspicacia y la capacidad de análisis del espectador para deducir todo aquello que va implícito de forma más o menos evidente en los diálogos y en las imágenes.

Cansados ya de que nos lo den todo mascado, Gil y Barros apuestan por lo sutil, permitiendo que captemos la esencia de los personajes con sus miradas, sus gestos, sus más simples actos o sus aparentemente triviales conversaciones o confesiones.

Butch es un viejo zorro que ha aprendido de la experiencia y de la madurez que le han otorgado el paso del tiempo, pero es inevitable que se vea reflejado en el joven Eduardo, un torpe ladronzuelo que huye de la ley. Sin embargo, existe entre ambos una gran diferencia; una diferencia SPOILER --- de la no se dará cuenta hasta que quizás sea demasiado tarde y la cuál el otro será incapaz de comprender -- FIN SPOILER. Y es que los tiempos han cambiado, y en el transcurso de ese cambio, los ideales y la manera de entender una forma de vida se han marchitado y han dado lugar a otro tipo de forajido.

En la película se habla sobre todo de la comprensión de ese mundo a través de los ojos de Butch, y quizás por ello se recurre con frecuencia -y de forma muy acertada- a unos esclarecedores flashbacks en los que contemplamos sus andanzas junto a su amigo Sundance Kid y la bella Etta Place (una guapísima Dominique McElligott), la mujer por la que ambos sintieron profundos sentimientos.


Pasado y presente se fusionan en una trama en la que el centro neurálgico de la misma es básicamente Butch, al que ponen rostro un veterano de la talla de Sam Shepard y -en sus años de juventud- el danés Nikolaj Coster-Waldau, popular en la actualidad por su encarnación de Jaime Lannister en la recomendable “Juego de Tronos”.

La credibilidad de Noriega, actor al que considero bastante mediocre, funciona a trompicones, y casi me atrevería decir que parece hacerlo mejor cuando habla en inglés que cuando lo hace en español. Y es que aquí, la variedad de lenguas es otro punto a destacar, ya que toda la acción transcurre en Bolivia, cuyo paisaje termina ejerciendo casi como un tercer personaje que se puede volver tan o más peligroso que los propios perseguidores a los que se deben enfrentar nuestros protagonistas.

El cuarto personaje en discordia, y clave en la historia, está reservado a Stephen Rea, cuya presencia tiene un papel relevante especialmente en el tramo final de la cinta.

A todos ellos les espera un destino inesperado y cruel. Cruel no siempre en el sentido más físico de la palabra…

En un desierto cinematográfico (nacional e internacional) en donde escasea la originalidad y también el talento, Mateo Gil nos entrega un estupendo western crepuscular al que no le afecta la escasez de recursos, pues cuenta con una buena historia muy bien llevada por su director y con unos personajes perfectamente escritos por su guionista. Una ocasión muy bien aprovechada para desempolvar un género al que poco a poco se le está brindando una segunda oportunidad en las pantallas y con la que parece gozar de un magnífico estado de salud.


Lo mejor:
el guión.

Lo peor: la escasa repercusión que está teniendo.


Valoración personal: Buena


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