viernes, noviembre 25, 2011

“El gato con botas” (2011) - Chris Miller

Crítica El gato con botas 2011 Chris Miller
Casi 3000 millones de dólares recaudados con cuatro películas hacen de Shrek una de las sagas de animación más taquilleras de la historia. Las aventuras del ogro verde han llenado las arcas de Dreamworks durante varios años, y sería de locos no seguir exprimiendo –aún más- la gallina de los huevos de oro (y precisamente de huevos de oro trata el asunto).

Habida cuenta del desgaste de la franquicia, la opción de seguir estirándola con más continuaciones resultaba inviable, por lo que sólo quedaban dos opciones: hacer una precuela (solución “mágica” para sacar del atolladero a una saga que está más que agotada) o sacarse de la chistera un spin-off de alguno de sus personajes. Y finalmente la decisión que tomaron fue la de combinar ambas opciones.

Así es como nace “El gato con botas”, película en cartelera para lucimiento exclusivo del personaje que da título a la misma y que formó parte de la pandilla de “Shrek” a partir de su segunda entrega.

Mucho antes de conocer a Shrek, el notorio espadachín, amante y forajido Gato con Botas está decidido a recuperar el honor mancillado emprendiendo una aventura junto a la dura y curtida Kitty Zarpas Suaves y el astuto Humpty Dumpty. Su objetivo: unas judías mágicas: Su principal obstáculo: los infames forajidos Jack y Jill.
Esta es la verdadera historia de una leyenda, de un mito, de… ¡el Gato con Botas!

Dado que la acción de este spin-off transcurre en una época en la que el Gato con Botas aún no conocía a Shrek, Fiona, Asno y cía, no hay cameo alguno de éstos personajes (ni ningún otro) de la “saga madre”. Por tanto, la cinta se centra exclusivamente en Gato, y podría decirse que esto es un “orígenes” en toda regla, pues entre otras cosas, se nos cuenta (en boca del propio protagonista) la infancia del felino antes de calzarse las famosas botas y empuñar la espada cuál Zorro.

Tiempo atrás, un acto de valentía hizo que Gato se ganara la admiración de su pueblo. Sin embargo, de la noche a la mañana, una inesperada y vil traición convirtió al héroe local en un vulgar ladrón, perdiendo así el cariño y respeto de sus habitantes, y ganándose su (inmerecido) desprecio. A Gato no le quedó otra que huir del único lugar al que podía llamar hogar y empezar a vivir una nueva vida como forajido.

Tras años siendo buscando por la ley, llega un buen día en que se le presenta la oportunidad de enmendar los errores del pasado y recuperar su honor. Para ello debe hacerse con las famosas judías mágicas que están en posesión de la infame pareja formada por Jack y Jill. Pero alguien más está interesado en esas judías y se interpondrá en su camino con la intención de formar una alianza. A regañadientes, Gato unirá fuerzas con la silenciosa y atractiva Kitty Zarpas Suaves y un viejo conocido de poco fiar, Humpty Dumpty, con quién tiene viejas rencillas que solucionar. Tan pronto inicien el viaje en busca de las mágicas habichuelas, empezarán las aventuras para el trío protagonista…



Del mismo modo en que Shrek tomaba como punto de partida los cuentos populares para darles una vuelta de tuerca, en “El gato con botas” se utiliza el relato de “Jack y las habichuelas mágicas” del escritor Hans Christian Andersen (autor también de “La princesa y el guisante” o “El patito feo”) para convertirlo en una aventura a medida del pícaro protagonista, quién ya de por sí es otro personaje de cuento.
Los guionistas añaden de su propia cosecha para que el hilo conductor de la trama sea la relación de amistad/enemistad entre Gato y Humpty Dumpty, siendo las habichuelas el macguffin que les lleva a realizar tan peligroso viaje y añadiendo además una pizca de romanticismo con un tenso affaire entre la pareja gatuna, es decir, entre Gato y Kitty.

No por introducir estos cambios y guardarse algún que otro as en la manga la historia resulta menos previsible, pero aún así la película sortea con habilidad el tan temido aburrimiento a base de acción trepidante (la persecución por los tejados, el “duelo” de carretas…), humor (mucho humor), un personaje carismático y un metraje adecuadamente ajustado (hora y media, no más).

La película contiene gags simpáticos y sin caer en la vulgaridad, aunque es de lamentar que muchos de ellos (algunos de los mejores) ya fueran desvelados en el tráiler. No obstante, hay momentos impagables (el duelo de baile) que aportan frescura a la propuesta y afianzan la dicharachera y a ratos ingenua personalidad del minino, aún tratándose de un furtivo que presume de sagacidad. No vamos a negar, eso sí, que resulta imposible resistirse cuando pone esa miradita de ojitos tristones.


Chris Miller, co-director de “Shrek 3” y “Lluvia de albóndigas”, afronta la dirección en solitario de “El gato con botas” con bastante oficio tanto a nivel visual como narrativo, y su trabajo, así como el guión, desprende mucha influencia del western y del cine de capa y espada (siendo El Zorro el referente más evidente). Y todo amenizado con un aroma muy latino (más mexicano que español, diría yo) acentuado especialmente en la guitarrera banda sonora a cargo de otro de los discípulos de Zimmer, Henry Jackman (quién ya puso música a la regulera “Monstruos contra alienígenas”)

Quizás sea difícil para Dreamworks repetir con asiduidad la excelencia que una vez alcanzó con “Cómo entrenar a tu dragón”, pero al menos consigue ofrecer un producto de animación digno para pasar un buen rato. Y es que a veces no hace falta pedirle mucho más. Y para tratarse de un spin-off que olía a mero “sacacuartos”, hay que reconocer que se han esmerado más de lo que uno pudiera llegar a pensar (pensando, quién sabe, en otra potencial saga con el felino a la cabeza).


Lo mejor: su carismático protagonista; las influencias del western.


Lo peor: que unas hipotéticas secuelas puedan quemar al personaje del gato del mismo modo que le ocurrió a Shrek.


Valoración personal: Correcta

sábado, noviembre 19, 2011

“Un dios salvaje” (2011) – Roman Polanski

Crítica Un dios salvaje 2011 Roman Polanski
Aunque en los últimos tiempos su nombre ha estado en boca de muchos por su polémico conflicto con la ley más que por su trabajo, lo cierto es que a sus casi ochenta años, Polanksi sigue al pie del cañón haciendo lo que mejor se le da, esto es, dirigir películas.

Y su último filme detrás de la cámara demuestra que al director francés aún no se le han agotado las pilas y que es muy capaz de entregarnos cine de calidad con muy pocos medios. Y dónde está el truco, se estarán preguntando muchos directivos de estudios de Hollywood. Pues el truco está en contar con un buen guión (sí, es posible) y saber llevarlo a buen puerto con una dirección meticulosa y eficazmente sencilla, y dejando que un excelso reparto lleve la voz cantante.

En “Un dios salvaje”, Polanski nos invita a entrar en el hogar de los Longstreet para ser testigos del enfrentamiento (verbal) entre dos familias a causa de una pelea infantil entre sus respectivos hijos.

Los dos críos han tenido una pequeña riña que han solucionado como muchos individuos de su edad, es decir, a hostias. Pero para ser más exactos, aquí estaríamos hablando de una sola hostia, la que el hijo de los Cowan le propina con un palo al hijo de los Longstreet. ¿Consecuencia? Un buen moratón y uno o dos dientes rotos.

Los padres, como gente civilizada que son (¡ja!), se reúnen para resolver la disputa. Y aunque al principio todo es cortesía y buenos modales, poco a poco la reunión se irá “calentando” y volviéndose más tensa. Las parejas empezarán a tirarse los trastos a la cabeza sin reparo alguno e incluso no tendrán remilgos en sacar los trapos sucios de sus respectivos matrimonios.

Aquí no hay ni buenos ni malos, amigos. Ni tan siquiera vencedores y vencidos. Sólo cuatro adultos que se enzarzan en una calurosa discusión que va desvariando más y más a medida que ésta se va alargando innecesariamente. Llegados a cierto punto, poco importa el motivo por el cual discutían, pues la cantidad impertinencias e insultos que se sueltan nacen de la confrontación pura y dura para ver quién tiene razón y quién está equivocado, quién es más falso o quién ha perdido más los nervios.


La situación se descontrola de tal modo que nadie está a salvo de recibir su ración de ofensa personal, y todos los intentos por calmar los ánimos e instaurar la paz acaban durando menos de lo que dura un helado bajo un abrasador sol de verano.

Cada uno tiene su propia opinión sobre cómo encauzar el conflicto que afecta sus hijos (desde cómo definir la agresión hasta cómo castigar al agresor, pasando por ver quién tiene mayor o menor culpa), y de ahí surgen otros temas en los que por supuesto no logran ponerse de acuerdo. A ratos ellos se alían contra ellas y ellas contra ellos, pero al final la cosa deviene en un todos contra todos. Y el esfuerzo recalcitrante por alzarse como la voz de la razón de unos, como el desinterés y la pachorra de otros, provoca que el asunto les estalle en la cara. El ambiente es cada vez peor y, sin embargo, parece imposible escapar de esas opresoras paredes que conforman el hogar de los Longstreet. Y es que de la casa del burgués matrimonio no nos movemos.
Polanski se basta de un único espacio (la casa) y de sus cuatro intérpretes para poner en evidencia la hipocresía que dos acomodas familias americanas esconden detrás de sus buenos modales y sus buenas intenciones. Absurdas contradicciones, groserías constantes, ideologías baratas, ridículos prejuicios, puñaladas traperas… El director saca toda la basura que estos cuatros individuos han acumulado a lo largo de su vida en relación a la educación que han recibido, a la posición social que ostentan, a su profesión, etc.; y nos muestra su cara oculta más oscura y desagradable.

El director mantiene la teatralidad de la (aclamada) obra en la que se basa mediante una narración firme y sin interrupciones dentro de un solo decorado y a tiempo real, sin elipsis de ningún tipo. Y ahí es donde los actores lo dan todo.


Jodie Foster puede llegar a ser el personaje más irritante de todos dado su elevado complejo de superioridad. Una santa y una doña perfecta cuya moral y ética son superiores a los de sus invitados, o eso cree ella. Dueña absoluta de la verdad, Penelope Longstreet (una intelectual muy preocupada por los males del mundo…) no tarda mucho en perder los estribos. Previamente ya se había encargado de lanzar sigilosamente sus dardos envenenados.

Foster, a la que un servidor prefiere tener delante que detrás de la cámara, da por fin con un papel a su altura tras años deambulando en roles de poca entidad o escasa repercusión.

Junto a ella está un John C. Reilly que cuando deja de lado las comedias chorras demuestra que es un actor bien capacitado. Reilly interpreta a Michael Lonstreet, un humilde vendedor de artículos del hogar que aspira a pertenecer a una clase social superior. De ahí que presuma ante sus invitados de sus ostentosos placeres privados, como un whisky de 15 años o unos puros de primerísima calidad.

Michael intenta calmar la situación aunque le saquen de quicio algunos comentarios. Sin embargo, su actitud excesivamente conciliadora no sirve para nada cuando realmente parece importarle un comino lo que allí se discute.

Tres cuartos de lo mismo pasa con el personaje de Alan Cowan en manos de un cínico Christopher Waltz. Alan, abogado de profesión (y ya sabemos cómo se las gastan muchos de estos…), está más pendiente de atender al teléfono móvil por asuntos de trabajo que en entablar una conversación con los padres del niño al que su hijo a desdentado. Maleducado e impertinente, Alan parece hasta disfrutar con la trifulca que se ha montado.

Por supuesto, su mujer (una estupenda, como siempre, Kate Winslet), no ve el asunto con los mismos ojos, y aunque al principio es muy tolerante y muy señorita, finalmente, y con la ayuda de un poquito de alcohol (porque no hay nada mejor que un buen whisky para amenizar una carnicería verbal), se desinhibe por completo y saca la bestia feroz que lleva dentro.



En resumen, unos personajes (afines a unos estereotipos concretos) en plena ebullición y elenco pletórico gracias no sólo al innegable talento de cada uno de ellos sino también a los ingeniosos y ácidos diálogos de un señor guión (escrito a dos manos entre Polanski y la dramaturga Yasmina Reza, autora de la obra original)

Y es que “Un dios salvaje” es puro guión, puro diálogo y pura interpretación. No hay más. Bueno sí, hay un director que abre y cierra la película con una sutileza y sencillez aplastantes (plano fijo y a lo lejos dejando que las imágenes hablen por sí solas), y que conduce a un inmenso reparto cual director de orquestra, moviendo la batuta aquí y allá para que ningún instrumento desafine y toda la música fluya con absoluta armonía.

Pues saber dirigir a los actores y ser capaz de evitar dejar una impronta personal también es cosa de un buen director (no todo es cuestión de mostrar una fotografía impresionante o rodar planos de increíble belleza plástica). Polanski se queda al margen (entre comillas) y deja que el protagonismo recaiga en quién debe recaer (reparto y guión), lo que quizás haga creer s algunos que su labor es meramente funcional o discreta (en todo caso, bendita discreción)

Y así es como se consigue una de las sátiras más hilarantes y divertidas que se han hecho en mucho tiempo. Porque no olvidemos que pese a todo lo dicho, estamos ante una comedia (cosa que, reconozco, al ver el tráiler me descolocó). Ahora bien, una comedia de las inteligentes, de esas que tan poco abundan en las salas de cine.

Y si hubiera que sacarle un “pero”, me inclinaría –a título personal- pero ese abrupto corte que de algún modo “finiquita” la discusión establecida entre las dos partes. Un cierre un tanto repentino e inesperado que nos deja con ganas de más (más risas a costa de esos cuatro personajes). Ahora bien, el final, el auténtico desenlace y verdadera conclusión de la historia, retomando el mismo escenario y los mismos protagonistas que al principio, es de una claridad y precisión arrolladoras, dando a entender SPOILER-- que lo que motivó el encuentro no fue más que una riña infantil que, como muchas otras riñas a esa edad, se resuelve haciendo borrón y cuenta nueva (o no dándole mayor importancia). Los padres, no obstante, se toman el asunto mucho más en serio y terminan exhibiendo menos madurez y menos sensatez de la que en un principio deberían tener. --FIN SPOILER


Lo mejor: el reparto; los ácidos diálogos.

Lo peor: que te deje con ganas de más.


Valoración personal: Buena

viernes, noviembre 04, 2011

“Footloose” (2011) - Craig Brewer

Crítica Footloose 2011 Craig Brewer
En la década de los 80 proliferaron una serie de películas juveniles de corte musical que causaron furor entre la chavalería de aquel entonces. Películas como Fama, Flashdance, Dirty Dancing o Footloose fueron las precursoras de cintas actuales como “El ritmo del éxito”, “Espera al último baile” o la saga “Step Up”. A día de hoy, muchas de aquellas cintas son recordadas como pequeños clásicos de una época que ya dejamos atrás hace ya mucho tiempo; una época que no se ha vuelto a repetir, por mucho que Hollywood se empeñe en intentarlo a costa de remakes, reboots y secuelas tardías. Y precisamente de su enésimo intento por “rescatar” historias de antaño toca hablar ahora con la llegada de esta versión 2011 de “Footloose”.

Ren MacCormack (Kenny Wormald) se traslada desde Boston hasta el pequeño pueblo sureño de Bomont para vivir con su tío y su familia. Unos pocos años antes, la localidad quedó conmocionada por un trágico accidente en el que murieron cinco adolescentes después de una noche de fiesta. Ese suceso provocó que los concejales de Bomont y el respetado Reverendo Shaw Moore (Dennis Quaid) reaccionaran aprobando unas restrictivas leyes que desde ese momento prohibieron la música a gran volumen y el baile.

Nadie en el pueblo se enfrenta a esta situación hasta que llega Ren, quién ni corto ni perezoso decide desafiar la prohibición insuflándole vida al pueblo y, de paso, enamorándose de Ariel (Julianne Hough), la problemática hija del pastor.
Si en 2004 se estrenaba una (pobre) secuela de la exitosa "Dirty Dancing", y hace cosa de tres años lo hacía un remake de “Fama”, ahora le ha tocado el turno a la no menos mítica “Footloose”, aquella cinta que catapultó a la fama a un jovencito y semidesconocido Kevin Bacon.

Y la verdad, visto lo visto, quizás les hubiera salido más rentable reestrenar la original (y en 3D, para hacer más caja) que no volver a rodarla tal cual para venir a contarnos lo mismo pero con otras caras. Y es que esta “nueva” versión a cargo de Craig Brewer (Hustle & Flow, Black Snake Moan) no es más que un calco de la ochentera, una copia sin atisbo de originalidad o frescura que aportar respecto a lo que dirigió Herbet Ross con Bacon y cía. El propio Brewer se ha encargado de co-escribir el guión con, precisamente, el guionista de aquella, y lo que uno deduce al ver el resultado es que se han limitado a “copiar y pegar” escena por escena casi literalmente, introduciendo alguna mínima novedad y realizando algún que otro cambio (sustituir la carrera de tractores por autobuses y añadir una explosión final para que “mole” más), para luego pasarlo a limpio y entregárselo a los productores como “un remozado producto que vender a las nuevas generaciones”.


Tras unos créditos iniciales que beben directamente de su predecesora, el director nos muestra lo que en aquella tan sólo se citaba, es decir, el accidente mortal que deja conmocionado al pueblo y desencadena el posterior recorte de libertades para los más jóvenes. Luego ya empieza la historia que muchos ya conocemos: joven rebelde llega al pueblo y no da créditos con las absurdas prohibiciones del lugar; se hace amigo del friki de turno y se cuela por la chica guapa (de turno) que sale con el macarra/matón (de turno). Mientras conquista a la moza, el muchacho trata de reivindicar el estilo de vida de los adolescentes saltándose las normas y poniendo contra las cuerdas a una comunidad retrógrada y excesivamente conservadora encabezada por el Reverendo Shaw.

Si la historia ya era simple y tópica en los ochenta, aún lo es más ahora. Por otro lado, al haberse mantenido tan fiel al espíritu de la original, la ingenuidad de aquella sigue presente en ésta, y eso la hace parecer un poco “anticuada” para las nuevas generaciones (sobre todo en lo que respecta al tema de la sexualidad). Algunos comportamientos y actos de rebeldía se nos antojan demasiado blanditos para estos tiempos, amén de que la propia premisa argumental se sostiene con mayor dificultad. De todas formas, localizándose la historia en el típico pueblo sureño de la América profunda (en donde el cristianismo más radical sigue arraigado entre sus habitantes), la sensación de inocencia de la que se impregna podría darse por válida.


Todo lo que le pudiéramos criticar a la cinta original bien podríamos criticárselo a ésta, del mismo modo que lo que hizo especial o destacable a aquella (los atractivos bailes, el romance…) sigue funcionando de igual modo en ésta. Si la Footloose de 1984 era un producto para adolescentes, la Footloose de 2011 es exactamente lo mismo (no en vano, son la misma película), por lo que en un principio debería contentar justamente a ese público al que va dirigida. Ni más ni menos.

Los que ya dejamos atrás la edad del pavo saldremos ganando revisando la original, por aquello de la nostalgia y porque, puestos a ver lo mismo, que sea con la banda sonora de nuestra época (Kenny Loggins, Foreigner, Bonnie Tayler, Quiet Riot…). Y eso que el soundtrack elegido para la ocasión no es tan infecto como cabría esperar, e incluso se mantienen algunos temas ochenteros (no solamente el que da título a la película)


Lo mejor: los bailes; volver a escuchar el tema de Kenny Loggins (y a Quiet Riot) en una sala de cine.

Lo peor: Haberse limitado a copiar la original en vez de actualizarla y aportar algo nuevo o diferente para el público juvenil de ahora.


Valoración personal: Correcta