viernes, septiembre 28, 2012

“Si de verdad quieres…” (2012) – David Frankel

Crítica Si de verdad quieres… 2012 David Frankel 
El cine y sobre todo Hollywood se ha inflado de películas románticas de chico conoce a chica. Películas en las que dos perfectos extraños se conocen, se gustan y, finalmente, se declaran amor eterno. Antaño, prácticamente todas estas películas terminaban en boda, aunque hoy en día el asunto se maneja de forma más liberal. En cualquier caso, nos hemos hartado de historias de amor para parar un tren, y las ha habido de todo tipo: bonitas, tristes, divertidas, melancólicas, alocadas, tiernas…

¿Pero qué ocurre con todas esas parejas con el paso del tiempo? ¿Mantienen la llama del amor encendida? ¿Vive la pasión como el primer día? Puede que sí o puede que no…

Hope Springs (aka Si de verdad quieres…) nos acerca al matrimonio formado por Kay (Meryl Streep) y su marido Arnold (Tommy Lee Jones), quienes llevan más de treinta años de casados. Con el paso del tiempo, lo que había sido un matrimonio en armonía y perfecta estabilidad se ha convertido en monotonía y tedio para Kay, que echa en falta la chispa de la primera época, el deseo, la pasión, la lujuria…
 
Así que un buen día Kay decide apuntarse a una terapia impartida por un famoso sexólogo (Steve Carell) en una localidad llamada Hope Springs a adonde arrastrará Arnold con la sana intención de poner solución a su aburrido matrimonio.

Meryl Streep sigue combinando sus proyectos pro-Oscar (La dama de hierro) con otros trabajos más ligeros y menos existentes a nivel interpretativo. Producciones que, no obstante, no tienen por qué ser de menor calidad, e incluso en ocasiones pueden llegar a ofrecer mejores resultados que aquellas concebidas con mayores pretensiones.

Y es que “Si de verdad quieres…” es una pequeña y agradable sorpresa dentro del género que maneja. No es una gran película, y tampoco lo pretende, pero es capaz de lograr su meta sin muchos artificios, y procurando ser lo más natural posible dentro de unos comprensibles y a menudo poco adulterables márgenes cinematográficos.

Streep se reencuentra con el director David Frankel tras su fructífera colaboración en “El diablo viste de Prada”, una de los mayores éxitos comerciales en la carrera de la actriz. Esta vez encarna a Kay, una mujer cuyo matrimonio se ha estancado en la rutina y, lo que es peor, que ha perdido esa chispa especial que lo mantenía vivo. Obviamente, esto es un problema, pero parece que sólo ella lo ve así.


En busca de una solución, Kay recurre a un sexólogo experto en la materia que les ayude a recuperar de nuevo esa chispa. Para ello, deben desplazarse hasta Hope Springs, un lugar idílico al que Arnold no desea viajar. Más que nada, porque la idea le parece absurda y descabellada. Él no ve ningún problema en su matrimonio. No obstante, acepta a regañadientes hacer el viaje, lo cual no significa que colabore obedientemente con la terapia que impartirá el Dr. Feld.

El problema, sin embargo, es real y no tardará en estallarle delante de las narices, desplegándose ante él todo aquello que permanecía oculto o dormido bajo el manto de la rutina matrimonial.

Kay y Arnold se quieren, pero no se lo demuestran. Después de tantos y tantos años de matrimonio han perdido la pasión, el deseo mutuo. Pero no sólo eso, también han perdido por el camino la comunicación, y no se puede recuperar lo primero si no se consigue arreglar lo segundo.

El amor es complicado, y el matrimonio no lo hace más fácil, pues implica una convivencia prolongada. El sexo, obviamente, no es la parte más importante de una relación, pero sí una de ellas, y la ausencia de una simple caricia, de un tierno beso, puede ser el indicio de que algo falla en la pareja, de que alguna cosa no está funcionando como debiera.

Pero Kay y Arnold no hablan, o al menos no de lo que realmente importa. Y eso es un obstáculo a salvar. El Dr. Feld no es ningún curandero ni tiene una varita mágica con la que reparar matrimonios rotos, pero es la persona indicada para activar el botón de la puesta en marcha, el empujoncito que necesita la pareja para abrir su corazón, para sincerarse el uno al otro y decirse aquellas cosas que el miedo o el pudor les impide confesar. Aquellos cosas que, por pequeñas que sean, han acabado haciendo piña y convirtiéndose en una piedra en el camino hacia su felicidad.

Y no es fácil para ninguno de los dos dar ese paso. Menos aún para Arnold, más conformista con la situación, menos receptivo con la terapia y, sobre todo, menos consciente de la infelicidad de su esposa. Pero ¿qué puede ocurrir si no se esfuerza? Las cosas no se solucionan por sí solas, y si ambos no lo dan todo para arreglar su matrimonio es muy probable que éste se vaya a pique (aunque Arnold no termine de entender muy bien el por qué). Y no es cuestión de buscar un culpable, pues ambos cargan con su 50% de responsabilidad en este “contrato” que es el matrimonio. Es cuestión de conocer el problema de raíz (el por qué del distanciamiento, de la falta de entendimiento…) y, una vez hallado, hacer todo lo posible para intentar solventarlo.


La pareja protagonista pasa por momentos embarazosos y dolorosos. Pero también recuperan la capacidad de reírse y divertirse juntos, viviendo momentos de fugaz alegría. Recuperan recuerdos del pasado, admiten abiertamente sus fantasías y sus deseos más ocultos… Todo con el fin de recuperar la magia del primer día.

El guión de Vanessa Taylor procura ser lo menos artificial posible. No escapa a los tópicos del género romántico (final incluido), pero sabe solventarlos con bastante soltura y sensatez, combinando con acierto los dos frentes, drama y comedia, en los que se inscribe su propuesta. Evita también caer en la mojigatería hablando de un tema a veces tan tabú como es el sexo, así como huye también del extremo más grosero en el que caen otras películas. 

Los momentos más subiditos de tono son graciosos y los momentos más dramáticos consiguen emocionarnos lo justo. En ambos casos, gran parte de la efectividad recae en unos personajes bien construidos y en su magnífica pareja protagonista. Nos creemos su matrimonio, nos creemos sus malos momentos  (esas miradas, esas lágrimas en los ojos…) y logran sacarnos una sonrisa de aprobación en los momentos divertidos. La película funciona en buena medida gracias a ellos dos y también a un Steve Carrell comedido y acorde con su papel.

Conviene advertir de la equilibrada mezcla de comedia y drama sin esperarse de ella grandes carcajadas ni tampoco llantos a moco tendido. Eso sí, esta vez el director es más honesto y no nos cuela un dramón del quince a mitad de trayecto como ocurrió con “Una pareja de tres” (sí, la de Jennifer Aniston, Owen Wilson y el perrito), que se supone que iba a ser una comedia y luego no.

Aunque de buenas a primeras se advierta que el tono cómico va a ser ligerito y relajado, no hay engaño. El drama surge de pronto, pero con pasmosa naturalidad, y a partir de ahí se distribuye inteligentemente a lo largo del metraje.  

Está claro que la historia que nos cuenta “Si de verdad quieres…” no se resuelve en cuestión de días, pero esto es cine, y hay que aceptar sus aceleradas resoluciones y, por supuesto, SPOILER-- sus deliciosos -cuando no pastelosos- “happy ends”. Esos “finales de película” que si están, los criticamos por tópicos y poco creíbles, pero que si no están, los echamos en falta. Y es que a veces necesitamos soñar y creer con esos finales que la vida real no siempre nos ofrece. El cine es nuestra vía de escape a la realidad. – FIN SPOILER

De todos modos, indistintamente del desenlace y dejando a un lado sus atributos meramente cinematográficos,  se puede ver en ella un fin más o menos terapéutico para aquellas parejas que atraviesan una mala racha en su relación. No necesariamente  deben encontrarse en la misma situación que los protagonistas, pero sí puede serles útil a modo de catalizador. Algunos podrán verse reflejados en Kay y Arnold sin necesidad de acudir a ningún Dr. Feld. 


Lo mejor: el equilibrio entre drama y comedia; su pareja protagonista.

Lo peor: lo mal que deja a los adultos de mediana edad en cuestión de sexo; que no evite el previsible final.


Valoración personal: Correcta

viernes, septiembre 21, 2012

“A Roma con amor” (2012) – Woody Allen

Crítica A Roma con amor 2012 Woody Allen

El director neoyorquino prosigue con su ruta turística por algunas de las ciudades más emblemáticas de Europa, y tras visitar Barcelona en “Vicky Cristina Barcelona” y la capital francesa en “Midnight in París”, ahora le toca el turno a Roma, la (otra) ciudad del amor. 

Precisamente de amor ha llenado las maletas Woody Allen para su estancia en la ciudad italiana, aunque al título de su último trabajo convendría hacerle un pequeño ajuste y rebautizarlo más adecuadamente como “A Roma con adulterio”. Porque sí, hay mucha mariposa cosquilleando en el estómago de los personajes, pero aquí ninguno copula con su respectiva pareja (¡sin remordimientos ni castigo!). 

La película es un compendio de enredos y desventuras sobre un variopinto grupo de personajes que viven o veranean en Roma. Una historia de amores y desamores, de anhelos y deseos frustrados… con la bella ciudad italiana como escenario y espectadora involuntaria de los acontecimientos.

En total son cuatro historias distintas las que componen el último film de Allen, siendo alguna de ellas bastante más peculiar y surrealista que el resto (la de Benigni), aunque todas ellas sujetas al particular sello Allen, manteniendo un tono alocado y romántico durante todo el metraje.
Una de las historias atañe a una joven pareja de recién casados.

Antonio (Alessandro Tiberi) llega a Roma para conseguir un importante trabajo en la gran ciudad y para presentar su encantadora nueva esposa Milly (Alessandra Mastronardi) a su conservadora familia. Mientras él se acomoda en la habitación del hotel, ella decide irse a la peluquería para causar una buena impresión a sus suegros. Pero justo cuando la pareja se separa, surgen una serie de desafortunados malentendidos… Al tiempo que Milly recibe las atenciones de una legendaria estrella del cine, Luca Salta (Antonio Albanese), Antonio se ve envuelto en una agobiante situación en la que tiene que hacer pasar por su mujer a una atractiva y descarada desconocida (Penélope Cruz) que, para más inri, es prostituta.

La otra historia comienza cuando John (Alec Baldwin), un conocido arquitecto de vacaciones por Roma, se encuentra con Jack (Jesse Eisenberg), un joven estudiante de arquitectura no muy distinto a él mismo. Jack vive con su novia Sally (Greta Gerwig) en el mismo barrio que una vez acogió a John. Todo es perfecto hasta que Monica (Ellen Page), la deslumbrante y seductora amiga de su novia, se instala en su casa durante un tiempo indeterminado. Dicha situación hará que John reviva uno de los episodios románticos más dolorosos de su vida.

Mientras esto ocurre, Jerry (Woody Allen), director de ópera retirado, se encuentra en Roma con su mujer Phyllis (Judy Davis) para conocer a Michelangelo (Flavio Parenti), el prometido italiano de su hija Hayley (Alison Pill). Jerry se queda maravillado al escuchar a Giancarlo (interpretado por el famoso tenor Fabio Armiliato), el padre empresario de pompas fúnebres de Michelangelo, cantando con una prodigiosa voz operística mientras se asea en la ducha. Convencido de que semejante talento no puede ser desaprovechado, Jerry se aferra a la idea de promocionar a Giancarlo y convertirlo en una gran estrella.

Y por último, el protagonista de la cuarta historia es Leopoldo Pisanello (Roberto Benigni) un tipo de clase media, normal y corriente, que de la noche a la mañana y sin explicación aparente, se ve convertido uno de los hombres más famosos de Italia. Los paparazzi le siguen a todas partes y los periodistas le hacen preguntas sin parar. Aunque al principio no entiende nada, pronto se acostumbra a los distintos encantos de la fama, pero no sin conocer también el alto precio a pagar por ella.

Ocurre a menudo que las películas por episodios resultan ser, en conjunto, demasiado irregulares, algo que podría considerarse una lacra prácticamente insalvable de dicho formato (aplicable también a las películas de historias cruzadas). Y “A Roma con amor” no es la excepción. 

Es una comedia irregular cuyos altibajos son provocados por una narración que alterna cuatro historias de dispar interés. Difícilmente todas satisfagan de la misma manera, por lo que el espectador se decantará por una/s u otra/s, siendo el grado de satisfacción ante éstas lo que determine la valoración general de la película a la hora de hacer balance.

Los ingeniosos y ácidos diálogos marca de la casa siguen ahí, pero en menor cantidad y probablemente menos inspirados que en otras ocasiones. Y es que a Allen se le siente agotado (incluso a nivel interpretativo) en un trabajo que busca cumplir con el trámite de la forma más cómoda posible.
Tan buen punto te saca una sonrisa como un bostezo. Y a esto último no ayuda esa hora y tres cuartos que el espectador siente como si fueran dos. 

En lo personal, el segmento de Pisanello (Benigni) me resulta delirante y fresco, pero desentona un poco con el resto. En ella se cargan las tintas contra el periodismo (sobre todo la prensa rosa y sensacionalista) y el famoseo de pega, algo de lo que aquí en España andamos sobrados y saturados.
La lógica a ésta historia no hay que buscársela porque no la tiene, así como no había explicación razonable a los viajes en el tiempo del protagonista de “Midnight in París”. Ocurre, sin más.

Algo parecido sucede con la historia amorosa que protagonizan Jesse Eisenberg y Ellen Page. De algún modo,  Baldwin ejerce de “voz de la conciencia y de la experiencia” del joven arquitecto, ya que se siente identificado con él. El personaje de Baldwin está presente en los encuentros entre la pareja pero sin estar ahí con ellos realmente. Algo así como una aparición que, no obstante, puede interactuar con el resto de personajes. Dicho así no tiene mucho sentido, y es que realmente no lo tiene, pero a Allen nunca se le exigen este tipo de explicaciones y probablemente tampoco sean necesarias.

Ésta última sería, a mi gusto, la más aburrida y pesada de las cuatro historias. Eisenberg y Page hacen buena pareja, pero resultan muy cargantes. Allen busca, entre otras cosas, la mofa del colectivo gafapasta y pedante, y la consigue a expensas de sucumbir ante su propia crítica. Las intervenciones de Baldwin son las que ayudan a digerir mejorar a ésta repelente pareja.

La parte del tenor, aunque absurda, tiene cierta gracia, pero tampoco da para mucho. Allen y los diálogos que se ha reservado para sí mismo son lo mejor de la misma. Además, siempre es agradable tenerlo delante de la cámara, algo que no ocurría desde “Scoop”. Su personaje es un hombre incapaz de disfrutar de su jubilación; un hombre atado a una profesión de la que no puede separarse y a la que vuelve a insuflar vida un humilde empresario de pompas fúnebres.


A la trama que verdaderamente se lo podría haber sacado más jugo es a aquella en la que una despampanante Penélope Cruz pone en aprietos a un ingenuo muchacho que acaba de pasar por vacaría. Y digo “podría” porque al verse obligada a formar parte de un conjunto de historias, acaba sabiendo a poco. La premisa, si bien no es original, sí podría haber dado lugar a una simpática comedia de enredo, pero como historia segmentada se queda algo atrofiada, incompleta.

Y es que el invento de Allen se entorpece a sí mismo. Historias que por separado podrían haber funcionado de maravilla se entremezclan y segmentan junto a otras que, como mucho, dan para un corto. Y en el fondo es lo que son todas: cortos embutidos en un mismo saco. 

Para algunos, la cita anual con Allen es ineludible e imprescindible, aunque el resultado no siempre acompañe.  A estas alturas, poco o nada queda por exigirle a Allen. Se ha ganado su trocito de Olimpo, y de ahí ya nadie le mueve. Y si quiere seguir con su viaje por Europa a medio gas y repleto de tópicos, no seré yo quién se lo reproche. Pero un servidor preferiría que el director más prolífico de Hollywood (escribe y dirige -y por tanto estrena – sin falta una película al año desde 1982) se tomara un descanso mayor entre película y película.  

En cualquier caso, “A Roma con amor” se ubica en un término medio dentro del tríptico europeo que conforman “Vicky Cristina Barcelona (la peor) y “Midnight in Paris” (la mejor).


Lo mejor: su simpatía.

Loe peor: su descompensada calidad.


Valoración personal: Regular-Correcta