lunes, diciembre 24, 2012

“Los Miserables” (2012) – Tom Hooper


“Les Miserables” es, seguramente, la obra más conocida del escritor y dramaturgo Victor Hugo, y sin lugar a dudas una de las más populares de la literatura del siglo XIX. A finales de la década de los 70,  los compositores franceses Alain Boubill y Claude-Michel Schönberg decidieron convertir la novela en una adaptación musical, editando un álbum conceptual que acabaría siendo representado en un espectáculo parisino. De ahí a su paso por los escenarios de Londres no pasaron muchos años, pero sí han sido muchos los que la obra se ha mantenido en cartel en todo el mundo, convirtiéndose así en uno de los musicales más longevos y exitosos de la historia. 

Aunque de la novela de Hugo se han hecho ya numerosas adaptaciones cinematográficas (entre ellas la infravaloradísima versión de los noventa con Liam Neeson y Geoffrey Rush en los papeles principales), ésta es la primera vez que el musical londinense se lleva a la gran pantalla, y lo hace de la mano del oscarizado Tom Hooper (El discurso del rey).

La historia transcurre en la convulsa Francia del siglo XIX. Tras una larga condena de 19 años por robar pan para alimentar a su sobrina, Jean Valjean (Hugh Jackman) es puesto en libertad condicional por el oficial Javert (Russel Crowe). Pese a volver a ser un hombre libre, Valjean no encuentra un lugar en el que establecerse. Su condición de exconvicto le cierra todas las puertas a las que llama, siendo rechazado y tratado como un paria. Hasta que se topa con el obispo Myriel de Digne, el único que le trata con amabilidad y le ofrece comida y refugio. Pero Valjean traiciona su hospitalidad robándole la cubertería de plata, y huye del templo a escondidas. Cuando la policía lo captura y lo lleva en presencia del obispo, éste niega su delito concediéndole una segunda oportunidad para que siga el buen camino y se vuelva un hombre de bien.

Valjean inicia así una nueva vida bajo otro nombre, convirtiéndose en una persona respetable y generosa. Desgraciadamente, su pasado no tardará en volver a atormentarle…

Con Los Miserables no nos encontramos un musical al uso. Lo que tenemos aquí es una opereta, y eso significa que la historia se narra a base de canciones, o dicho de otro modo, que la película es un gran número musical en el que todos los personajes interpretan cantando. Es más, aquí no veréis más de 20 líneas de diálogo, siendo todo lo demás exclusivamente musical.

Por tanto, si no sois muy afines al género o si os quedasteis fritos en la butaca (o en el sofá de casa) viendo “Sweeney Todd: El barbero diabólico de la calle Fleet” (musical de misma estructura, aunque de temática muy diferente), mejor que ni os molestéis con el filme de Hooper.

Desde el minuto uno hasta el final, prácticamente todos los diálogos de la película son cantados, a excepción de unos pocos en los que el intercambio de palabras es más bien escaso. La música es la base en la que reposa toda la trama, y la letra de las canciones se emplea tanto para que los personajes se comuniquen entre sí como para que éstos se desnuden (figuradamente) ante la audiencia y expresen sus sentimientos, emociones o pensamientos. En este último apartado cabría destacar de manera especial los números de Anne Hathaway, que está pletórica, el momento de “iluminación divina” de Valjean/Hugh Jackman, o las lamentaciones de Marius/Eddie Redmayne por los compañeros y amigos caídos.


La dramatización de la obra de Hugo en formato musical tiene, no obstante, sus pros y sus contras. El mayor problema es a nivel narrativo, ya que los hechos transcurren, a menudo, con desmesurada precipitación (especialmente los primeros actos de la historia), precisamente porque no se puede abusar de los diálogos ni hacerlos demasiado complejos, lo que impide muchas veces profundizar no sólo en algunas partes de la historia (todo lo que ocurre desde el momento en el que Javert sospecha que el Sr. Madeleine, el nuevo alias de Valjean, es en realidad el preso al que tanto tiempo lleva persiguiendo; o la historia de amor entre Marius y Cosette, de una superficialidad e ingenuidad aplastantes) sino también en las acciones de sus protagonistas.
No me cabe duda que el guionista ha tenido que echar mano de la novela original en más de una ocasión para rellenar los huecos que deja el musical londinense, y así poder hacer mucho más comprensible la trama. Y es que lo que puede funcionar perfectamente sobre un escenario no necesariamente tiene que hacerlo de igual manera en pantalla. Mientras que en los escenarios la trama se tiene que simplificar para adaptarse a la estructura del musical, fuera de ellos esa simplificación debe enriquecerse a través de otros recursos, y no siempre meramente visuales (que aquí éstos funcionan de maravilla; desde la excelente escenografía hasta la inmaculada dirección de Hooper).

La cinta también tropieza, en ocasiones, con la propia estructura en sí misma. Encadenar una canción tras otra, casi sin apenas dejar respirar al espectador, puede no ser fácil de dirigir, más aún cuando se trata de una historia con tanto y tan trágico melodrama. En ese sentido, Sweeney Todd, por ejemplo, entraba mejor, gracias a su ligereza, a su humor negro y a sus toques de terror victoriano. Aquí en cambio, el ritmo se resiente, y en una butaca del cine en vez de un teatro, las dos horas y media pesan un poco. Y eso afecta a nuestra implicación, de modo que mientras que algunos momentos nos llegan al alma (repito, Hatthaway está que lo borda), otros en cambio se encuentran con que hemos cerrado a  cal y canto el pasillo que conduce hacia nuestras emociones y nuestra empatía.

Es por eso que cuando Hooper concede pausas o combina el drama con puntuales momentos de humor (adheridos exclusivamente a los picarescos –entiéndase el adjetivo como un eufemismo de despreciables- personajes que interpretan Helena Bonham Carter y Sacha Baron Cohen), la función discurre con mayor comodidad, y uno se siente más predispuesto a dejarse llevar por los números y las maravillosas melodías. Porque eso sí, la banda sonora es una maravilla, con  temas asombrosamente pegadizos que nos invitan al canturreo postvisionado. El portentoso “Look Down” que abre la película reaparece de forma eventual cual leitmotiv, pero no es el único tema que sobresale  de la partitura. 

Y ese seguramente sea uno de su mayores pros y lo que sin duda ha convertido este musical en un éxito (amén de por la obra de Hugo). Además, tenemos a un reparto entregado que, en su mayoría, suplen la faceta de cantante con eficiencia, cuando no con nota. De nombrar un punto flaco, ese sería Russell Crowe, y no porque cante mal, ni mucho menos, pero no da el tono operístico que pide la obra. Lo que en sus compañeros fluye con más naturalidad, en Crowe resulta más forzado. El actor tiene formación musical y experiencia en ello (además de haber sido vocalista de una banda de rock) pero aquí le cuesta dar la talla si lo comparamos con el resto. Aún así, es un punto flaco muy menor, teniendo en cuenta que interpretativamente es perfecto para el papel, y su presencia en pantalla es un 50% del trabajo, y ahí no hay peros que valgan.

Por su parte, Jackman, que también tiene trayectoria en el género, pedía a gritos un musical cinematográfico desde hace tiempo, y aquí lo tiene. Un regalazo. Su Jean Valjean es uno de los papeles de su (irregular) carrera.

“Los Miserables” es un buen musical de implecable factura, excelentes actuaciones y magníficas  melodías, pero su sitio está en los escenarios.  

A los que jamás se hayan acercado a la obra de Victor Hugo en sus distintas adaptaciones al cine, les recomendaría que empezaran por ellas (la que os dé más rabia) antes que con esta versión musical, pues considero que es la mejor forma de apreciar todos los matices de la trama y de su contexto histórico. 


Lo mejor: el reparto y las canciones.

Lo peor: su ritmo y larga duración; que en formato musical la novela se quede demasiado "resumida".


Valoración personal: Correcta-Buena

domingo, diciembre 09, 2012

“Un buen partido” (2012) - Gabriele Muccino


El salto de su Italia natal a la meca de Hollywood no pudo haber sido mejor para el director Gabriele Muccino. Su primera película allí, la notable “En busca de la felicidad”, fue todo un éxito de taquilla que le valió a Will Smith, su protagonista, su segunda nominación al Oscar a Mejor Actor. De hecho,  aquél papel está considerado como uno de los mejores de su carrera junto al de “Ali”, dos cintas dramáticas que sobresalen dentro de una filmografía repleta de cine palomitero.

Muccino debió quedar tan satisfecho con Smith, que decidió repetir con él para su siguiente largometraje, “Siete almas (Seven Pounds)”, otro dramón de intenciones claramente lacrimógenas pero bastante más manipulador y rocambolesco que su predecesor, y con el que el público ya no respondió tan bien.

Después de regresar a Italia para rodar la secuela de uno de sus éxitos patrios, Muccino vuelve ahora con su tercer largometraje en suelo americano. Y lo hace dejando atrás los pañuelos.

George Dryer (Gerard Butler), es una antigua estrella de fútbol europeo venida a menos. Separado y desempleado,  George acepta entrenar al equipo de fútbol de su hijo Lewis (Noah Lomax) con el fin de restablecer los lazos con el pequeño, al tiempo que trata de conseguir un empleo como periodista deportivo en una importante cadena de televisión y de recuperar a su ex-mujer Stacie (Jessica Biel). Pero George no sabe la que se le viene encima cuando algunas de las atractivas madres de los compañeros de equipo de Lewis empiecen a interesarse por él.

El director italiano aparca el drama lacrimógeno para ofrecernos esta vez  una comedia familiar/romántica al uso. Habiendo leído la sinopsis no os extrañará si os digo que esta película ya la habéis visto.  Y más de una vez.
 
Si la semana pasada comentaba que “Golpe de efecto” era una “peli de manual”, ésta todavía lo es más, concentrando  tal cantidad de clichés que es imposible no prever paso por paso el desarrollo de la historia.
Repasemos lo que tenemos: padre un poco desastre (y ligón involuntario) que intenta afianzar los lazos paternofiliales con su hijo pequeño (topicazo nº 1) al tiempo que trata de recuperar al amor de su vida, su ex esposa (topicazo nº2), la cual -¡oh sorpresa!- tiene un nuevo novio con el que pretende casarse en breve (topicazo nº 3). La futura carrera profesional de George y las mujeres que ahora se le lanzan al cuello serán los grandes dos obstáculos que dificultarán su reconciliación familiar (topicazos nº 4 y 5).

No hay prácticamente nada en “Un buen partido” que no hayamos visto antes, y el guión tampoco depara ninguna sorpresa que huya del romanticismo más convencional y el desenlace más previsible (sí, es ese final que estáis pensando).  

El contexto deportivo entorno al mundo del fútbol bien podría haber sido béisbol, baloncesto, hockey o cualquier otro deporte. El niño podría haber sido mayor o incluso ser una niña (aunque en el caso que nos ocupa funciona mejor lo primero); y el novio de la madre podría haber sido un auténtico cretino (ese papel recae aquí en Dennis Quaid) en vez de un buen tío. De hecho, es preferible que el nuevo novio de la madre nos caiga mal, así luego no nos da penita que le acaben dando platón. En el final feliz de todas estas películas, ¿dónde quedan los tipos como Matt? Nadie tiene en cuenta su desdicha…


Matt es un hombre bueno y enamorado al que plantarán dos semanas antes de la boda. Qué injusto, ¿verdad? Pero sin tipos como Matt a los que amargarles la vida, muchas comedias románticas nos dejarían un sabor amargo. Y es que lo que al fin y al cabo queremos aquí (y la película nos lo da, faltaría más) es que George, Lewis y Stacie vuelvan a formar una familia. 

El puntito más refrescante (entre comillas) de la historia lo pone la trupe de féminas que quiere llevarse a la cama al bueno de George.  Mujeres divorciadas, solteras o aburridas de su matrimonio y con ganas de echar una canita al aire que se mueren por los huesos del nuevo entrenador de fútbol de sus hijos. Ellas son Barb (Judy Greer), Denise (Catherine Zeta-Jones) y Patti (Uma Thurman), que competirán por el afecto (físico, más que nada) del protagonista, al que le complicarán bastante las cosas. Y en medio del follón tenemos también a Carl King (Quaid), patrocinador del equipo y celoso (e infiel) marido de Patti, que aprovecha la llegada de una famosa ex estrella del fútbol para presumir de amigo entre sus socios ricachones. 

Toda una sarta de tópicos y clichés relacionados con la redención, el amor verdadero y la madurez tardía, para una insustancial (aunque medianamente complaciente) comedia romántica de sábado por la tarde sazonada con maduritas de buen ver y algo de sexo (fuera de pantalla, por supuesto); con un reparto más que aceptable y un director especialista en dramas con el piloto automático. No hay mucho de dónde rascar, pero si lo último que le pides a la película es algo originalidad, igual puede servirte para pasar el rato.

P.D.: Cuánto menos irónico que Butler sea un crack del balón cuando desde “300” (el gran pelotazo que lo dio a conocer) prácticamente no da pie con bola a la hora de elegir proyectos.


Lo mejor: Gerard Butler y el desfile de atractivas milfs.

Lo peor:  una historia repleta de clichés que ya hemos visto mil veces.


Valoración personal: Regular-Pasable

viernes, noviembre 23, 2012

“Golpe de efecto” (2012) – Robert Lorenz

En 2008, y con más de 50 años de carrera sobre sus espaldas, Clint Eastwood  anunciaba su retirada de la interpretación, afirmando que ya había dado al cine todo lo que podía dar como actor. Una noticia que, a sus 78 años, nos parecía lógica y respetable, pero que no por ello dejaba de entristecernos. Aquel año estrenaba “Gran Torino”, en la que volvía a ejercer de director y actor protagonista, y que se convertía en todo un éxito de crítica y público, aunque luego fuese injustamente ignorada por la Academia.  Dicho filme  suponía su última aparición ante las cámaras, por lo que su visionado desprendía cierto regusto a despedida.
Pero nunca digas nunca jamás. Y si no que le pregunten a Viggo Mortensen o a Kevin Spacey, que anunciaron su jubilación anticipada antes de tiempo y ahí siguen, dando el callo.

Han pasados cinco años desde aquellas declaraciones, y Eastwood vuelve al redil con “Trouble with the Curve”, libremente traducida aquí como “Golpe de efecto”. Y lo más sorprendente es que regresa dejándose dirigir por un tercero, algo que no ocurría desde “En la línea de fuego”, hace ya casi veinte años.

Gus Lobel (Clint Eastwood) ha sido uno de los mejores cazatalentos de béisbol durante décadas, pero, a pesar de sus esfuerzos por esconderlo, su edad empieza a pasarle factura.  Sin embargo, Gus se niega  a quedarse en el banquillo y sale de nuevo al campo a batear en lo que podría ser el último trabajo de su carrera. Esta vez, y pese a sus reticencias, cuenta con la inesperada ayuda de su hija, una talentosa abogada.

La película que nos devuelve al Eastwood actor supone el debut como director de Robert Lorenz, su socio productor de toda la vida (y su asistente de dirección en múltiples rodajes). Tras una serie de pulidas, Lorenz le entregó el guión a Eastwood, que aceptó salir de su breve retiro cediéndole la silla de director a su amigo para centrarse exclusivamente en Gus, un personaje hecho a su medida.

Gus Lobel es, lo que se dice, un viejo cascarrabias. Representa a la vieja escuela de cazatalentos, a aquellos que asisten a los partidos y que analizan con detalle a los jugadores; aquellos que perciben el talento desde las gradas.  Nada que ver con los ojeadores de ahora, alejados del campo de juego y más pendientes de las estadísticas que les dicta un ordenador.

Gus no desea jubilarse, pero quizás no tenga elección. El paso del tiempo no perdona y empieza a perder la visión, lo que automáticamente le dejaría fuera de juego. Los directivos de los Atlanta Braves comienzan a dudar de su criterio, así que su último trabajo es, quizás, la última oportunidad que tiene de demostrar que aún le queda cuerda para rato.

Pero no puede hacerlo sólo. Necesita ayuda, y ésta vendrá de su hija Mickey (Amy Adams), una empleada de un importante bufete de abogados de Atlanta cuyo esfuerzo y ambición están a punto de reportarle un jugoso ascenso.  


Gus y Mickey nunca han mantenido una satisfactoria relación como padre e hija. Él no estaba preparado para ser padre soltero después de la muerte de su esposa, por lo que Mickey vivió un año entero con unos familiares y pasó el resto de su tierna infancia en un internado.  Ahora mantienen el contacto pero apenas hablan de cosas importantes. En los pocos momentos que pasan juntos, el béisbol monopoliza su conversación. 

Gus siempre quiso lo mejor para ella. Las decisiones que tomó en el pasado, equivocadas o no, las tomó por el bien de su futuro.

Mickey se crió con el béisbol, aprendiendo de su padre todo lo que debía saber de este deporte. Y pese a los años que éste la mantuvo alejada no sólo de él sino también de las gradas, es la única persona que ahora puede echarle una mano.

Por supuesto, Gus se niega a ello, pero Mickey es tan testaruda como él, así que acabará acompañándole en su último viaje a Carolina del Norte para salvar su carrera, aunque eso suponga poner en peligro la suya propia. 

Aunque ambientada en el mundo del beisbol, la historia de “Golpe de efecto” gira en torno a la relación padre e hija de los personajes que interpretan Eastwood y Adams, quienes demuestran tener un gran química en pantalla. El contexto deportivo deja paso, pues, al drama familiar, aunque con un tono ciertamente ligero en donde predominan las pinceladas de humor. También hay lugar para reflexionar sobre el paso del tiempo, la vejez, las responsabilidades y los sueños, así como para aportar unas dosis de romance a través del personaje de Justin Timberlake (Johnny Flanagan), un exjugador de béisbol reconvertido en cazatalentos que aspira a ser comentarista y que entre tanto no duda en tratar de conquistar el corazón de la hija del hombre que le descubrió.  
  

Además, se aprovecha para reivindicar lo tradicional respecto a lo moderno, siendo así la antítesis de otra reciente película sobre béisbol, “Moneyball”. 

La estructura de la cinta, el tipo de personajes que presenta y cómo se desenvuelven en pantalla, así como la resolución de sus conflictos emocionales responden a estereotipos de sobra conocidos. Nada sorprende ni resulta especialmente novedoso. Eso convierte  la ópera prima de Lorenz una película de manual repleta de clichés (la escenita del lago es una plantilla utilizada hasta la saciedad). Y sin embargo, un servidor se ha visto complacido por su amable sencillez y su falta de pretensiones

Dada la presencia de Eastwood, quizás se espere de ella algo más que una correcta y agradable  película de sábado por la tarde, que es básicamente lo que -en apariencia- pretende y consigue ser.  

Eastwood está en su salsa y se nota. Y tenerlo de vuelta como actor es un regalo que merece la pena aprovechar aún cuando la película no sea el “gran regreso” que muchos esperaban o no vaya a situarse entre los trabajos más destacables y/o recordados de su filmografía.

“Golpe de efecto” es un ligero y tópico drama deportivo que ni engorda ni indigesta. Tanto la dirección como el guión resultan convencionales, pero el reparto (y ahí incluyo a Timberlake) le otorga un plus de calidad. Para algunos puede que resulte insatisfactoria; para quién esto escribe, el resultado se ajusta a lo que uno le pide a este tipo de propuestas. Ni más ni menos.


Lo mejor: vovler a ver a Eastwood delante la cámara.

Lo peor: su cúmulo de clichés.


Valoración personal: Correcta


sábado, octubre 27, 2012

“Argo” (2012) - Ben Affleck

Crítica Argo 2012 Ben Affleck

Poquito a poco, Ben Affleck está consiguiendo hacerse un hueco muy respetable como cineasta. Primero sorprendió a propios y extraños con su notable debut, “Adiós, pequeña, adiós”, y con “The Town”, pese a que en lo personal no me resultó tan gratificante, reafirmó que su pericia en su primer contacto tras las cámaras no fue un caso aislado (o la suerte del principiante, que se suele decir). 

Todo el beneplácito de público y crítica que Affleck se está ganando a pulso como director es el que le ha faltado –no sin razón- como actor. Puede que haya tardado demasiado tiempo en dar con su verdadera vocación (empezó a actuar con 12 años y a dirigir con 35), pero hay otros que no lo logran nunca. O quizás se trate simplemente de haber encontrado, por fin, el lugar que le corresponde en la industria, habida cuenta de las aptitudes demostradas. Y ya no hablamos sólo de su labor como director sino también de su faceta como guionista.

En cualquier caso, su último trabajo llega a nuestras carteleras precedido, nuevamente, de excelentes críticas. Y si esto termina por devenir en una costumbre, como parece ser que así será, poco habrá que reprocharle más que el reservarse los papeles protagónicos de sus propios largometrajes. Y es que con una historia tan suculenta entre manos, no había quién se resistiese.

4 de noviembre de 1979. La revolución iraní alcanza su momento de mayor tensión cuando unos militantes irrumpen en la embajada norteamericana en Teherán tomando a 52 norteamericanos como rehenes. Pero en medio del caos, seis de ellos consiguen escabullirse y encuentran refugio en la residencia del embajador canadiense, Ken Taylor. Conscientes de que es sólo cuestión de tiempo que los encuentren y posiblemente los asesinen, los gobiernos de Canadá y Estados Unidos piden la intervención de la CIA, que recurre a su mejor especialista en rescates, Tony Mendez, para que idee un plan que les permita sacarlos del país sanos y salvos.

Affleck aborda aquí un guión de Chris Terrio basado en el artículo de la revista Wired “The Great Escape” (“La gran evasión”), escrito por Joshuah Bearman, y en un capítulo de “El maestro del disfraz: mi vida secreta en la CIA”, del propio Antonio J. Mendez, protagonista de la historia que nos ocupa.

Para comprender el contexto en el que se relata la trama de “Argo” conviene hacer un repaso histórico de los hechos transcurridos varias décadas atrás. Y de eso es de lo que se encarga Affleck en los primeros minutos de la película. 

Mediante un breve prólogo nos resume, a grandes rasgos, cómo los estadounidenses (y también los británicos, que no se nos olvide) lograron expulsar del poder al primer ministro Mohammad Mosaddeq (que pretendía nacionalizar los recursos petrolíferos del país, cosa que no agradaba lo más mínimo a países dependientes como EE.UU.) y cómo ayudaron a Mohammad Reza Pahlavi a convertirse en emperador (o sha) de Irán, iniciándose así una serie de reformas que transformarían -valga la redundancia- el país al gusto de sus nuevos “amigos” políticos.

Al tiempo que el sha se enriquecía a base de bien, gran parte del pueblo se empobrecía, originando con ello un descontento masivo que, por supuesto, el gobierno trató de frenar con mano férrea.

A finales de los 70, la situación se hizo insostenible, con crecientes manifestaciones y continuas represalias por parte del poder policial del sha, quién a principios de 1979 acabaría huyendo exiliado en vistas de la inminente revolución que se le venía encima.

La sublevación del pueblo hizo crecer las protestas hasta llegar a la capital, Teherán, en donde se encontraba la Embajada de Estados Unidos. Justo ahí comienza la historia que se nos cuenta en “Argo”.


El secuestro de los trabajadores de la Embajada causa enorme conmoción en el mundo entero. El mayor problema, sin embargo, no reside en éstos rehenes, a los que se podría conseguir liberar de forma diplomática (y no sin dificultades), sino en los seis que han conseguido escapar y que corren el peligro de ser ejecutados en el momento en el que los revolucionarios iraníes den con su paradero (a ellos y a los samaritanos canadienses que arriesgan sus vidas dándoles cobijo).

Todas las estrategias que la inteligencia americana propone tienen pocas posibilidades de llegar a buen puerto, hasta que el experto en “exfiltraciones” Tony Mendez pone su disparatado plan sobre la mesa: aterrizar en Irán haciéndose pasar por productor de cine y lograr que los seis finjan ser un equipo de rodaje canadiense en busca de localizaciones para una exótica película de ciencia-ficción (una space opera al estilo Flash Gordon), para después marcharse del país en avión, como si tal cosa. 

Suena de locos, pero no hay un plan mejor. De hecho, éste es el plan “menos malo” que tienen entre manos. Así que le dan el visto bueno, y arreando que es gerundio.

Toda la parte en la que Mendez debe hacer creíble el interés de un estudio de Hollywod (Studio Six Productions) en busca de localizaciones en Irán para rodar allí una película de ciencien-ficción es, simple y llanamente, sublime. Y Terrio nos regala, de paso, una ácida crítica al mundillo hollywoodiense de la mano de dos personajes descacharrantes: John Chambers, un famoso artista de maquillaje y amigo de Mendez; y Lester Siegel, un deslenguado director en horas bajas. Ambos encarnados pero dos estupendos actores como son John Goodman y Alan Arkin.

Estas gratificantes notas de humorAr-goderse!) son un contrapunto perfecto a una historia, en realidad, bastante seria. Pero es que el plan –verídico- de Mendez resulta tan descabellado, que la película debe contagiarse irremediablemente de esa excentricidad latente. De hecho, es una de las claves por las que “Argo” se convierte en una propuesta excitante y perfectamente calibrada.

El tramo final correspondiente a la “gran escapada” resulta sorprendentemente intenso a sabiendas de conocerse de antemano el desenlace. Para ello, Affleck no renuncia a algunos de los típicos “truquitos” cinematográficos por excelencia (vehículos que no arrancan a la primera, por ejemplo) que permiten aumentar el nivel de tensión y suspense de esos minutos destinados a dejarnos sin uñas.


El punto flaco de la película, no obstante, reside en el propio Tony Mendez. Y no voy a hacer sangre al respecto, ya que pese a que nunca ha sido santo de mi devoción, debo reconocer que en los últimos tiempos Affleck ha mejorado considerablemente como actor (véase “Hollywoodland” o “The Company Men”). Sin embargo, aquí sus discretas aptitudes interpretativas van en consonancia al discreto calado dramático del protagonista, al que ya se le destina el mimo justo desde el guión (medianamente generoso en los últimos minutos de metraje). Claro que otro actor bien podría haber ofrecido más empaque y conseguir sacarle algo de punta a su personaje, aún a pesar de que la historia en sí parezca estar muy por encima de individualismos. 

La planificación y ejecución del plan orquestado por Mendez es el plato principal de un thriller ágil, inteligente y apto para todos los públicos. Y que pese a su contexto político, evita posicionarse sobre el conflicto exponiendo los hechos históricos de forma veraz, concisa y objetiva, permitiendo así que el espectador reflexione y juzgue por sí mismo. 

Es cierto que los americanos son los héroes de esta historia con final feliz (héroes en la sombra durante muchos años hasta que se archivó el caso), y así debe reflejarse en esta recreación (sin olvidar el apoyo canadiense, de incalculable valor), pero ni mucho menos son los buenos de la película, por así decirlo. Recordemos por qué se originó el malestar en la comunidad iraní, quién estuvo detrás del sha apoyándolo primero y protegiéndolo luego. Claro que eso tampoco justifica secuestro o asesinato alguno por parte de la milicia, por lo que aquí tampoco es cuestión de discernir entre “buenos” y “malos”.

Dejando eso a un lado, Affleck se confirma como un director hábil en el manejo de la cámara (a destacar cómo filma a lo Greengrass en medio del alboroto inicial a las puertas de la embajada para captar el bullicio imperante, para luego enderezar la cámara a medida que el plano se eleva por encima de la muchedumbre) y con una gran capacidad narrativa y escenográfica que aquí se tornan fielmente documentalistas en muchas ocasiones (las comparaciones fotográficas durante los créditos finales dan buena cuenta de ello). 

El sobresaliente resultado final convierte a “Argo” en uno de los títulos del año con serias posibilidades a rascar nominaciones en los Oscars (las estatuillas ya son otro cantar, que con la Academia nunca se sabe y los ninguneos son marca de la casa). Aunque esto último sería un reconocimiento adicional a su ya excelente acogida por parte del público y de la prensa especializada. Y eso, al fin y al cabo, es lo que de verdad importa.


Lo mejor: el humor y la tensión de varios segmentos.

Lo peor: el escaso retrato que ofrece de Tony Méndez.


Valoración personal: Buena.