sábado, octubre 27, 2012

“Argo” (2012) - Ben Affleck

Crítica Argo 2012 Ben Affleck

Poquito a poco, Ben Affleck está consiguiendo hacerse un hueco muy respetable como cineasta. Primero sorprendió a propios y extraños con su notable debut, “Adiós, pequeña, adiós”, y con “The Town”, pese a que en lo personal no me resultó tan gratificante, reafirmó que su pericia en su primer contacto tras las cámaras no fue un caso aislado (o la suerte del principiante, que se suele decir). 

Todo el beneplácito de público y crítica que Affleck se está ganando a pulso como director es el que le ha faltado –no sin razón- como actor. Puede que haya tardado demasiado tiempo en dar con su verdadera vocación (empezó a actuar con 12 años y a dirigir con 35), pero hay otros que no lo logran nunca. O quizás se trate simplemente de haber encontrado, por fin, el lugar que le corresponde en la industria, habida cuenta de las aptitudes demostradas. Y ya no hablamos sólo de su labor como director sino también de su faceta como guionista.

En cualquier caso, su último trabajo llega a nuestras carteleras precedido, nuevamente, de excelentes críticas. Y si esto termina por devenir en una costumbre, como parece ser que así será, poco habrá que reprocharle más que el reservarse los papeles protagónicos de sus propios largometrajes. Y es que con una historia tan suculenta entre manos, no había quién se resistiese.

4 de noviembre de 1979. La revolución iraní alcanza su momento de mayor tensión cuando unos militantes irrumpen en la embajada norteamericana en Teherán tomando a 52 norteamericanos como rehenes. Pero en medio del caos, seis de ellos consiguen escabullirse y encuentran refugio en la residencia del embajador canadiense, Ken Taylor. Conscientes de que es sólo cuestión de tiempo que los encuentren y posiblemente los asesinen, los gobiernos de Canadá y Estados Unidos piden la intervención de la CIA, que recurre a su mejor especialista en rescates, Tony Mendez, para que idee un plan que les permita sacarlos del país sanos y salvos.

Affleck aborda aquí un guión de Chris Terrio basado en el artículo de la revista Wired “The Great Escape” (“La gran evasión”), escrito por Joshuah Bearman, y en un capítulo de “El maestro del disfraz: mi vida secreta en la CIA”, del propio Antonio J. Mendez, protagonista de la historia que nos ocupa.

Para comprender el contexto en el que se relata la trama de “Argo” conviene hacer un repaso histórico de los hechos transcurridos varias décadas atrás. Y de eso es de lo que se encarga Affleck en los primeros minutos de la película. 

Mediante un breve prólogo nos resume, a grandes rasgos, cómo los estadounidenses (y también los británicos, que no se nos olvide) lograron expulsar del poder al primer ministro Mohammad Mosaddeq (que pretendía nacionalizar los recursos petrolíferos del país, cosa que no agradaba lo más mínimo a países dependientes como EE.UU.) y cómo ayudaron a Mohammad Reza Pahlavi a convertirse en emperador (o sha) de Irán, iniciándose así una serie de reformas que transformarían -valga la redundancia- el país al gusto de sus nuevos “amigos” políticos.

Al tiempo que el sha se enriquecía a base de bien, gran parte del pueblo se empobrecía, originando con ello un descontento masivo que, por supuesto, el gobierno trató de frenar con mano férrea.

A finales de los 70, la situación se hizo insostenible, con crecientes manifestaciones y continuas represalias por parte del poder policial del sha, quién a principios de 1979 acabaría huyendo exiliado en vistas de la inminente revolución que se le venía encima.

La sublevación del pueblo hizo crecer las protestas hasta llegar a la capital, Teherán, en donde se encontraba la Embajada de Estados Unidos. Justo ahí comienza la historia que se nos cuenta en “Argo”.


El secuestro de los trabajadores de la Embajada causa enorme conmoción en el mundo entero. El mayor problema, sin embargo, no reside en éstos rehenes, a los que se podría conseguir liberar de forma diplomática (y no sin dificultades), sino en los seis que han conseguido escapar y que corren el peligro de ser ejecutados en el momento en el que los revolucionarios iraníes den con su paradero (a ellos y a los samaritanos canadienses que arriesgan sus vidas dándoles cobijo).

Todas las estrategias que la inteligencia americana propone tienen pocas posibilidades de llegar a buen puerto, hasta que el experto en “exfiltraciones” Tony Mendez pone su disparatado plan sobre la mesa: aterrizar en Irán haciéndose pasar por productor de cine y lograr que los seis finjan ser un equipo de rodaje canadiense en busca de localizaciones para una exótica película de ciencia-ficción (una space opera al estilo Flash Gordon), para después marcharse del país en avión, como si tal cosa. 

Suena de locos, pero no hay un plan mejor. De hecho, éste es el plan “menos malo” que tienen entre manos. Así que le dan el visto bueno, y arreando que es gerundio.

Toda la parte en la que Mendez debe hacer creíble el interés de un estudio de Hollywod (Studio Six Productions) en busca de localizaciones en Irán para rodar allí una película de ciencien-ficción es, simple y llanamente, sublime. Y Terrio nos regala, de paso, una ácida crítica al mundillo hollywoodiense de la mano de dos personajes descacharrantes: John Chambers, un famoso artista de maquillaje y amigo de Mendez; y Lester Siegel, un deslenguado director en horas bajas. Ambos encarnados pero dos estupendos actores como son John Goodman y Alan Arkin.

Estas gratificantes notas de humorAr-goderse!) son un contrapunto perfecto a una historia, en realidad, bastante seria. Pero es que el plan –verídico- de Mendez resulta tan descabellado, que la película debe contagiarse irremediablemente de esa excentricidad latente. De hecho, es una de las claves por las que “Argo” se convierte en una propuesta excitante y perfectamente calibrada.

El tramo final correspondiente a la “gran escapada” resulta sorprendentemente intenso a sabiendas de conocerse de antemano el desenlace. Para ello, Affleck no renuncia a algunos de los típicos “truquitos” cinematográficos por excelencia (vehículos que no arrancan a la primera, por ejemplo) que permiten aumentar el nivel de tensión y suspense de esos minutos destinados a dejarnos sin uñas.


El punto flaco de la película, no obstante, reside en el propio Tony Mendez. Y no voy a hacer sangre al respecto, ya que pese a que nunca ha sido santo de mi devoción, debo reconocer que en los últimos tiempos Affleck ha mejorado considerablemente como actor (véase “Hollywoodland” o “The Company Men”). Sin embargo, aquí sus discretas aptitudes interpretativas van en consonancia al discreto calado dramático del protagonista, al que ya se le destina el mimo justo desde el guión (medianamente generoso en los últimos minutos de metraje). Claro que otro actor bien podría haber ofrecido más empaque y conseguir sacarle algo de punta a su personaje, aún a pesar de que la historia en sí parezca estar muy por encima de individualismos. 

La planificación y ejecución del plan orquestado por Mendez es el plato principal de un thriller ágil, inteligente y apto para todos los públicos. Y que pese a su contexto político, evita posicionarse sobre el conflicto exponiendo los hechos históricos de forma veraz, concisa y objetiva, permitiendo así que el espectador reflexione y juzgue por sí mismo. 

Es cierto que los americanos son los héroes de esta historia con final feliz (héroes en la sombra durante muchos años hasta que se archivó el caso), y así debe reflejarse en esta recreación (sin olvidar el apoyo canadiense, de incalculable valor), pero ni mucho menos son los buenos de la película, por así decirlo. Recordemos por qué se originó el malestar en la comunidad iraní, quién estuvo detrás del sha apoyándolo primero y protegiéndolo luego. Claro que eso tampoco justifica secuestro o asesinato alguno por parte de la milicia, por lo que aquí tampoco es cuestión de discernir entre “buenos” y “malos”.

Dejando eso a un lado, Affleck se confirma como un director hábil en el manejo de la cámara (a destacar cómo filma a lo Greengrass en medio del alboroto inicial a las puertas de la embajada para captar el bullicio imperante, para luego enderezar la cámara a medida que el plano se eleva por encima de la muchedumbre) y con una gran capacidad narrativa y escenográfica que aquí se tornan fielmente documentalistas en muchas ocasiones (las comparaciones fotográficas durante los créditos finales dan buena cuenta de ello). 

El sobresaliente resultado final convierte a “Argo” en uno de los títulos del año con serias posibilidades a rascar nominaciones en los Oscars (las estatuillas ya son otro cantar, que con la Academia nunca se sabe y los ninguneos son marca de la casa). Aunque esto último sería un reconocimiento adicional a su ya excelente acogida por parte del público y de la prensa especializada. Y eso, al fin y al cabo, es lo que de verdad importa.


Lo mejor: el humor y la tensión de varios segmentos.

Lo peor: el escaso retrato que ofrece de Tony Méndez.


Valoración personal: Buena.

domingo, octubre 07, 2012

“El fraude (Arbitrage)” (2012) - Nicholas Jarecki

Crítica El fraude  Arbitrage Nicholas Jarecki

Los años no pasan en balde, y Richard Gere lo sabe. El que fue uno de los grandes sex symbols de los 80 y 90, hoy día cuenta ya con 63 tacos a sus espaldas, por lo que no es plan de seguir mostrando sus encantos masculinos (sonrisa Profident mediante) en comedias románticas de medio pelo.  Y no es que haya abandonado el género por completo, pues todavía se presta a seguir siendo la opción cinéfilo-romántica de las maduritas de turno que han crecido estampando sus fotos en la agenda del colegio, pero sí es evidente que estas producciones han dejado de ser la nota predominante de su filmografía más reciente.

No se puede negar que a lo largo de su carrera  ha procurado desligarse del encasillamiento con algún que otro proyecto eventual, pero casi siempre ha reincidido en el género que mayor fama le ha otorgado, con lo que no siempre ha resultado fácil que la crítica (ni tampoco gran parte del público) se lo tomara en serio como actor. Ahora, no obstante, sus apuestas son más variadas, dentro de lo que la industria de Hollywood le permite a un hombre de su edad (que según el aprecio o el rechazo que te tengan y lo bueno o malo que sea tu agente, puede ser mucho o poco).

Algunos de sus últimos trabajos le han reportado numerosos halagos e incluso algún que otro galardón de prestigio (el Globo de Oro a Mejor Actor en Comedia-Musical por “Chicago”), con lo que parece que Gere desea dejar un legado con algo más de enjundia del que se le preveía en sus inicios.

 “El fraude” sigue en esa línea de proyectos suficientemente interesantes como para prestarles la debida atención.

Robert Miller (Richard Gere) es un magnate que en la víspera de su 60 cumpleaños parece el perfecto retrato del éxito americano en su vida profesional y familiar. Sin embargo, tras esa fachada de feliz comodidad, se esconde la cruda realidad: Miller está con el agua al cuello, desesperado por completar la venta de su imperio a un gran banco antes de que quede expuesto un fraude que ha cometido. Además, mantiene un romance con una marchante de arte francesa (Laetitia Casta) a espaldas de su mujer (Susan Sarandon) y su hija (Brit Marling). Justo cuando se dispone a deshacerse de su problemático imperio, un sangriento e inesperado error le pondrá entre las cuerdas.

Con la crisis económica como telón de fondo (el personaje de Miller bien podría ser el vivo ejemplo del tipo de personas que han pisoteado la economía capitalista de medio mundo), el debutante en estas lides Nicholas Jarecki nos sumerge en un tenso thriller en el que el protagonista se encuentra entre la espada y la pared por culpa de, por un lado, su mala gestión en los negocios; y por el otro, de un desafortunado accidente. Dos hechos que entran en conflicto en el peor momento de su vida.

La mala inversión de Miller en una compañía que, en principio, debía reportarle una fortuna, le acaba haciendo perder un buen montón de dinero, por lo que decide recurrir a un prestamista para tapar el agujero de sus cuentas. Obviamente, con semejantes pérdidas en su haber, el negocio no puede seguir adelante, por lo que necesita deshacerse inmediatamente de él y así encasquetarle el problema  a otro.


En apariencia, Miller es el perfecto hombre de negocios, y el suyo va viento en popa a ojos de de los demás. Ni su propia hija, jefa del Departamento de Inversiones, sospecha nada del asunto. Pero la realidad es bien distinta. Por eso Miller se encuentra en conversaciones con un banco para que le compre el negocio, y por eso es tan importante cerrar el trato antes de que se huelan la estafa.

Por si esto no le tuviera suficientemente angustiado, surge un nuevo problema derivado de su affair extramatrimonial. Y es algo tan peliagudo que pone a la policía tras su pista, y más concretamente al detective Michael Bryer, un sabueso duro de roer al que no se le escapa ni una y que está dispuesto a hacer lo que sea (acosar y presionar a su único testigo o, si es preciso, cruzar él mismo la línea de la legalidad) para meter a Miller entre rejas. Y es que Bryer, un tipo de clase media, está harto que los tipos como Miller, pertenecientes a la alta sociedad, campen a sus anchas por el mundo sin responder por sus pecados; tipos que gracias a su dinero, su poder y/o sus influencias evaden las consecuencias  de sus actos o consiguen que otros paguen el pato por ellos.  Pero esta vez el detective no está dispuesto a dejar que su sospechoso se libre tan fácilmente.

Por tanto, tenemos a nuestro protagonista en una encrucijada con dos flancos abiertos que le están asfixiando. El destape de uno de sus secretos le podría poner en el punto de mira del otro y, por consiguiente, perderlo todo de una tacada. Está en juego su futuro y el de su familia; su negocio, su estatus social y también su matrimonio.

La película podría haber funcionado perfectamente como thriller financiero a secas, sin añadir un componente criminal a la trama. Sin embargo, Jarecki, que también se encarga del guión, decide jugar a dos bandas, abriendo ambos frentes de presión hacia el protagonista. Consigue que ambos funcionen sin estorbarse y, lo que es mejor, complementándose a la perfección, logrando un audaz equilibrio entre las partes en conflicto.


Ahí entra también la actuación de Richard Gere, capaz, sin titubeos, de llevar a cuestas prácticamente todo el peso de la historia. Ya no se trata de seducir a bellas mujeres (que también), sino de seducir a las gentes del mundo de las altas finanzas. Y Gere les convence a ellos y nos convence a nosotros.

Miller es el mayor fraude de la película; es un fraude como empresario y un fraude como marido. No nos compadecemos de él, e incluso deseamos que pague con la cárcel por lo que ha hecho.
El espectador no siente, por tanto, ninguna simpatía hacia el protagonista, y no siempre es fácil de manejar a un protagonista así de cara a mantener el interés del respetado. Pero el director lo consigue y nos mantiene en vilo hasta su verosímil final; el cual, dicho sea de paso, es el que cabría de esperar de este tipo de situaciones. 

Conviene apuntarse el nombre de Nicholas Jarecki después de su debut con este (muy) solvente thriller.


Lo mejor: su ritmo; Richard Gere.

Lo peor: algunos personajes cliché.


Valoración personal: Correcta