viernes, noviembre 23, 2012

“Golpe de efecto” (2012) – Robert Lorenz

En 2008, y con más de 50 años de carrera sobre sus espaldas, Clint Eastwood  anunciaba su retirada de la interpretación, afirmando que ya había dado al cine todo lo que podía dar como actor. Una noticia que, a sus 78 años, nos parecía lógica y respetable, pero que no por ello dejaba de entristecernos. Aquel año estrenaba “Gran Torino”, en la que volvía a ejercer de director y actor protagonista, y que se convertía en todo un éxito de crítica y público, aunque luego fuese injustamente ignorada por la Academia.  Dicho filme  suponía su última aparición ante las cámaras, por lo que su visionado desprendía cierto regusto a despedida.
Pero nunca digas nunca jamás. Y si no que le pregunten a Viggo Mortensen o a Kevin Spacey, que anunciaron su jubilación anticipada antes de tiempo y ahí siguen, dando el callo.

Han pasados cinco años desde aquellas declaraciones, y Eastwood vuelve al redil con “Trouble with the Curve”, libremente traducida aquí como “Golpe de efecto”. Y lo más sorprendente es que regresa dejándose dirigir por un tercero, algo que no ocurría desde “En la línea de fuego”, hace ya casi veinte años.

Gus Lobel (Clint Eastwood) ha sido uno de los mejores cazatalentos de béisbol durante décadas, pero, a pesar de sus esfuerzos por esconderlo, su edad empieza a pasarle factura.  Sin embargo, Gus se niega  a quedarse en el banquillo y sale de nuevo al campo a batear en lo que podría ser el último trabajo de su carrera. Esta vez, y pese a sus reticencias, cuenta con la inesperada ayuda de su hija, una talentosa abogada.

La película que nos devuelve al Eastwood actor supone el debut como director de Robert Lorenz, su socio productor de toda la vida (y su asistente de dirección en múltiples rodajes). Tras una serie de pulidas, Lorenz le entregó el guión a Eastwood, que aceptó salir de su breve retiro cediéndole la silla de director a su amigo para centrarse exclusivamente en Gus, un personaje hecho a su medida.

Gus Lobel es, lo que se dice, un viejo cascarrabias. Representa a la vieja escuela de cazatalentos, a aquellos que asisten a los partidos y que analizan con detalle a los jugadores; aquellos que perciben el talento desde las gradas.  Nada que ver con los ojeadores de ahora, alejados del campo de juego y más pendientes de las estadísticas que les dicta un ordenador.

Gus no desea jubilarse, pero quizás no tenga elección. El paso del tiempo no perdona y empieza a perder la visión, lo que automáticamente le dejaría fuera de juego. Los directivos de los Atlanta Braves comienzan a dudar de su criterio, así que su último trabajo es, quizás, la última oportunidad que tiene de demostrar que aún le queda cuerda para rato.

Pero no puede hacerlo sólo. Necesita ayuda, y ésta vendrá de su hija Mickey (Amy Adams), una empleada de un importante bufete de abogados de Atlanta cuyo esfuerzo y ambición están a punto de reportarle un jugoso ascenso.  


Gus y Mickey nunca han mantenido una satisfactoria relación como padre e hija. Él no estaba preparado para ser padre soltero después de la muerte de su esposa, por lo que Mickey vivió un año entero con unos familiares y pasó el resto de su tierna infancia en un internado.  Ahora mantienen el contacto pero apenas hablan de cosas importantes. En los pocos momentos que pasan juntos, el béisbol monopoliza su conversación. 

Gus siempre quiso lo mejor para ella. Las decisiones que tomó en el pasado, equivocadas o no, las tomó por el bien de su futuro.

Mickey se crió con el béisbol, aprendiendo de su padre todo lo que debía saber de este deporte. Y pese a los años que éste la mantuvo alejada no sólo de él sino también de las gradas, es la única persona que ahora puede echarle una mano.

Por supuesto, Gus se niega a ello, pero Mickey es tan testaruda como él, así que acabará acompañándole en su último viaje a Carolina del Norte para salvar su carrera, aunque eso suponga poner en peligro la suya propia. 

Aunque ambientada en el mundo del beisbol, la historia de “Golpe de efecto” gira en torno a la relación padre e hija de los personajes que interpretan Eastwood y Adams, quienes demuestran tener un gran química en pantalla. El contexto deportivo deja paso, pues, al drama familiar, aunque con un tono ciertamente ligero en donde predominan las pinceladas de humor. También hay lugar para reflexionar sobre el paso del tiempo, la vejez, las responsabilidades y los sueños, así como para aportar unas dosis de romance a través del personaje de Justin Timberlake (Johnny Flanagan), un exjugador de béisbol reconvertido en cazatalentos que aspira a ser comentarista y que entre tanto no duda en tratar de conquistar el corazón de la hija del hombre que le descubrió.  
  

Además, se aprovecha para reivindicar lo tradicional respecto a lo moderno, siendo así la antítesis de otra reciente película sobre béisbol, “Moneyball”. 

La estructura de la cinta, el tipo de personajes que presenta y cómo se desenvuelven en pantalla, así como la resolución de sus conflictos emocionales responden a estereotipos de sobra conocidos. Nada sorprende ni resulta especialmente novedoso. Eso convierte  la ópera prima de Lorenz una película de manual repleta de clichés (la escenita del lago es una plantilla utilizada hasta la saciedad). Y sin embargo, un servidor se ha visto complacido por su amable sencillez y su falta de pretensiones

Dada la presencia de Eastwood, quizás se espere de ella algo más que una correcta y agradable  película de sábado por la tarde, que es básicamente lo que -en apariencia- pretende y consigue ser.  

Eastwood está en su salsa y se nota. Y tenerlo de vuelta como actor es un regalo que merece la pena aprovechar aún cuando la película no sea el “gran regreso” que muchos esperaban o no vaya a situarse entre los trabajos más destacables y/o recordados de su filmografía.

“Golpe de efecto” es un ligero y tópico drama deportivo que ni engorda ni indigesta. Tanto la dirección como el guión resultan convencionales, pero el reparto (y ahí incluyo a Timberlake) le otorga un plus de calidad. Para algunos puede que resulte insatisfactoria; para quién esto escribe, el resultado se ajusta a lo que uno le pide a este tipo de propuestas. Ni más ni menos.


Lo mejor: vovler a ver a Eastwood delante la cámara.

Lo peor: su cúmulo de clichés.


Valoración personal: Correcta