viernes, septiembre 13, 2013

“La gran familia española” (2013) - Daniel Sánchez Arévalo

La familia. Padres, hermanos, abuelos, primos, tíos, hijos… Todas esas personas que, con un mayor o menor vínculo de sangre, forman parte -de un modo u otro- de nuestra vida. Personas con las que puedes llevarte a matar o por las que darías tu vida.

Esas personas hablan de nosotros, de quiénes somos (y quiénes hemos sido), y sobre todo de qué lugar ocupamos en ese pequeño e íntimo círculo familiar. Y es que la familia nos define (o al menos una parte) tanto para lo bueno como para lo malo, y puede sacar lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros.

Hay otro tipo de familias, por supuesto. La familia que se crea alrededor de un grupo de amigos, sin ir más lejos. Pero de la que Daniel Sánchez Arévalo nos habla aquí es de aquellos seres queridos a los que llamamos papá, mamá o hermano, y a las que, probablemente, les decimos “te quiero” con menos frecuencia de la que deberíamos hacerlo. Esas personas a las que no elegimos pero con las que debemos convivir y, en principio, llevarnos bien. Y como la mayoría sabemos, eso no siempre es fácil, y menos aún si esa familia es numerosa, como la de nuestros protagonistas.

Efraín, el menor de cinco hermanos (Adán, Benjamín, Caleb y Daniel), tiene dieciocho años recién cumplidos, y está a punto de casarse. No le importa ni la edad ni lo que los demás opinen; tan sólo le importa su amor por Carla y el saber que quiere pasar el resto de su vida con ella (o al menos eso es lo que cree saber). Ni siquiera parece preocuparle demasiado que la fecha elegida para la boda coincida con el día en el que la selección española de fútbol juega la final del Mundial de Sudáfrica. Pero claro, quién iba a imaginar que llegaríamos a la final…

Mientras una buena parte del país se paraliza ante tal acontecimiento deportivo, en la boda de Efraín y Carla no pararán de sucederse cosas. Y algunas de ellas puede que cambien sus vidas para siempre…

Tras el éxito de “Primos”, una de las películas más taquilleras de 2011 (y para un servidor, una de las mejores comedias dramáticas de nuestro cine), Daniel Sánchez Arévalo dejó el listón muy alto. Quizás por ese motivo la expectación por su cuarto largometraje ha sido, a título personal, bastante significativa, así como los temores a una posible decepción también han acechado, implacables, cuál ave rapaz sobre su presa.

Al igual que en la citada “Primos” (y con la que comparte parte de su estupendo elenco), en “La gran familia española” el director aúna comedia y drama para tratar de diseccionar las penas y las alegrías de una serie de personajes que, también en este caso, están unidos por un vínculo familiar. Y pese a lo que pueda sugerir el título de la película, en ningún momento trata ésta de plasmar al prototipo de “familia española” como tal, aunque de bien seguro podamos reconocer en ella a algún miembro de nuestra propia familia o incluso vernos reflejados a nosotros mismos.

En realidad, la familia de Efraín es una familia como cualquier otra, si bien la particularidad de ésta reside en lo numeroso de sus hermanos y, por tanto, en el mayor número de conflictos a sucederse a lo largo del metraje, cuya historia se desarrolla en un marco incomparable: una boda, lugar en dónde se reúnen tanto la familia de sangre como la política, y en dónde cualquier cosa puede ocurrir. Y dicha boda transcurre, para más inri, durante la celebración de un evento clave dentro de la historia del deporte nacional.


Conviene, no obstante, aclarar que no estamos ni mucho menos ante una cinta sobre fútbol como lo puedan ser “El penalti más largo del mundo” o “Días de futbol”. Aquí, la final Mundial de Sudáfrica actúa como telón de fondo, de forma casi anecdótica, aunque al mismo tiempo se establezcan ciertos paralelismos con lo ocurre en el terreno de juego y los acontecimientos que se van sucediendo a lo largo del caótico enlace nupcial de Efraín y Carla. Caótico porque, entre otras cosas que es preferible no desvelar, saldrán a la luz algunos de los secretos más íntimos y mejor guardados de los miembros que componen esta gran y variopinta familia.

Nuevamente, una de las claves que hacen tan estimable y elogiable una propuesta como “La gran familia española” es la cercanía de sus personajes, la (aparente) facilidad con que Sánchez Arévalo consigue que les cojamos cariño a todos prácticamente desde el minuto uno. Lo inevitable que resulta que sus alegrías nos arranquen una sonrisa y que sus penas nos encojan el corazón. Una catarsis que sé consigue gracias a la naturalidad de su magnífico reparto (del primero al último; del más joven al más canoso) y a la franqueza de sus diálogos.

La mezcla de drama y comedia que nos brinda el director funciona de maravilla, si bien en esta ocasión el peso del melodrama es mucho mayor que en su anterior trabajo. La tragedias y las miserias familiares, los desengaños de unos y las inseguridades de otros, los miedos… Todo ello explosiona y fluye a lo largo de poco más de 90 minutos en los que Efrián y compañía deben tomar decisiones de vital importancia. Decisiones, algunas de ellas, que no sólo les afectan a ellos (y a ellas) de forma individual sino también a quienes les rodean (el plan de Adán para terminar con su mala racha económica o los dos “tríos amorosos” que se establecen entre Efraín, Carla y Mónica por un lado; y Caleb, Daniel y Cris por el otro).
Así, “La gran familia española” culmina en un espléndido canto a la familia y al amor verdadero, logrando divertir y, sobre todo, conmover al espectador (especialmente en su tercio final). Una película que deja un enorme y tierno poso al término de la proyección,  volviendo a demostrar lo bien que se le da la dramedia y la construcción de personajes entrañables a este director.


P.D.: Los nombres de los protagonistas, tal y como se explica al inicio, responden al homenaje implícito que se le rinde al (maravilloso) musical “Siete novias para siete hermanos”.


Lo mejor: el sabio equilibrio entre comedia y drama; la naturalidad de los diálogos; el reparto.

Lo peor: para un servidor, poco amante del fútbol, dicho detalle no le aporta demasiado interés, pese a los paralelismos que se establecen con la historia y personajes de la película.


Valoración personal: Excelente

sábado, enero 26, 2013

“El vuelo” (2012) – Robert Zemeckis



“Ya era hora”. Eso es lo que muchos -sino la inmensa mayoría- pensamos cuando leímos la noticia de que Robert Zemeckis volvía a la acción real. En los últimos años, éste se había entregado por completo al cine de animación, tanto en su faceta de director como en la de productor, experimentando con la conocida técnica de la motion capture o captura de movimiento. Tratándose del responsable de una joya como “¿Quién engañó a Roger Rabbit?”, esta semi-nueva faceta debía haber supuesto una alegría para todos, sin embargo, los resultados fueron bastante desiguales y no demasiado satisfactorios (tecnología aparte). 

Dejando a un lado la dispar calidad de sus producciones animadas (unas mejores que otras), lo cierto es que ninguna llegó a ser un éxito de taquilla (ni tan siquiera resultaron medianamente rentables), y es posible que el sonado fracaso de “Mars Needs Moms” (en dónde ejercía de productor) fuera para que Zemeckis la gota que colmara el vaso. Hasta resulta irónico que una de las mejores producciones basadas en la motion capture no haya sido obra suya, sino de un tal Spielberg (Tintín), si bien a nivel de taquilla tampoco ésta colmó las expectativas del estudio.

El director aparca indefinidamente los píxels para volver a dirigir a actores de carne y hueso,  y lo hace no con una propuesta de género (lo cual me hubiera hecho el doble de ilusión) sino con un drama sobre el alcoholismo. 

Lo que parecía un viaje rutinario se convierte, en cuestión de minutos, en una auténtica pesadilla  para la tripulación del vuelo 227 a Atlanta. El capitán Whip Whitaker (Denzel Washington), piloto del avión, se ve obligado a realizar un forzoso aterrizaje de emergencia gracias al cual salvan la vida un centenar de pasajeros. Al instante, Whip se convierte en un héroe nacional, y su rostro copa las noticiaros de todo el país. Sin embargo, cuando se pone en marcha la investigación para determinar las causas de la avería, se descubre que, quizás, fuese el piloto quien pusiera en peligro la vida de los pasajeros debido a su alcoholismo.

Podríamos englobar “Flight” dentro del género de catastrofista, pero eso sería un error, ya que eso es tan sólo una pequeña parte de lo que nos cuenta Zemeckis. De hecho,  el accidente inicial, que propicia unos primeros veinte minutos de infarto, no es más que una elaborada treta para magnificar el discurso crítico de la película y situar al protagonista en un contexto dramático más intenso y, a poder ser,  intrigante. Dicho de otro modo, el tema central es el alcoholismo que atormenta al personaje de Washington y no tanto si éste es o no es culpable –directa o indirectamente- del terrible accidente aéreo. En realidad, la “culpa” de Whip va más allá de un suceso en concreto (el accidente) y supone un cargo de conciencia mucho más genérico que abarca tanto el ámbito profesional (la vergüenza y la inconsciencia que supone pilotar un avión ebrio) como el personal (divorciado y con un hijo adolescente que no le devuelve las llamadas).

Whip es un gran piloto, y eso lo saben sus compañeros y sus allegados. Pero su “oscuro pasajero”, como diría un tal Dexter Morgan, es un hombre débil adicto al alcohol, y la única forma de vencerlo es plantándole cara. Esa es la lucha que el personaje afronta a lo largo de la película. 

Para intentar dejar una adicción primero hay que reconocer que se padece dicha adicción, y ese el paso que más cuesta. Para el protagonista de esta historia, el problema se agrava al verse involucrado en un accidente que podría costarle su carrera y, lo que es peor, mandarle a la cárcel de por vida.

 Al principio, tras el susto y el pesado recuerdo de las víctimas (entre ellas, SPOILER--  su amante --FIN PSOILER), la primera reacción es deshacerse de todo el alcohol que está a su alcance. Pero cuando la investigación sobre el accidente empieza a señalarle a él como posible causante de la tragedia, todo cambia. El recién nombrado héroe nacional se viene abajo y recae de nuevo, ahogando las penas en vasos de vodka, wishky y todo lo que pilla por el camino.

El guionista lanza un rayo de luz, de esperanza, en el insoportable día a día de Whip a través de Nicole (una guapísima Kelly Reilly), otra adicta que, tras una sobredosis casi mortal, ha decido encauzar su vida. Ella, mejor que nadie, sabe lo que es la dependencia a una droga (sea ésta legal o no), así que trata, en la medida de lo posible, de ayudarle. La pregunta que debe hacerse Whip es si necesita ayuda (la suya o la de un profesional, eso ya es lo de menos), pero esa cuestión, por ahora, está lejos de debate. Su única preocupación es que su historial como bebedor compulsivo no incline la balanza en su contra en un caso de negligencia que podría condenarle, en el peor de los casos, a cadena perpetua.


Zemeckis capta la derrota del personaje en sus peores momentos, en esa espiral de degradación a la que es arrastrado debido al consumo excesivo de alcohol y drogas (atención a su principal proveedor: un John Goodman maravillosamente macarra), y que alcanza su cénit justo en el momento más crucial del caso. 

El accidente de avión, la posterior investigación y demás, funcionan como un original y muy efectivo envoltorio a lo que viene a ser una sólido drama –no exento de moralina- centrado en el alcoholismo, y cuya principal víctima es un respetado piloto de avión como podría haber sido un empleado de banca o el panadero del barrio. En cualquiera de estos casos, las víctimas colaterales seguirían siendo amigos, familiares y compañeros de trabajo, sólo que en este caso en particular hay que añadir los pasajeros que dependen de él, pues justo en el momento en el que se acomoda en el asiento del piloto, sus vidas quedan en sus manos (y en las de Dios, si hacemos caso a su religioso copiloto).

Washington, secundado por una buena trupe de secundarios (valga la redundancia), realiza un magnífico trabajo con un papel que es todo un caramelo para el actor. Tanto él como la película merecían mayor reconocimiento del que han tenido, aunque la crítica se ha dejado seducir fácilmente por esta historia de redención y superación personal. Además, nos permite comprobar que Zemeckis sigue en forma y que se atreve a mostrarnos algo tan inusual dentro su filmografía como es un desnudo integral femenino (rodado, eso sí, a contraluz; porque Zemeckis es, ante todo, un cineasta elegante).

P.D.: En su próximo trabajo, Timeless, Zemeckis recuperará el tema de los viajes en el tiempo. Se me ponen los dientes largos.


Lo mejor: los primeros 20 minutos; Denzel Washington; las apariciones de John Goodman a ritmo de rock'n'roll.

Lo peor: cierto tufillo moral/religioso.


Valoración personal: Buena

“El lado bueno de las cosas (Silver Linings)” (2012) – David O. Russell



Con siete nominaciones a los Oscars, otras seis a los Globos de Oro y unas críticas más que decentes, “The Fighter” supuso el relanzamiento del director y guionista David O. Russell, cuya filmografía hasta el momento había pasado bastante inadvertida para el gran público. 

Desde entonces, su caché se ha revalorizado hasta el punto de que su nombre suene para proyectos mainstraim como la adaptación del videojuego “Uncharted: Drake's Fortune”, algo que finalmente no ha llegado a suceder. Tras infinidad de rumores acerca de su argumento y el posible reparto, el director terminó desentendiéndose del blockbuster para finalmente rodar algo más modesto.

Tras pasar ocho meses en una institución mental por agredir al amante de su mujer, Pat (Bradley Cooper) vuelve con lo puesto a vivir en casa de sus padres (Robert De Niro y Jacki Weaver). Dispuesto a recuperar a su ex-mujer, Pat decide mantener una actitud positiva e intentar encontrar el lado bueno de las cosas. Pero en sus planes no entraba conocer a Tiffany (Jennifer Lawrence), una chica con ciertos problemas y no muy buena fama en el barrio. Su primer contacto no resulta demasiado afortunado, pero pronto se desarrollará un vínculo muy especial entre ambos que les ayudará a seguir adelante con sus vidas.

Tras un drama deportivo no demasiado original pero si muy bien armado, O. Russell se nos ablanda un poco y nos trae esta vez una historia romántica entre Bradley Cooper, actor en alza desde hace algunos añitos, y Jennifer Lawrence, la nueva chica de moda. Ambos en unos papeles previstos inicialmente para Mark Walhberg y Angelina Jolie, respectivamente. Ni qué decir que hemos salido ganando –y mucho- con el cambio.

Lo cierto es que la película no pasaría de ser una comedia romántica al uso en base al ya clásico punto de partida de “chico conoce chica” si no fuera por el tipo de personajes que maneja el guión, y que para el caso resultan bastante inusuales.

A grandes rasgos, Pat vendría a ser un cornudo con trastorno bipolar, y Tiffany una viuda con inclinaciones ninfómanas. El primero está obsesionado con recuperar a su exesposa, y la segunda con tener un amigo. El destino les junta y enseguida salta la chispa ¿del amor? En principio, su relación es algo tormentosa, pero poco a poco se sienten más cómodos en lo que empieza siendo una amistad de conveniencia. Se dicen el uno al otro lo que piensan, y eso, aunque motive alguna que otra bronca, en realidad les permite entenderse y comprenderse mejor.

Pero cuando los sentimientos empiezan a aflorar entre ambos, también lo hacen las pequeñas mentiras. 

 
A medida que avanza la historia entre los personajes, éstos se van “normalizando” y perdiendo un poco de la frescura y locura iniciales. Eso afecta al desarrollo de su relación, que poco a poco se va volviendo algo más previsible y tópica, especialmente durante el tramo final. Sin embargo, el guión sabe sortear con bastante humor e ingenio los clichés más resabidos del género romántico, dándole un toque de excentricidad que a ratos desemboca en situaciones realmente hilarantes. Y ése es precisamente el encanto de la película. 

La concepción de los personajes se aleja bastante de los estándares tanto por su vulnerabilidad o su franqueza como por sus vínculos emocionales con el entorno familiar. La relación de Pat con su padre es cuasi inexistente debido a su falta de comunicación y a la dificultad de ambos por exteriorizar sus sentimientos. Lo que más le une a Tiffany es, no obstante, acarrear el estigma de ser “la oveja negra de la familia”, por lo que en seguida se sienten identificados el uno con el otro, facilitando así una conexión que difícilmente lograrían establecer con otra persona.  Sus conflictos personales no se parecen en nada, ni su forma de afrontarlos, pero si el cómo se sienten -vulnerables, dolidos, impotentes- ante ellos.

Pat y Tiffany, Cooper y Lawrence. Ellos son la pieza clave de una película sencilla y agradable que logra encandilarnos con facilidad.


Lo mejor: la pareja protagonista y sus transtornados personajes.

Lo peor: su previsibilidad hacia el final.


Valoración personal: Buena
 

“Lincoln” (2012) – Steven Spielberg


En 1865, mientras la Guerra Civil Americana se acerca a su fin, el presidente Abraham Lincoln propone la instauración de una enmienda que prohíba la esclavitud en los Estados Unidos. Sin embargo, esto presenta un gran dilema: si la paz llega antes de que se acepte la enmienda, el Sur tendrá poder para rechazarla y mantener la esclavitud; si la paz llega después, cientos de personas seguirán muriendo en el frente. En una carrera contrarreloj para conseguir los votos necesarios, Lincoln se enfrenta a la mayor crisis de conciencia de su vida


Pese a lo que su título pueda sugerir, la película de Spielberg no es ni mucho menos un biopic del decimosexto Presidente de los Estados Unidos, sino que se centra en los últimos cuatro meses de su vida y los más conflictivos de su presidencia. Periodo durante el cual también consiguió sus logros más trascendentales en la historia de América.

Estados Unidos es un país dividido por una Guerra Civil que enfrenta los estados del Norte (la Unión) contra once estados del Sur que en 1861, justo cuando Lincoln tomó posesión de su cargo, proclamaron su independencia deviniendo en los Estados Confederados de América. 

La contienda lleva cuatro años cobrándose la vida de miles de soldados tanto de un bando como del otro. Nadie quiere postergar esa agonía por más tiempo, y mucho menos el Presidente Lincoln. Pero hay algo que a éste aún le preocupa, y es abolir la esclavitud.

El director se centra exclusivamente en los esfuerzos de Lincoln por aprobar la Decimotercera Enmienda a la Constitución de los EE.UU. y abolir así la esclavitud en todo el país. Teniendo en cuenta que la paz entre el norte y el sur podría estar cerca, la decisión del presidente de priorizar tal hazaña es, cuanto menos, arriesgada; y, por supuesto, cuestionada incluso por voces dentro de su propio partido. Lincoln lo tiene prácticamente todo en contra, y se la juega pese a la presión pública y personal a la que está sometido.

Así pues, como espectadores nos adentramos en el interior de la Casa Blanca para ser testigos de las discusiones que tienen lugar en sus despachos y de las estrategias y tejemanejes que surgen de éstas. De este modo, observamos cómo se lleva a cabo el proceso que ha de cambiar para siempre el futuro de toda una nación. Eso significa mostrarnos las tretas que el partido republicano planea para conseguir los votos a favor de la enmienda constitucional necesarios para ganar la votación y que ésta forme parte de los cimientos de la legislación del estado. Tretas que pasan por el continuo “acoso” a los demócratas indecisos o incluso el soborno encubierto (Lincoln no está dispuesto a comprar –literalmente- los votos, pero sí a conseguirlos mediante la oferta de puestos de empleo). Eso sí, Spielberg se toma esa ligera perversión de la democracia (a la que tanto valor se le otorga a lo largo de la película) con cierto grado de humor (¿el fin justifica los medios?). Probablemente no desee tomar partido del debate ético que supondría analizar dicho comportamiento, pero sí es evidente que, de algún modo, suaviza tales acciones al tiempo que las expone con un leve atisbo de crítica. Quizás no esté de acuerdo con el procedimiento pero tampoco trata de ocultarlo u omitirlo, que ya es algo. 


El relato es riguroso y denso en su mayor parte, dado que lo que se nos muestra es política pura y dura. Y lo es prácticamente desde el inicio, con lo que es posible que al principio cueste un poco sumergirse en el torrente de información que maneja el guión. Pero una vez entras de lleno en el filme, éste llega a su fin casi sin que te des cuenta. Son cerca de tres horas de historia americana (extendible, en su trasfondo, a la totalidad del mundo) que acaban pareciendo menos de lo que en realidad son, siempre y cuando el tema sea, como mínimo, de tu interés.

El director apenas pisa el campo de batalla. Ya se han hecho muchas películas sobre el conflicto y a él no le interesa la lucha en las trincheras (de la cuál sí llega a mostrar sus terribles consecuencias) sino la lucha en los despachos; la guerra abierta entre demócratas y republicanos por la abolición de la esclavitud. Y esa es la lucha personal de Lincoln. Un Lincoln que es retratado como Presidente, como político, como padre y como marido. Si bien su vida privada se nos muestra de forma algo más pasajera y sin profundizar en exceso, dejando que afloren los conflictos internos que están ligados directamente al contexto político que le atañe. De ahí que la presencia del hijo mayor encarnado por Joseph Gordon-Levitt se quede en algo meramente anecdótico. Algo parecido ocurre con otros personajes, y es que son tantos los protagonistas (con mayor o menor implicación) de esta historia, que es difícil reservarles a todos los minutos que merecen.

El centro de atención es Lincoln y su causa, por lo que se puede echar de menos la parte estrictamente familiar del Presidente (por la que se pasa de puntillas) como la parte humana de los principales interesados en que la enmienda se apruebe, es decir, la comunidad negra (la mayor parte de la cual se encuentra repartida en los estados del sur). Conociendo a Spielberg y a la crítica, es posible que de haber dedicado un mayor foco de atención a cómo vivieron el conflicto los negros, a éste se le hubiera acusado de ñoño. En ese sentido, los pocos acercamientos a los que se atreve el director están manejados con sobria maestría (especialmente bonito el momento en el que el personaje de Tommy Lee Jones llega a casa tras la aprobación de la enmienda). Un Spielberg con menos edulcorantes que de costumbre. 
 
Aún así, y dicho esto muy a título personal, se echa de menos una visión más amplia del tema que nos ocupa, en parte para canalizar mucho mejor la empatía con los afectados, y en parte para romper un poco con el discurso político y, en consecuencia, con cierta monotonía que arrastra a lo largo de la narración.

Por otro lado, en ningún caso se trata de una visión idolatrada de la figura de Lincoln. Nos muestra a alguien humano e imperfecto, pero valiente y fiel a sus principios.  Ya su primera aparición  le sitúa en un entorno exento de grandeza, huyendo claramente de la imagen de mito que siempre ha rodeado al personaje. 

El trabajo de Daniel Day-Lewis en la piel del Presidente es prodigioso. Por sus gestos, su forma de hablar, de andar…  Pero sobre todo en su esfuerzo por conseguir una representación solemne del político al tiempo que desdramatiza al ser humano que hay detrás. Bien hallados son esos momentos en los que el buen hombre obsequia a sus oyentes con curiosas anécdotas (un modo muy práctico de  descongestionar tensas situaciones). Cierto es que no tenemos un referente en mente con el que poder comparar su interpretación, más allá de fotografías (ahí el premio se lo llevan los de maquillaje) o descripciones concienzudas de su actitud y su personalidad, pero su fuerza y profesionalidad al asumir el rol es innegable, aunque a veces nos cueste separar la idea que se trata del gran Daniel Day-Lewis interpretando a Lincoln.

Dejando de lado que no se trata de una cinta especialmente apasionante (aunque sí muy interesante), si hay algún gran “pero” en particular que reprocharle (al margen de lo que se haya discutido a lo largo de la crítica) es un desenlace (que desemboca en un discurso de Lincoln ) demasiado facilón, demasiado de manual. Más aún si llega tras el asesinato del protagonista, el cual, todo sea dicho, está rodado con suma elegancia: fuera de plano y sin pretensiones lacrimógenas.

Técnicamente es impecable, pero con eso ya contábamos. Y el reparto es de aúpa, desde el primero hasta el último, por breve que sea su intervención (atención a un irreconocible James Spader, que interpreta al personaje más alegre de la función). 


Lo mejor: el discurso político; las notas de humor.

Lo peor:  la falta de pasión en el relato.


Valoración personal: Correcta

viernes, enero 04, 2013

“La noche más oscura” (2012) - Kathryn Bigelow


Tras los trágicos atentados del 11 de septiembre de 2001, el líder terrorista de Al-Qaeda, Bin Laden, se convirtió en el Enemigo Público número uno de Estados Unidos. Y, en consecuencia, en el hombre más buscado sobre la faz de la tierra. Durante años, su paradero fue toda una incógnita, y los rumores acerca de su posible muerte fueron constantes (que si fue asesinado por uno de sus hombres, que si murió de cáncer de riñón, que si falleció durante un bombardeo yanqui…). Inesperadamente, en mayo de 2011 se informó de su muerte, ocurrida ésta en el transcurso de una acción militar secreta de la CIA. Ese mismo día, el propio Presidente de los EE.UU., Barack Obama, se dirigía a la nación para sacar pecho y confirmar su defunción. 

Ésta es la historia –o al menos su versión de los hechos- de cómo un obstinado grupo de la CIA localizó y eliminó al mayor enemigo del pueblo americano.

La película abre completamente a oscuras mientras se escuchan de fondo las conversaciones y los gritos de desesperación en las llamadas a los servicios de emergencia realizadas aquél fatídico 11 de septiembre de 2001, el mayor y más grave atentado terrorista sufrido en EE.UU.  El ataque, que dejó miles de muertos y heridos, golpeó duramente el orgullo de todo un pueblo y llenó de miedo, dolor y sufrimiento el corazón de millones de personas. La fragilidad y la impotencia de una nación se vieron plasmadas en los abatidos rostros de sus ciudadanos y gobernantes. Aquél ataque significó la clara declaración de guerra de los yihadistas hacia el pueblo americano, primero, y hacia el resto de occidente, después. 

Este es el punto de partida de una película que abarca, muy a grandes rasgos, los 10 años de investigaciones y torturas que se emplearon hasta conseguir dar caza al líder de Al Qaeda. Diez años repletos de batallas y muy escasas victorias. La guerra abierta entre unos y otros sigue vigente y, lo que es peor, sigue cobrándose víctimas año tras año (tanto civiles como militares). Pero en 2011 la CIA se anotó un tanto asesinando a su cabecilla, Bin Laden. Y la maquinaria de Hollywood ha reaccionado rápidamente al acontecimiento poniendo en marcha películas como la que nos ocupa (aunque ésta ya estuviera medio planificada con anterioridad), y cuyo objetivo no es otro que relatar el triunfo de esos hombres y esas mujeres que devolvieron el orgullo de ser americano a un pueblo tocado por el terrorismo. 

Y ahí tenemos a la oscarizada Bigelow, lejos ya de sus producciones estrictamente comerciales (y de alto voltaje, todo sea dicho), metiéndose en faena con un guión previsto, inicialmente, para relatar la infructuosa misión de un equipo de Black Ops destinados a acabar con Bin Laden, y que ha acabado siendo un historia con final feliz; un desenlace inesperado y que le vino como caído del cielo. 

El acontecimiento está fresco en nuestra memoria, por lo que la inmediatez juega a favor de la directora. Hay detalles que han salido a la luz, cierto, pero aún hay mucha verdad oculta tras esa operación, mucha información que desconocemos y otro tanto que seguramente se ha manipulado a conveniencia. “Zero Dark Thirty” pretende contarnos los entresijos de dicha operación y poner nombres (probablemente ficticios) a los agentes (analistas, soldados, etc.) que participaron directa o indirectamente en ella.


Quizás uno de los aspectos más significativos y que tantas ampollas ha levantado tanto en los círculos republicanos como en los demócratas, es que Bigelow muestre sin escrúpulos las torturas llevadas a cabo para tales fines. Y lo hace, en cierto modo, para demostrar cuán esenciales fueron éstas para alcanzar el objetivo fijado. 

Ni a republicanos ni a demócratas les ha hecho ni pizca de gracia tal revelación (y mucho menos a la propia CIA), máxime cuando en un momento dado de la cinta se nos muestra a un presunto miembro de Al Qaeda siendo torturado al tiempo que -empleando imágenes de archivo- Obama declara en televisión que América ya no practica tales métodos de “persuasión”.  Por ello, la película ha sido tachada de "extremadamente inexacta y confusa”. Puede que Bigelow haga apología de la tortura o puede que no; puede que “el fin justifique los medios” o puede que no; o puede que simplemente se limite a señalar una realidad cuyos implicados prefieran negar. En cualquier caso, aquí se sugiere “muy claramente” que buena parte del éxito de la misión es debido al empleo de tales métodos, y eso es un hecho que, contrastado o no, forma parte de lo que vemos a lo largo del relato. 

Tampoco es la primera vez que la directora se topa con la polémica (ya le ocurrió con “En tierra hostil”), y seguramente no sea la última a tenor del rumbo que ha tomado su carrera como cineasta.

Otro detalle interesante y seguramente polémico es que la operación final no parece fijarse como objetivo “capturar” a Bin Laden sino ejecutarlo, sin más. Y de esto también se hablo y debatió mucho en su momento: que si no hubo más remedio, que si fue un “accidente”, que si fue premeditado... Desde luego, la visión que parece querer ofrecer “Zero Dark Thirty” (título procedente de la jerga militar y que significa las 00:30, cuando los SEAL de la Marina asaltaron el escondrijo de Bin Laden) es que se va a lo que se va: a asesinar al terrorista, eliminando a quién se ponga por medio (excepto niños y mujeres, salvo que éstas últimas vayan armadas) y recopilar el máximo de información posible para derrocar a Al Qaeda. Capturarlo con vida para interrogarlo y/o juzgarlo no parece entrar en los planes de la CIA.

Pero polémicas a parte, la narración  resulta tan minuciosa y metódica como mecánica. El relato no está exento de acontecimientos dramáticos, pero los acercamientos al plano más sentimental caen en saco roto. El guión se preocupa más por los hechos que por los personajes, por lo que un servidor, como espectador, tampoco se preocupa por estos últimos. Con el personaje de Jessica Chastain (estupenda en su papel de dura agente) se realizan mayores esfuerzos para que veamos en ella a una “persona real”, pero ese tratamiento no termina de funcionar al 100%. En un punto culminante de la trama, el trabajo de Maya (Chastain) pasa a ser algo personal, casi como una vendetta que sólo puede terminar en lágrimas, ya sean de dolor o de alivio (o de ambas cosas). Pero la empatía con ella es cero. 

La dirección de Bigelow carece de la intensidad, el brío y el suspense que se le debe exigir a la cinta.  Como documento meramente informativo, resulta incuestionablemente interesante, pero como película en sí, resulta tan estimulante como las instrucciones de un lavavajillas. Un documental bien podría haber funcionado para el mismo fin, y puede incluso que mejor, dada la impersonalidad con la que se trata el tema. 


No se la puede tildar de ultrapatriotera, ni mucho menos (para eso ya están engendros como “Acto de valor”), pero tampoco de ser demasiado crítica o de posicionarse firmemente sobre el conflicto. Es una cinta que, aún con sus polémicas, resulta demasiado “limpia” y de fácil digestión. Incomoda lo justo, revela lo necesario y maneja el tinglado con una notable precisión técnica, pero no hay atisbo de emoción alguna en ella. Resulta interesante por lo que cuenta pero no por cómo lo cuenta.


En cuanto a la fiabilidad de la historia, ésta puede ser puesta en duda tanto como la de cualquier otra película basada en hechos reales. Para los amantes de las teorías conspiranoicas no será más que otra patraña producto de Hollywood. Para algunos, Osama Bin Laden ya estaba muerto mucho antes de su “ejecución oficial”, mientras que para otros aún sigue vivito y coleando. 

La lluvia de información en su momento (tanto la oficial como la facilitada por los medios más sensacionalistas) fue tan torpe y sospechosa (foto retocada del cadáver en la prensa, prisas por tirar el cuerpo al mar, etc.) que es difícil decidir en qué creer, así que cada cual se montará su propia versión de los hechos, sirviendo de muy poco esta película para esclarecer lo sucedido. 

Pero aquí está.  Te puede gustar más o te puedes gustar menos. La crítica estadounidense se ha rendido a los pies de Bigelow y alabado la película con todos los halagos posibles que permite su diccionario. En alguna parte leí que “Zero Dark Thirty dejaba en pañales a Argo”. No podría estar más en desacuerdo con semejante afirmación, e incluso le daría la vuelta. 

El proyecto más ambicioso de Bigelow se queda en un aprobado sin calado que, muy probablemente, coseche más premios y piropos de los que un servidor considera que se merece. Y es que a veces toca, sin pretenderlo, ir a contracorriente.


Lo mejor: Jessica Chastain.

Lo peor: la frialdad que rezuma toda la película y, por ende, la nula empatía con la historia y sus protagonistas.


Valoración personal: Regular-Correcta