martes, marzo 27, 2012

“El exótico hotel Marigold” (2011) – John Madden

Crítica El exótico hotel Marigold 2011 John Madden
Tras unos años navegando a la deriva, John Madden volvió a la palestra hollywodiense dirigiendo “La deuda”, remake de un filme israelí que se saldó en un notable thriller con el que logró recuperar los halagos de la crítica, algo que no sucedía desde su oscarizada “Shakespeare in Love”. Ahora el director cambia nuevamente de registro y nos presenta “El exótico hotel Marigold”, una comedia dramática acerca cómo afrontar la vejez, esa última etapa de nuestras vidas. Para ello, Madden ha contado con un reparto coral de excepción formado, entre otros, por ilustres como Judi Dench, Maggie Smith, Bill Nighy o Tom Wilkinson.

Regentado por el joven e ingenuamente ambicioso Sonny Kapoor (Dev Patel), “El exótico hotel Marigold” supone la solución que la India propone a los ciudadanos más selectos de Reino Unido para que disfruten de su jubilación; un lugar donde éstos puedan pasar sus años dorados rodeados de suntuosos servicios y comodidades.

Hasta allí llegan siete jubilados con la imperiosa necesidad de realizar un cambio en sus vidas. Sin embargo, una vez allí descubrirán que el exótico hotel no es tan majestoso como lo pintaban...

Quizás os haya ocurrido alguna vez eso de ojear un folleto o una web de un hotel, reservar plaza allí, hacer las maletas, llegar al hotel y daros cuenta que el susodicho no luce como las fotografías que habías visto ni cumple con las especificaciones que habías leído. Pues bien, eso mismo le ocurre al grupo de jubilados protagonistas. En su caso, el problema es aún mayor si añadimos el choque cultural entre las costumbres inglesas y las indias, y si tenemos en cuenta que no se trata de unas simples vacaciones de unos pocos días sino que su intención es pasar una larga estancia en el hotel.

Sonny heredó de su padre este antiguamente sofisticado edificio y desde entonces trabaja con la esperanza de convertirlo en un lujoso hotel. Desgraciadamente, sus recursos son limitados y el éxito se está retrasando más de lo esperado. Pero según Sonny, en la India tienen un dicho: “Al final, todo irá bien. Por lo tanto, si no va todo bien, es que todavía no es el final”. Así pues, el joven no pierde la esperanza, y con la llegada de sus nuevos huéspedes recupera la ilusión por alcanzar su sueño. Es por ello que trata de compensar las carencias del hotel mostrando una actitud positiva, entusiasta y muy servicial hacia sus clientes.

Se necesitan muchas reformas en el lugar para convertirlo en un complejo vacacional ideal, si bien pese a no estar todo lo acondicionado que debería, la estancia en él supondrá toda una experiencia para los recién llegados.

Cada uno de los personajes protagonistas tiene un motivo particular para alejarse de su tierra natal e instalarse en la cálida ciudad de Jaipur, si bien todos persiguen un fin común: iniciar una nueva vida.



Evelyn (Judi Dench) está afligida por el reciente fallecimiento de su esposo, y no sólo se ha quedado sola sino que éste la ha dejado con una considerable deuda financiera, por lo que no le queda más remedio que desprenderse de su hogar e irse a vivir con su hijo y su familia. Pero Evelyn ha vivido siempre bajo el amparo de un marido, y no quiere hacer ahora lo mismo con su hijo. Ella no desea depender de nadie, y aunque la idea de empezar de nuevo en la India suene disparatada, es un riesgo que está dispuesta a correr. Necesita saber que puede valerse por sí misma, y espera lograrlo allí.

Con tal de tranquilizar a su hijo, Evelyn promete escribir regularmente en un blog para contar en él su día a día. Y ese blog se convierte en la voz en off que el director utiliza para retratar tanto sus vivencias como las del resto de vecinos.

Graham (Tom Wilkinson) abandonó su trabajo como juez del Tribunal Supremo para regresar a la India, lugar en el que transcurrió su tierna infancia. Ahora que ha vuelto, es el momento de liberarse de la pesada carga que lleva arrastrando consigo desde hace mucho tiempo…

El matrimonio formado por Douglas y Jean (Bill Nighy y Penelope Wilton) está en la ruina después de que él, un afable funcionario del gobierno, le prestara el dinero de su jubilación a su hija en un negocio que no ha prosperado. La difícil situación económica que atraviesan y la decadencia del hotel se convierten en tema de discusión constante entre la pareja, que va distanciándose cada vez más. Jean, incapaz de sentir curiosidad por el país que la acoge, se pasa las horas encerrada en el hotel leyendo algún libro, mientras que Douglas descubre su lado más turista y empieza a disfrutar de sus paseos y sus tours por la ciudad. Paseos que lleva a cabo sólo o en compañía de Evelyn.

Norman (Ronald Pickup) va por la vida cual Casanova, fingiendo tener una edad que no tiene e intentando, sin éxito, saciar su apetito sexual con mujeres más jóvenes que él. Su estancia en la India quizás sea lo que necesitaba para encontrar por fin esa gran aventura sexual que anda buscando… o quizás incluso para hallar el amor.

Una aventura similar es la que busca Madge (Celia Imrie), sólo que sus motivos son algo distintos. Ella es una cazafortunas y su intención es encontrar un hombre adinerado con el que poder casarse.

En último lugar pero no menos importante tenemos a Muriel (Maggie Smith), una ex ama de llaves gruñona y la única que viaja a la India por obligación, pues ahí es donde debe ser operada de la cadera. La idea de permanecer en el país un día más de lo necesario le aterra, pero puede que el destina le aguarde una sorpresa…



Para todos ellos, su estancia en el Hotel Marigold supone muchos cambios. A veces esos cambios son buenos, a veces no lo son tanto… pero siempre son necesarios.

La India, ese extraño lugar que te puede horrorizar o te puede cautivar, causa un profundo efecto en ellos y poco a poco van dejando atrás su pasado. La incertidumbre e inseguridad iniciales pueden resultar desmotivadoras, pero con el paso de los días la magia del país irá calando y haciendo su efecto. En el período más gris de sus vidas, se abre ante ellos un nuevo y esperanzador capítulo. Y ya no sólo para los residentes sino también para el propio Sonny, cuya lucha no se limitará solamente al ámbito laboral sino también al personal.

De este modo, la película va acumulando momentos divertidos y momentos más tristes, e intercalándolos para que la mezcla entre drama y comedia sea homogénea y ninguna de las partes haga mella en el espectador. La gran mayoría de los personajes resultan entrañables y enseguida se ganan nuestra simpatía. Sus desventuras nos sacan una amplia sonrisa y sus aflicciones nos duelen casi tanto como a ellos.

Madden logra que empaticemos y pasemos un rato agradable en compañía de esta jovial panda de jubilados cuyas peripecias pasan por el romance, la amistad, la superación personal, el derribo de prejuicios, el canto a la vida… Todo un reajuste emocional el que viven los personajes y una experiencia emotiva, divertida y entrañable la que vive el espectador en las -quizás un tanto excesivas- dos horas que se permanece sentado en la butaca asistiendo a la proyección de “El exótico hotel Marigold”.

Una película amable y sin pretensiones que se ve con agrado y que nos permite disfrutar, una vez más, de unos intérpretes maravillosos (Dench, Smith, Wilkinson… perfectos todos ellos en sus respectivos papeles).


Lo mejor: el reparto; que no busque la lágrima fácil y sepa combinar el drama con la comedia.

Lo peor: que propuestas agradables como ésta pasen tan desapercibidas en la cartelera.


Valoración personal: Correcta

domingo, marzo 18, 2012

“Tan fuerte, tan cerca” (2011) - Stephen Daldry

Crítica Tan fuerte, tan cerca 2011 Stephen Daldry
Tras el reciente estreno de la muy notable “Los idus de Marzo”, muchos nos preguntamos por qué demonios no estaba el filme de Clooney nominado a los Oscars de 2011 teniendo en cuenta su indiscutible calidad (podrá gustar más o menos, pero tiene un guión como pocos se vieron a lo largo del año pasado), los halagos vertidos por la crítica, el entusiasmo del público que ha acudido a las salas a verla y la posibilidad de hacerse en hueco en una categoría que admitía hasta diez candidatas. Sin embargo, en su lugar figuraban otras opciones más o menos discutibles (según los gustos de cada uno, claro está), y entre las elegidas sorprendía la presencia de “Tan fuerte, tan cerca”, un drama con el fatídico 11S de telón de fondo que cosechó no pocos abucheos por parte de la crítica especializada.

Quizás la inclusión tuviera que ver, precisamente, con la temática del terrible atentado a las Torre Gemelas, pues ya sabemos que los americanos son muy suyos; o quizás se tratase de uno de esos casos en los que los críticos ponen la mira en una película y se ceban sin compasión sin que ésta merezca, en proporción, tales pedradas.

Sea como fuere, lo cierto es que las nominaciones no le son desconocidas a Stephen Daldry. Sus tres anteriores trabajos estuvieron presentes en los Oscars, los Globos de Oro, los BAFTA y demás premios de prestigio. Precisamente con “Las horas” y “The Reader (El lector)”, actrices como Nicole Kidman y Kate Winslet ganaron, respectivamente, sus primeros Oscars en la categoría de Mejor Actriz.

Por ello, con semejante currículum la pregunta es inevitable: ¿”Tan fuerte, tan cerca” es, realmente, tan mala? Veamos primero qué nos cuenta…

Oskar Schell (Thomas Horn) es un niño neoyorquino de once años ingenioso e inusualmente precoz. Un año después de que su padre (Tom Hanks) muriera en el World Trade Center, el día que Oskar llama “el peor día”, descubre una llave entre sus posesiones y decide enfrascarse en una quijotesca odisea por toda la ciudad de Nueva York en busca de la cerradura que abrirá.

Oskar recorre los cinco distritos de Nueva York en busca de la cerradura perdida, conociendo a un montón de personas diferentes, supervivientes a su manera, que le hacen descubrir cosas sobre el padre al que tanto extraña, la madre (Sandra Bullock) de la que se siente tan distanciado y el ajetreado, peligroso y confuso mundo que le rodea.

Daldry adapta esta vez la novela homónima de Jonathan Safran Foer, una de las primeras obras literarias acerca de la tragedia de las familias afectadas por el 11-S. En esta historia, contemplamos dicha tragedia y sus efectos a través de la mirada de un niño que ha perdido su padre en el atentado a las Torres Gemelas.

Oskar estaba muy unido a su progenitor, quién le animaba a manifestar sus inquietudes artísticas y a desarrollar su imaginación a través de juegos creativos y excursiones por la ciudad. Al perder esa figura paterna y no encontrar el consuelo que busca en su madre (rara vez acude a ella más que para descargar su ira contenida), Oskar se encuentra perdido y temeroso de todo lo que rodea.

Encontrar la cerradura que abre la misteriosa llave es, para él, un modo de acercarse a su padre, y todo el tiempo que permanece sumergido en su titánica búsqueda, es un tiempo extra con el que el destino le obsequia para seguir conectado a él.


En realidad, Oskar realiza dos viajes en uno: por un lado, está el viaje físico que le lleva de punta a punta de la ciudad, picando puertas y timbres en busca de una persona que conociera su padre y pueda ayudarle con el tema de la llave; por el otro lado, está el viaje emocional, ya que con cada paso que da y con cada desafío que supera, Oskar va venciendo sus miedos y superando su tristeza. Poco a poco, sus experiencias van aplacando la angustia que le consume, si bien aún tendrá que sacar todo el dolor que lleva dentro para que éste deje de atormentarle.

El trauma de Oskar sirve, entre otras cosas, para reflejar el dolor de toda una nación, y el viaje que nos propone la historia indaga en ese dolor de forma tangencial y bajo la subjetividad de un niño.

Y aquí entra en juego también el personaje que interpreta estupendamente Max Von Sydow, el inquilino (cuya identidad no es en ningún momento un misterio para el espectador) que vive en el piso de la abuela de Oskar y que, incapaz de pronunciar palabra, se comunica con los demás a través de notas que va escribiendo en el bloc que lleva siempre consigo.

Sin mediar palabra, el hombre se convierte en su compañero de viaje, en su amigo y en su confidente.

Oskar es un niño un tanto peculiar (dicho sea esto a modo de eufemismo), algo que de algún modo él mismo parece reconocer al revelar, en un momento dado de la película, que de pequeño fue sometido a varias pruebas para detectar alguno de los síndromes característicos de Asperger o de autismo, pero sin que de éstas ofreciesen “resultados concluyentes”. Por ese motivo, en ocasiones su comportamiento y sus manías pueden resultarnos bastante chocantes e irritantes. Desde luego, no es culpa del joven Thomas Horn (ojalá él, y no a Asa Butterfield, fuera el elegido para encarnar al Ender de Scott Card). Daldry y su equipo de casting han demostrado tener muy buen ojo (no es que sea un personaje fácil de llevar para un crío), tal como ya hicieran años atrás eligiendo a Jamie Bell para el papel del joven bailarín Billy Elliot. Pero está claro que si uno no termina de conectar con la sensibilidad de Oskar, es muy posible que el filme se le haga farragoso, más cuando la ñoñería que desprende no está del todo bien calibrada.


Siempre se ha dicho que es más fácil hacer llorar que hacer reír. Y es cierto.

Existen una serie de mecanismos para tocarnos la fibra; una serie de teclas que al pulsarlas consiguen que se nos oprima el corazón y se nos humedezcan los ojos. La idea, por supuesto, consiste en no ver la mano que pulsa esas teclas, y ahí es donde radica el principal lastre de la película. Al guión se le ven las costuras, y la manipulación cara al espectador resulta, en ocasiones, demasiado evidente. El dramatismo forzado y llevado al extremo provoca que la historia trastee con frecuencia entre la emotivo y lo sentimentaloide, lo que perjudica seriamente ese proceso de empatía en el espectador.

Sin embargo, no sería la primera vez que rompo la lanza en favor de una película masacrada por la crítica y, desde luego, no será la última, y aunque “Tan fuerte, tan cerca” no sea lo buena que podría haber sido, creo que está lejos de ser un espanto. Así que respondiendo a la pregunta planteada, no, no es tan mala, pero su sensiblería y su histerismo pueden resultar cargantes. Así que supongo que de la sensibilidad o indulgencia del espectador dependerá que la película de Daldry entre mejor o entre peor, y será cada uno el que debe razonar y juzgar si ésta es merecedora o no de ser condenada al ostracismo.


Lo mejor: el personaje de Max Voin Sydow.

Lo peor: la sensiblería barata que muestra en ocasiones.


Valoración personal: Correcta

viernes, marzo 02, 2012

“Luce rojas” (2012) – Rodrigo Cortés

Crítica Luce rojas 2012 Rodrigo Cortés
En 2010, el español Rodrigo Cortés demostró con “Buried (Enterrado)” no sólo que se podía rodar una historia que transcurriera enteramente dentro de una caja de madera sino que además con ella se podía lograr una muy buena película. Gracias a una dinámica puesta en escena, a un actor entregado en cuerpo y alma y a un guión prácticamente impecable, Buried se convirtió, para un servidor, en uno de las mejores propuestas de aquél año y en uno de los thrillers claustrofóbicos/psicológicos más conseguidos que se hayan hecho en mucho tiempo.

Después del buen sabor de boca dejado por aquél segundo trabajo, Cortés se ganó el crédito de trabajar con grandes como Robert De Niro o Sigourney Weaver, intérpretes que conforman el reparto de su enigmático tercer largometraje, “Luces rojas”.

Dos investigadores de fraudes paranormales, la veterana doctora Margaret Matheson (Sigourney Weaver) y su joven ayudante Tom Buckley (Cillian Murphy), estudian los más diversos fenómenos metapsíquicos con la intención de demostrar su origen fraudulento. Tras una ausencia de treinta años, el legendario psíquico Simon Silver (Robert De Niro) reaparece con un nuevo espectáculo en el que desafía a los escépticos profesionales. Tom comienza a desarrollar una densa obsesión por Silver, cuyo magnetismo se refuerza de forma peligrosa con cada nueva manifestación de oscuros fenómenos inexplicables…

Los que aún se pregunten qué demonios son las “luces rojas” que dan título a la película, encontrarán la respuesta en boca de su propio director en una de las promos virales que circulan por la red. En palabras de Cortés, “las luces rojas son notas discordantes; cosas que no deberían estar ahí. Es como si hubiera pequeñas luces destellantes en la realidad que delatan que algo sucede; algo que no debería estar sucediendo”. Por tanto, consideramos como luces rojas todos aquellos fenómenos que escapan a nuestra comprensión; fenómenos contradictorios a la realidad que conocemos y que no somos capaces de explicar.

Para nuestros protagonistas no existe fenómeno alguno que no pueda ser explicado bajo un razonamiento lógico y/o científico. Conscientes de ello, y muy seguros de sí mismos, la doctora Matheson y su joven ayudante se dedican a destapar toda clase de fraude parapsicológico que caiga en sus manos, es decir, médiums y demás farándula que se llenan los bolsillos a costa de la ingenuidad de las personas con las que tratan.


El sorpresivo regreso a la vida pública del psíquico Simon Silver (una especie de Uri Geller) deviene en un reto para Tom, que se obsesiona con la idea lograr lo que otros no han podido: destapar su engaño. Incluso Margaret tuvo, en el pasado, sus encuentros con Silver, un hombre al que ella considera muy peligroso. Pero pese a las advertencias de su maestra, Tom no cede en su empeño e inicia su particular investigación; una investigación que le hará replantearse todo en lo que creía hasta ahora.

La película empieza con Matheson y Buckley desacreditando a una espiritista de pacotilla, lo que nos sirve para que a continuación se nos vaya ilustrando acerca de cómo detectar este tipo de fraudes, con la pareja de expertos ofreciéndonos las debidas explicaciones razonables a todos aquellos fenómenos que a priori podríamos considerar de carácter sobrenatural. Hasta ahí, protagonistas y espectador compartimos el mismo escepticismo, pero la irrupción del personaje de Silver comienza a resquebrajar nuestra desconfianza hacia lo paranormal.

¿Es Silver realmente un farsante? Cortés siempre la duda y juega constantemente con la ambivalencia de una respuesta clara a semejante cuestión. En ese sentido, el mayor logro del director es mantener el suspense de forma constante, captando nuestra atención y consiguiendo que estemos dispuestos a seguir contemplando sus malabarismos narrativos. Desgraciadamente, todo acierto estético y narrativo que Cortés alcanza como director (la sobriedad y elegancia de su puesta en escena, la rigurosidad de su discurso, etc.) queda lastrado por su tramposa tarea como guionista. Cortés no juega limpio y se convierte en el mayor farsante de su película.


Con tal de despistarnos, hacernos dudar y poder, al fin, ofrecernos esa “sorprendente e inesperada” explicación al misterio que nos ha de dejar clavados en la butaca (al más puro estilo Shyamalan), Cortés urde toda clase de artimañas (muertes repentinas, llamadas oportunas, perturbadores sueños oníricos…) que arremeten contra nuestra incredulidad, saboteando nuestros pensamientos de forma incesante y dándonos, finalmente, gato por liebre esperando que con el despliegue de humo y luces no nos percatemos de que su truco es de un bajeza y ridiculez casi insultantes. El error más sangrante que comete Cortés es el de perderle el respeto al espectador, y cuando eso ocurre, no hay ilusión que valga. La coherencia y credibilidad de la trama se pierden justo en el instante en el que el guión empieza a jugar a dos bandas, utilizando luego esa ambigüedad para justificar un desenlace tan pretencioso como efectista.

No parece haber voluntad por parte de Cortés en tomarse si quiera la molestia de construir una historia sólida que funcione por sí misma, pues parece convencido de que con el ilusionismo de baratillo tiene más que suficiente para contentar al espectador y hacer que se trague el timo con una sonrisa en la boca. Y probablemente no le falte razón. Porque “Luces rojas” es una tomadura de pelo que entretiene y logra buenos picos de tensión, algo que para algunos será más que suficiente. Los que preferimos que nos embauquen con algo más de ingenio y honestidad no podemos hacer otra cosa que correr un tupido velo ante el último trabajo del director gallego esperando que haya sido sólo un pequeño y olvidable traspiés. Al fin y al cabo, si a Fresnadillo le perdamos la ponzoña que fue “Intruders”, seguramente a Cortés también podamos perdonarle “Luces rojas”.


Lo mejor: la intriga y tensión inicial.

Lo peor: que Cortés nos tome por idiotas.


Valoración personal: Regular