lunes, diciembre 24, 2012

“Los Miserables” (2012) – Tom Hooper


“Les Miserables” es, seguramente, la obra más conocida del escritor y dramaturgo Victor Hugo, y sin lugar a dudas una de las más populares de la literatura del siglo XIX. A finales de la década de los 70,  los compositores franceses Alain Boubill y Claude-Michel Schönberg decidieron convertir la novela en una adaptación musical, editando un álbum conceptual que acabaría siendo representado en un espectáculo parisino. De ahí a su paso por los escenarios de Londres no pasaron muchos años, pero sí han sido muchos los que la obra se ha mantenido en cartel en todo el mundo, convirtiéndose así en uno de los musicales más longevos y exitosos de la historia. 

Aunque de la novela de Hugo se han hecho ya numerosas adaptaciones cinematográficas (entre ellas la infravaloradísima versión de los noventa con Liam Neeson y Geoffrey Rush en los papeles principales), ésta es la primera vez que el musical londinense se lleva a la gran pantalla, y lo hace de la mano del oscarizado Tom Hooper (El discurso del rey).

La historia transcurre en la convulsa Francia del siglo XIX. Tras una larga condena de 19 años por robar pan para alimentar a su sobrina, Jean Valjean (Hugh Jackman) es puesto en libertad condicional por el oficial Javert (Russel Crowe). Pese a volver a ser un hombre libre, Valjean no encuentra un lugar en el que establecerse. Su condición de exconvicto le cierra todas las puertas a las que llama, siendo rechazado y tratado como un paria. Hasta que se topa con el obispo Myriel de Digne, el único que le trata con amabilidad y le ofrece comida y refugio. Pero Valjean traiciona su hospitalidad robándole la cubertería de plata, y huye del templo a escondidas. Cuando la policía lo captura y lo lleva en presencia del obispo, éste niega su delito concediéndole una segunda oportunidad para que siga el buen camino y se vuelva un hombre de bien.

Valjean inicia así una nueva vida bajo otro nombre, convirtiéndose en una persona respetable y generosa. Desgraciadamente, su pasado no tardará en volver a atormentarle…

Con Los Miserables no nos encontramos un musical al uso. Lo que tenemos aquí es una opereta, y eso significa que la historia se narra a base de canciones, o dicho de otro modo, que la película es un gran número musical en el que todos los personajes interpretan cantando. Es más, aquí no veréis más de 20 líneas de diálogo, siendo todo lo demás exclusivamente musical.

Por tanto, si no sois muy afines al género o si os quedasteis fritos en la butaca (o en el sofá de casa) viendo “Sweeney Todd: El barbero diabólico de la calle Fleet” (musical de misma estructura, aunque de temática muy diferente), mejor que ni os molestéis con el filme de Hooper.

Desde el minuto uno hasta el final, prácticamente todos los diálogos de la película son cantados, a excepción de unos pocos en los que el intercambio de palabras es más bien escaso. La música es la base en la que reposa toda la trama, y la letra de las canciones se emplea tanto para que los personajes se comuniquen entre sí como para que éstos se desnuden (figuradamente) ante la audiencia y expresen sus sentimientos, emociones o pensamientos. En este último apartado cabría destacar de manera especial los números de Anne Hathaway, que está pletórica, el momento de “iluminación divina” de Valjean/Hugh Jackman, o las lamentaciones de Marius/Eddie Redmayne por los compañeros y amigos caídos.


La dramatización de la obra de Hugo en formato musical tiene, no obstante, sus pros y sus contras. El mayor problema es a nivel narrativo, ya que los hechos transcurren, a menudo, con desmesurada precipitación (especialmente los primeros actos de la historia), precisamente porque no se puede abusar de los diálogos ni hacerlos demasiado complejos, lo que impide muchas veces profundizar no sólo en algunas partes de la historia (todo lo que ocurre desde el momento en el que Javert sospecha que el Sr. Madeleine, el nuevo alias de Valjean, es en realidad el preso al que tanto tiempo lleva persiguiendo; o la historia de amor entre Marius y Cosette, de una superficialidad e ingenuidad aplastantes) sino también en las acciones de sus protagonistas.
No me cabe duda que el guionista ha tenido que echar mano de la novela original en más de una ocasión para rellenar los huecos que deja el musical londinense, y así poder hacer mucho más comprensible la trama. Y es que lo que puede funcionar perfectamente sobre un escenario no necesariamente tiene que hacerlo de igual manera en pantalla. Mientras que en los escenarios la trama se tiene que simplificar para adaptarse a la estructura del musical, fuera de ellos esa simplificación debe enriquecerse a través de otros recursos, y no siempre meramente visuales (que aquí éstos funcionan de maravilla; desde la excelente escenografía hasta la inmaculada dirección de Hooper).

La cinta también tropieza, en ocasiones, con la propia estructura en sí misma. Encadenar una canción tras otra, casi sin apenas dejar respirar al espectador, puede no ser fácil de dirigir, más aún cuando se trata de una historia con tanto y tan trágico melodrama. En ese sentido, Sweeney Todd, por ejemplo, entraba mejor, gracias a su ligereza, a su humor negro y a sus toques de terror victoriano. Aquí en cambio, el ritmo se resiente, y en una butaca del cine en vez de un teatro, las dos horas y media pesan un poco. Y eso afecta a nuestra implicación, de modo que mientras que algunos momentos nos llegan al alma (repito, Hatthaway está que lo borda), otros en cambio se encuentran con que hemos cerrado a  cal y canto el pasillo que conduce hacia nuestras emociones y nuestra empatía.

Es por eso que cuando Hooper concede pausas o combina el drama con puntuales momentos de humor (adheridos exclusivamente a los picarescos –entiéndase el adjetivo como un eufemismo de despreciables- personajes que interpretan Helena Bonham Carter y Sacha Baron Cohen), la función discurre con mayor comodidad, y uno se siente más predispuesto a dejarse llevar por los números y las maravillosas melodías. Porque eso sí, la banda sonora es una maravilla, con  temas asombrosamente pegadizos que nos invitan al canturreo postvisionado. El portentoso “Look Down” que abre la película reaparece de forma eventual cual leitmotiv, pero no es el único tema que sobresale  de la partitura. 

Y ese seguramente sea uno de su mayores pros y lo que sin duda ha convertido este musical en un éxito (amén de por la obra de Hugo). Además, tenemos a un reparto entregado que, en su mayoría, suplen la faceta de cantante con eficiencia, cuando no con nota. De nombrar un punto flaco, ese sería Russell Crowe, y no porque cante mal, ni mucho menos, pero no da el tono operístico que pide la obra. Lo que en sus compañeros fluye con más naturalidad, en Crowe resulta más forzado. El actor tiene formación musical y experiencia en ello (además de haber sido vocalista de una banda de rock) pero aquí le cuesta dar la talla si lo comparamos con el resto. Aún así, es un punto flaco muy menor, teniendo en cuenta que interpretativamente es perfecto para el papel, y su presencia en pantalla es un 50% del trabajo, y ahí no hay peros que valgan.

Por su parte, Jackman, que también tiene trayectoria en el género, pedía a gritos un musical cinematográfico desde hace tiempo, y aquí lo tiene. Un regalazo. Su Jean Valjean es uno de los papeles de su (irregular) carrera.

“Los Miserables” es un buen musical de implecable factura, excelentes actuaciones y magníficas  melodías, pero su sitio está en los escenarios.  

A los que jamás se hayan acercado a la obra de Victor Hugo en sus distintas adaptaciones al cine, les recomendaría que empezaran por ellas (la que os dé más rabia) antes que con esta versión musical, pues considero que es la mejor forma de apreciar todos los matices de la trama y de su contexto histórico. 


Lo mejor: el reparto y las canciones.

Lo peor: su ritmo y larga duración; que en formato musical la novela se quede demasiado "resumida".


Valoración personal: Correcta-Buena

domingo, diciembre 09, 2012

“Un buen partido” (2012) - Gabriele Muccino


El salto de su Italia natal a la meca de Hollywood no pudo haber sido mejor para el director Gabriele Muccino. Su primera película allí, la notable “En busca de la felicidad”, fue todo un éxito de taquilla que le valió a Will Smith, su protagonista, su segunda nominación al Oscar a Mejor Actor. De hecho,  aquél papel está considerado como uno de los mejores de su carrera junto al de “Ali”, dos cintas dramáticas que sobresalen dentro de una filmografía repleta de cine palomitero.

Muccino debió quedar tan satisfecho con Smith, que decidió repetir con él para su siguiente largometraje, “Siete almas (Seven Pounds)”, otro dramón de intenciones claramente lacrimógenas pero bastante más manipulador y rocambolesco que su predecesor, y con el que el público ya no respondió tan bien.

Después de regresar a Italia para rodar la secuela de uno de sus éxitos patrios, Muccino vuelve ahora con su tercer largometraje en suelo americano. Y lo hace dejando atrás los pañuelos.

George Dryer (Gerard Butler), es una antigua estrella de fútbol europeo venida a menos. Separado y desempleado,  George acepta entrenar al equipo de fútbol de su hijo Lewis (Noah Lomax) con el fin de restablecer los lazos con el pequeño, al tiempo que trata de conseguir un empleo como periodista deportivo en una importante cadena de televisión y de recuperar a su ex-mujer Stacie (Jessica Biel). Pero George no sabe la que se le viene encima cuando algunas de las atractivas madres de los compañeros de equipo de Lewis empiecen a interesarse por él.

El director italiano aparca el drama lacrimógeno para ofrecernos esta vez  una comedia familiar/romántica al uso. Habiendo leído la sinopsis no os extrañará si os digo que esta película ya la habéis visto.  Y más de una vez.
 
Si la semana pasada comentaba que “Golpe de efecto” era una “peli de manual”, ésta todavía lo es más, concentrando  tal cantidad de clichés que es imposible no prever paso por paso el desarrollo de la historia.
Repasemos lo que tenemos: padre un poco desastre (y ligón involuntario) que intenta afianzar los lazos paternofiliales con su hijo pequeño (topicazo nº 1) al tiempo que trata de recuperar al amor de su vida, su ex esposa (topicazo nº2), la cual -¡oh sorpresa!- tiene un nuevo novio con el que pretende casarse en breve (topicazo nº 3). La futura carrera profesional de George y las mujeres que ahora se le lanzan al cuello serán los grandes dos obstáculos que dificultarán su reconciliación familiar (topicazos nº 4 y 5).

No hay prácticamente nada en “Un buen partido” que no hayamos visto antes, y el guión tampoco depara ninguna sorpresa que huya del romanticismo más convencional y el desenlace más previsible (sí, es ese final que estáis pensando).  

El contexto deportivo entorno al mundo del fútbol bien podría haber sido béisbol, baloncesto, hockey o cualquier otro deporte. El niño podría haber sido mayor o incluso ser una niña (aunque en el caso que nos ocupa funciona mejor lo primero); y el novio de la madre podría haber sido un auténtico cretino (ese papel recae aquí en Dennis Quaid) en vez de un buen tío. De hecho, es preferible que el nuevo novio de la madre nos caiga mal, así luego no nos da penita que le acaben dando platón. En el final feliz de todas estas películas, ¿dónde quedan los tipos como Matt? Nadie tiene en cuenta su desdicha…


Matt es un hombre bueno y enamorado al que plantarán dos semanas antes de la boda. Qué injusto, ¿verdad? Pero sin tipos como Matt a los que amargarles la vida, muchas comedias románticas nos dejarían un sabor amargo. Y es que lo que al fin y al cabo queremos aquí (y la película nos lo da, faltaría más) es que George, Lewis y Stacie vuelvan a formar una familia. 

El puntito más refrescante (entre comillas) de la historia lo pone la trupe de féminas que quiere llevarse a la cama al bueno de George.  Mujeres divorciadas, solteras o aburridas de su matrimonio y con ganas de echar una canita al aire que se mueren por los huesos del nuevo entrenador de fútbol de sus hijos. Ellas son Barb (Judy Greer), Denise (Catherine Zeta-Jones) y Patti (Uma Thurman), que competirán por el afecto (físico, más que nada) del protagonista, al que le complicarán bastante las cosas. Y en medio del follón tenemos también a Carl King (Quaid), patrocinador del equipo y celoso (e infiel) marido de Patti, que aprovecha la llegada de una famosa ex estrella del fútbol para presumir de amigo entre sus socios ricachones. 

Toda una sarta de tópicos y clichés relacionados con la redención, el amor verdadero y la madurez tardía, para una insustancial (aunque medianamente complaciente) comedia romántica de sábado por la tarde sazonada con maduritas de buen ver y algo de sexo (fuera de pantalla, por supuesto); con un reparto más que aceptable y un director especialista en dramas con el piloto automático. No hay mucho de dónde rascar, pero si lo último que le pides a la película es algo originalidad, igual puede servirte para pasar el rato.

P.D.: Cuánto menos irónico que Butler sea un crack del balón cuando desde “300” (el gran pelotazo que lo dio a conocer) prácticamente no da pie con bola a la hora de elegir proyectos.


Lo mejor: Gerard Butler y el desfile de atractivas milfs.

Lo peor:  una historia repleta de clichés que ya hemos visto mil veces.


Valoración personal: Regular-Pasable