Aunque en los últimos tiempos su nombre ha estado en boca de muchos por su polémico conflicto con la ley más que por su trabajo, lo cierto es que a sus casi ochenta años, Polanksi sigue al pie del cañón haciendo lo que mejor se le da, esto es, dirigir películas.
Y su último filme detrás de la cámara demuestra que al director francés aún no se le han agotado las pilas y que es muy capaz de entregarnos cine de calidad con muy pocos medios. Y dónde está el truco, se estarán preguntando muchos directivos de estudios de Hollywood. Pues el truco está en contar con un buen guión (sí, es posible) y saber llevarlo a buen puerto con una dirección meticulosa y eficazmente sencilla, y dejando que un excelso reparto lleve la voz cantante.
En “Un dios salvaje”, Polanski nos invita a entrar en el hogar de los Longstreet para ser testigos del enfrentamiento (verbal) entre dos familias a causa de una pelea infantil entre sus respectivos hijos.
Los dos críos han tenido una pequeña riña que han solucionado como muchos individuos de su edad, es decir, a hostias. Pero para ser más exactos, aquí estaríamos hablando de una sola hostia, la que el hijo de los Cowan le propina con un palo al hijo de los Longstreet. ¿Consecuencia? Un buen moratón y uno o dos dientes rotos.
Los padres, como gente civilizada que son (¡ja!), se reúnen para resolver la disputa. Y aunque al principio todo es cortesía y buenos modales, poco a poco la reunión se irá “calentando” y volviéndose más tensa. Las parejas empezarán a tirarse los trastos a la cabeza sin reparo alguno e incluso no tendrán remilgos en sacar los trapos sucios de sus respectivos matrimonios.
Aquí no hay ni buenos ni malos, amigos. Ni tan siquiera vencedores y vencidos. Sólo cuatro adultos que se enzarzan en una calurosa discusión que va desvariando más y más a medida que ésta se va alargando innecesariamente. Llegados a cierto punto, poco importa el motivo por el cual discutían, pues la cantidad impertinencias e insultos que se sueltan nacen de la confrontación pura y dura para ver quién tiene razón y quién está equivocado, quién es más falso o quién ha perdido más los nervios.
La situación se descontrola de tal modo que nadie está a salvo de recibir su ración de ofensa personal, y todos los intentos por calmar los ánimos e instaurar la paz acaban durando menos de lo que dura un helado bajo un abrasador sol de verano.
Cada uno tiene su propia opinión sobre cómo encauzar el conflicto que afecta sus hijos (desde cómo definir la agresión hasta cómo castigar al agresor, pasando por ver quién tiene mayor o menor culpa), y de ahí surgen otros temas en los que por supuesto no logran ponerse de acuerdo. A ratos ellos se alían contra ellas y ellas contra ellos, pero al final la cosa deviene en un todos contra todos. Y el esfuerzo recalcitrante por alzarse como la voz de la razón de unos, como el desinterés y la pachorra de otros, provoca que el asunto les estalle en la cara. El ambiente es cada vez peor y, sin embargo, parece imposible escapar de esas opresoras paredes que conforman el hogar de los Longstreet. Y es que de la casa del burgués matrimonio no nos movemos.
Polanski se basta de un único espacio (la casa) y de sus cuatro intérpretes para poner en evidencia la hipocresía que dos acomodas familias americanas esconden detrás de sus buenos modales y sus buenas intenciones. Absurdas contradicciones, groserías constantes, ideologías baratas, ridículos prejuicios, puñaladas traperas… El director saca toda la basura que estos cuatros individuos han acumulado a lo largo de su vida en relación a la educación que han recibido, a la posición social que ostentan, a su profesión, etc.; y nos muestra su cara oculta más oscura y desagradable.
El director mantiene la teatralidad de la (aclamada) obra en la que se basa mediante una narración firme y sin interrupciones dentro de un solo decorado y a tiempo real, sin elipsis de ningún tipo. Y ahí es donde los actores lo dan todo.
Jodie Foster puede llegar a ser el personaje más irritante de todos dado su elevado complejo de superioridad. Una santa y una doña perfecta cuya moral y ética son superiores a los de sus invitados, o eso cree ella. Dueña absoluta de la verdad, Penelope Longstreet (una intelectual muy preocupada por los males del mundo…) no tarda mucho en perder los estribos. Previamente ya se había encargado de lanzar sigilosamente sus dardos envenenados.
Foster, a la que un servidor prefiere tener delante que detrás de la cámara, da por fin con un papel a su altura tras años deambulando en roles de poca entidad o escasa repercusión.
Junto a ella está un John C. Reilly que cuando deja de lado las comedias chorras demuestra que es un actor bien capacitado. Reilly interpreta a Michael Lonstreet, un humilde vendedor de artículos del hogar que aspira a pertenecer a una clase social superior. De ahí que presuma ante sus invitados de sus ostentosos placeres privados, como un whisky de 15 años o unos puros de primerísima calidad.
Michael intenta calmar la situación aunque le saquen de quicio algunos comentarios. Sin embargo, su actitud excesivamente conciliadora no sirve para nada cuando realmente parece importarle un comino lo que allí se discute.
Tres cuartos de lo mismo pasa con el personaje de Alan Cowan en manos de un cínico Christopher Waltz. Alan, abogado de profesión (y ya sabemos cómo se las gastan muchos de estos…), está más pendiente de atender al teléfono móvil por asuntos de trabajo que en entablar una conversación con los padres del niño al que su hijo a desdentado. Maleducado e impertinente, Alan parece hasta disfrutar con la trifulca que se ha montado.
Por supuesto, su mujer (una estupenda, como siempre, Kate Winslet), no ve el asunto con los mismos ojos, y aunque al principio es muy tolerante y muy señorita, finalmente, y con la ayuda de un poquito de alcohol (porque no hay nada mejor que un buen whisky para amenizar una carnicería verbal), se desinhibe por completo y saca la bestia feroz que lleva dentro.
En resumen, unos personajes (afines a unos estereotipos concretos) en plena ebullición y elenco pletórico gracias no sólo al innegable talento de cada uno de ellos sino también a los ingeniosos y ácidos diálogos de un señor guión (escrito a dos manos entre Polanski y la dramaturga Yasmina Reza, autora de la obra original)
Y es que “Un dios salvaje” es puro guión, puro diálogo y pura interpretación. No hay más. Bueno sí, hay un director que abre y cierra la película con una sutileza y sencillez aplastantes (plano fijo y a lo lejos dejando que las imágenes hablen por sí solas), y que conduce a un inmenso reparto cual director de orquestra, moviendo la batuta aquí y allá para que ningún instrumento desafine y toda la música fluya con absoluta armonía.
Pues saber dirigir a los actores y ser capaz de evitar dejar una impronta personal también es cosa de un buen director (no todo es cuestión de mostrar una fotografía impresionante o rodar planos de increíble belleza plástica). Polanski se queda al margen (entre comillas) y deja que el protagonismo recaiga en quién debe recaer (reparto y guión), lo que quizás haga creer s algunos que su labor es meramente funcional o discreta (en todo caso, bendita discreción)
Y así es como se consigue una de las sátiras más hilarantes y divertidas que se han hecho en mucho tiempo. Porque no olvidemos que pese a todo lo dicho, estamos ante una comedia (cosa que, reconozco, al ver el tráiler me descolocó). Ahora bien, una comedia de las inteligentes, de esas que tan poco abundan en las salas de cine.
Y si hubiera que sacarle un “pero”, me inclinaría –a título personal- pero ese abrupto corte que de algún modo “finiquita” la discusión establecida entre las dos partes. Un cierre un tanto repentino e inesperado que nos deja con ganas de más (más risas a costa de esos cuatro personajes). Ahora bien, el final, el auténtico desenlace y verdadera conclusión de la historia, retomando el mismo escenario y los mismos protagonistas que al principio, es de una claridad y precisión arrolladoras, dando a entender SPOILER-- que lo que motivó el encuentro no fue más que una riña infantil que, como muchas otras riñas a esa edad, se resuelve haciendo borrón y cuenta nueva (o no dándole mayor importancia). Los padres, no obstante, se toman el asunto mucho más en serio y terminan exhibiendo menos madurez y menos sensatez de la que en un principio deberían tener. --FIN SPOILER
Y su último filme detrás de la cámara demuestra que al director francés aún no se le han agotado las pilas y que es muy capaz de entregarnos cine de calidad con muy pocos medios. Y dónde está el truco, se estarán preguntando muchos directivos de estudios de Hollywood. Pues el truco está en contar con un buen guión (sí, es posible) y saber llevarlo a buen puerto con una dirección meticulosa y eficazmente sencilla, y dejando que un excelso reparto lleve la voz cantante.
En “Un dios salvaje”, Polanski nos invita a entrar en el hogar de los Longstreet para ser testigos del enfrentamiento (verbal) entre dos familias a causa de una pelea infantil entre sus respectivos hijos.
Los dos críos han tenido una pequeña riña que han solucionado como muchos individuos de su edad, es decir, a hostias. Pero para ser más exactos, aquí estaríamos hablando de una sola hostia, la que el hijo de los Cowan le propina con un palo al hijo de los Longstreet. ¿Consecuencia? Un buen moratón y uno o dos dientes rotos.
Los padres, como gente civilizada que son (¡ja!), se reúnen para resolver la disputa. Y aunque al principio todo es cortesía y buenos modales, poco a poco la reunión se irá “calentando” y volviéndose más tensa. Las parejas empezarán a tirarse los trastos a la cabeza sin reparo alguno e incluso no tendrán remilgos en sacar los trapos sucios de sus respectivos matrimonios.
Aquí no hay ni buenos ni malos, amigos. Ni tan siquiera vencedores y vencidos. Sólo cuatro adultos que se enzarzan en una calurosa discusión que va desvariando más y más a medida que ésta se va alargando innecesariamente. Llegados a cierto punto, poco importa el motivo por el cual discutían, pues la cantidad impertinencias e insultos que se sueltan nacen de la confrontación pura y dura para ver quién tiene razón y quién está equivocado, quién es más falso o quién ha perdido más los nervios.
La situación se descontrola de tal modo que nadie está a salvo de recibir su ración de ofensa personal, y todos los intentos por calmar los ánimos e instaurar la paz acaban durando menos de lo que dura un helado bajo un abrasador sol de verano.
Cada uno tiene su propia opinión sobre cómo encauzar el conflicto que afecta sus hijos (desde cómo definir la agresión hasta cómo castigar al agresor, pasando por ver quién tiene mayor o menor culpa), y de ahí surgen otros temas en los que por supuesto no logran ponerse de acuerdo. A ratos ellos se alían contra ellas y ellas contra ellos, pero al final la cosa deviene en un todos contra todos. Y el esfuerzo recalcitrante por alzarse como la voz de la razón de unos, como el desinterés y la pachorra de otros, provoca que el asunto les estalle en la cara. El ambiente es cada vez peor y, sin embargo, parece imposible escapar de esas opresoras paredes que conforman el hogar de los Longstreet. Y es que de la casa del burgués matrimonio no nos movemos.
Polanski se basta de un único espacio (la casa) y de sus cuatro intérpretes para poner en evidencia la hipocresía que dos acomodas familias americanas esconden detrás de sus buenos modales y sus buenas intenciones. Absurdas contradicciones, groserías constantes, ideologías baratas, ridículos prejuicios, puñaladas traperas… El director saca toda la basura que estos cuatros individuos han acumulado a lo largo de su vida en relación a la educación que han recibido, a la posición social que ostentan, a su profesión, etc.; y nos muestra su cara oculta más oscura y desagradable.
El director mantiene la teatralidad de la (aclamada) obra en la que se basa mediante una narración firme y sin interrupciones dentro de un solo decorado y a tiempo real, sin elipsis de ningún tipo. Y ahí es donde los actores lo dan todo.
Jodie Foster puede llegar a ser el personaje más irritante de todos dado su elevado complejo de superioridad. Una santa y una doña perfecta cuya moral y ética son superiores a los de sus invitados, o eso cree ella. Dueña absoluta de la verdad, Penelope Longstreet (una intelectual muy preocupada por los males del mundo…) no tarda mucho en perder los estribos. Previamente ya se había encargado de lanzar sigilosamente sus dardos envenenados.
Foster, a la que un servidor prefiere tener delante que detrás de la cámara, da por fin con un papel a su altura tras años deambulando en roles de poca entidad o escasa repercusión.
Junto a ella está un John C. Reilly que cuando deja de lado las comedias chorras demuestra que es un actor bien capacitado. Reilly interpreta a Michael Lonstreet, un humilde vendedor de artículos del hogar que aspira a pertenecer a una clase social superior. De ahí que presuma ante sus invitados de sus ostentosos placeres privados, como un whisky de 15 años o unos puros de primerísima calidad.
Michael intenta calmar la situación aunque le saquen de quicio algunos comentarios. Sin embargo, su actitud excesivamente conciliadora no sirve para nada cuando realmente parece importarle un comino lo que allí se discute.
Tres cuartos de lo mismo pasa con el personaje de Alan Cowan en manos de un cínico Christopher Waltz. Alan, abogado de profesión (y ya sabemos cómo se las gastan muchos de estos…), está más pendiente de atender al teléfono móvil por asuntos de trabajo que en entablar una conversación con los padres del niño al que su hijo a desdentado. Maleducado e impertinente, Alan parece hasta disfrutar con la trifulca que se ha montado.
Por supuesto, su mujer (una estupenda, como siempre, Kate Winslet), no ve el asunto con los mismos ojos, y aunque al principio es muy tolerante y muy señorita, finalmente, y con la ayuda de un poquito de alcohol (porque no hay nada mejor que un buen whisky para amenizar una carnicería verbal), se desinhibe por completo y saca la bestia feroz que lleva dentro.
En resumen, unos personajes (afines a unos estereotipos concretos) en plena ebullición y elenco pletórico gracias no sólo al innegable talento de cada uno de ellos sino también a los ingeniosos y ácidos diálogos de un señor guión (escrito a dos manos entre Polanski y la dramaturga Yasmina Reza, autora de la obra original)
Y es que “Un dios salvaje” es puro guión, puro diálogo y pura interpretación. No hay más. Bueno sí, hay un director que abre y cierra la película con una sutileza y sencillez aplastantes (plano fijo y a lo lejos dejando que las imágenes hablen por sí solas), y que conduce a un inmenso reparto cual director de orquestra, moviendo la batuta aquí y allá para que ningún instrumento desafine y toda la música fluya con absoluta armonía.
Pues saber dirigir a los actores y ser capaz de evitar dejar una impronta personal también es cosa de un buen director (no todo es cuestión de mostrar una fotografía impresionante o rodar planos de increíble belleza plástica). Polanski se queda al margen (entre comillas) y deja que el protagonismo recaiga en quién debe recaer (reparto y guión), lo que quizás haga creer s algunos que su labor es meramente funcional o discreta (en todo caso, bendita discreción)
Y así es como se consigue una de las sátiras más hilarantes y divertidas que se han hecho en mucho tiempo. Porque no olvidemos que pese a todo lo dicho, estamos ante una comedia (cosa que, reconozco, al ver el tráiler me descolocó). Ahora bien, una comedia de las inteligentes, de esas que tan poco abundan en las salas de cine.
Y si hubiera que sacarle un “pero”, me inclinaría –a título personal- pero ese abrupto corte que de algún modo “finiquita” la discusión establecida entre las dos partes. Un cierre un tanto repentino e inesperado que nos deja con ganas de más (más risas a costa de esos cuatro personajes). Ahora bien, el final, el auténtico desenlace y verdadera conclusión de la historia, retomando el mismo escenario y los mismos protagonistas que al principio, es de una claridad y precisión arrolladoras, dando a entender SPOILER-- que lo que motivó el encuentro no fue más que una riña infantil que, como muchas otras riñas a esa edad, se resuelve haciendo borrón y cuenta nueva (o no dándole mayor importancia). Los padres, no obstante, se toman el asunto mucho más en serio y terminan exhibiendo menos madurez y menos sensatez de la que en un principio deberían tener. --FIN SPOILER
Lo mejor: el reparto; los ácidos diálogos.
Lo peor: que te deje con ganas de más.
Valoración personal: Buena
6 comentarios:
Me has convencido… Me gusta mucho ese rollo casi teatral de una historia soportada en actores buenos y diálogos interesantes; y eso que al ver el anuncio parecía algo simplona… pero creo que me podría gustar mucho
Kisses
Al ver el trailer por priemr vez, sentí una sensación de desconcierto y decepción, pues esperaba algo más serio. Pero una vez entras en la sala con el chip correcto, la disfrutas como la buena comedia que es.
Saludos ;)
La verdad es que aún no la he visto pero por lo que cuentas, creo que me puede gustar.
por cierto tienes un blog muy interesante.
lecinemaexpress.blospot.com
Hola Xavier,
Me alegra que el blog te parezca interesante.
En cuanto a la película, pues es de lo mejorcito que se ha estrenado últimamente. No es fácil encontrar una sátira de este nivel entre tanta comedia tonta y vulgar. Espero que puedas verla pronto y te guste tanto como a mi.
Saludos ;)
Es un peliculón.
Sin explosiones, ataques extraterrestres, ni humor grueso. CINE de calidad*, vaya.
*No digo que el cine con explosiones, ataques extraterrestres o humor grueso sea mierda pura. Pero un poco sí (la mayoría, vaya)
Bueno, con lo que quizás habría que compararla es con las comedias que suelen llegar habitualmente a nuestras carteleras, y es obvio que hay un abismo entre esas (de humor pobre y/o zafio) y esta película (humor ácido, sarcástico, inteligente...)
El cine de explosiones también puede ser cine de calidad (véase Terminator 2 o la reciente Star Trek), pero desgraciadamente son pocas las veces en que lo es.
Saludos ;)
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