En 2008, y con más de 50 años de carrera sobre sus espaldas,
Clint Eastwood anunciaba su retirada de
la interpretación, afirmando que ya había dado al cine todo lo que podía dar
como actor. Una noticia que, a sus 78 años, nos parecía lógica y respetable,
pero que no por ello dejaba de entristecernos. Aquel año estrenaba “Gran
Torino”, en la que volvía a ejercer de director y actor protagonista, y que se convertía
en todo un éxito de crítica y público, aunque luego fuese injustamente ignorada
por la Academia. Dicho filme suponía su última aparición ante las cámaras,
por lo que su visionado desprendía cierto regusto a despedida.
Pero nunca digas nunca jamás. Y si no que le pregunten a
Viggo Mortensen o a Kevin Spacey, que anunciaron su jubilación anticipada antes
de tiempo y ahí siguen, dando el callo.
Han pasados cinco años desde aquellas declaraciones, y Eastwood
vuelve al redil con “Trouble with the Curve”, libremente traducida aquí como
“Golpe de efecto”. Y lo más sorprendente es que regresa dejándose dirigir por
un tercero, algo que no ocurría desde “En la línea de fuego”, hace ya casi
veinte años.
Gus Lobel (Clint
Eastwood) ha sido uno de los mejores cazatalentos
de béisbol durante décadas, pero, a pesar de sus esfuerzos por esconderlo, su
edad empieza a pasarle factura. Sin
embargo, Gus se niega a quedarse en el
banquillo y sale de nuevo al campo a batear en lo que podría ser el último
trabajo de su carrera. Esta vez, y pese a sus reticencias, cuenta con la
inesperada ayuda de su hija, una talentosa abogada.
La película que nos devuelve al Eastwood actor supone el
debut como director de Robert
Lorenz, su socio productor de toda la vida (y su asistente de dirección en
múltiples rodajes). Tras una serie de pulidas, Lorenz le entregó el guión a
Eastwood, que aceptó salir de su breve retiro cediéndole la silla de director a
su amigo para centrarse exclusivamente en Gus,
un personaje hecho a su medida.
Gus Lobel es, lo que se dice, un viejo cascarrabias. Representa
a la vieja escuela de cazatalentos, a aquellos que asisten a los partidos y que
analizan con detalle a los jugadores; aquellos que perciben el talento desde
las gradas. Nada que ver con los
ojeadores de ahora, alejados del campo de juego y más pendientes de las
estadísticas que les dicta un ordenador.
Gus no desea jubilarse, pero quizás no tenga elección. El
paso del tiempo no perdona y empieza a perder la visión, lo que automáticamente
le dejaría fuera de juego. Los directivos de los Atlanta Braves comienzan a dudar
de su criterio, así que su último trabajo es, quizás, la última oportunidad que
tiene de demostrar que aún le queda cuerda para rato.
Pero no puede hacerlo sólo. Necesita ayuda, y ésta vendrá de
su hija Mickey (Amy Adams), una empleada de un importante bufete de abogados de
Atlanta cuyo esfuerzo y ambición están a punto de reportarle un jugoso ascenso.
Gus y Mickey nunca han mantenido una satisfactoria relación
como padre e hija. Él no estaba preparado para ser padre soltero después de la
muerte de su esposa, por lo que Mickey vivió un año entero con unos familiares y
pasó el resto de su tierna infancia en un internado. Ahora mantienen el contacto pero apenas
hablan de cosas importantes. En los pocos momentos que pasan juntos, el béisbol
monopoliza su conversación.
Gus siempre quiso lo mejor para ella. Las decisiones que
tomó en el pasado, equivocadas o no, las tomó por el bien de su futuro.
Mickey se crió con el béisbol, aprendiendo de su padre todo
lo que debía saber de este deporte. Y pese a los años que éste la mantuvo
alejada no sólo de él sino también de las gradas, es la única persona que ahora
puede echarle una mano.
Por supuesto, Gus se niega a ello, pero Mickey es tan
testaruda como él, así que acabará acompañándole en su último viaje a Carolina
del Norte para salvar su carrera, aunque eso suponga poner en peligro la suya
propia.
Aunque ambientada en el mundo del beisbol, la historia de “Golpe de efecto” gira en torno
a la relación padre e hija de los personajes que interpretan Eastwood y Adams,
quienes demuestran tener un gran química en pantalla. El contexto deportivo
deja paso, pues, al drama familiar, aunque con un tono ciertamente ligero en donde predominan las pinceladas de humor.
También hay lugar para reflexionar sobre el paso del tiempo, la vejez, las
responsabilidades y los sueños, así como para aportar unas dosis de romance a
través del personaje de Justin Timberlake (Johnny Flanagan), un exjugador de
béisbol reconvertido en cazatalentos que aspira a ser comentarista y que entre
tanto no duda en tratar de conquistar el corazón de la hija del hombre que le
descubrió.
Además, se aprovecha para reivindicar lo tradicional
respecto a lo moderno, siendo así la antítesis de otra reciente película
sobre béisbol, “Moneyball”.
La estructura de la cinta, el tipo de personajes que
presenta y cómo se desenvuelven en pantalla, así como la resolución de sus
conflictos emocionales responden a estereotipos de sobra conocidos. Nada sorprende ni resulta especialmente
novedoso. Eso convierte la ópera
prima de Lorenz una película de manual
repleta de clichés (la escenita del lago es una plantilla utilizada hasta
la saciedad). Y sin embargo, un servidor se ha visto complacido por su amable sencillez y su falta de pretensiones.
Dada la presencia de Eastwood, quizás se espere de ella algo
más que una correcta y agradable película de sábado por la tarde, que es
básicamente lo que -en apariencia- pretende y consigue ser.
Eastwood está en su
salsa y se nota. Y tenerlo de vuelta como actor es un regalo que merece la
pena aprovechar aún cuando la película no sea el “gran regreso” que muchos
esperaban o no vaya a situarse entre los trabajos más destacables y/o recordados
de su filmografía.
“Golpe de efecto” es un ligero
y tópico drama deportivo que ni engorda ni indigesta. Tanto la dirección como el guión resultan convencionales, pero el
reparto (y ahí incluyo a Timberlake) le
otorga un plus de calidad. Para algunos puede que resulte insatisfactoria;
para quién esto escribe, el resultado se ajusta a lo que uno le pide a este
tipo de propuestas. Ni más ni menos.
Lo mejor: vovler a ver a Eastwood delante la cámara.
Lo peor: su cúmulo de clichés.
Valoración personal: Correcta
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