Aunque es más conocido por la saga del guerrero postapocalíptico Mad Max (de la que en estos momentos se encuentra preparando -no sin contratiempos- una tardía -e innecesaria- secuela/reboot), el australiano George Miller también se ha sumergido en otros géneros como la comedia fantástica o el drama (para el recuerdo queda la excelente “El aceite de la vida”). Prácticamente desaparecido durante buena parte de los 90 y principios de la pasada década (con la salvedad de una secuela de Babe, el cerdito por excelencia del cine australiano), en 2006 Miller volvió a la palestra con un inesperado éxito taquillero resultante de su primera incursión en el cine de animación. Los pingüinos bailarines/cantarines de “Happy Feet” aterrizaron en la cartelera encandilando no sólo al público sino también a la crítica. Pero ahí no quedó la cosa, pues la película también se llevó el Oscar en su categoría de Mejor Película de Animación, rompiendo así la racha triunfadora que llevaba Pixar en un año en el que la compañía del flexo presentaba su candidata más denostada (Cars), Dreamworks quedaba fuera de competición y “Monster House” (mi favorita) entraba de tapadillo y sin hacer mucho ruido.
Tal fue la recepción del filme de Miller, que ni él ni Warner Bros han dudado en aprovechar el tirón de los pingüinos para sacar una segunda entrega.
Mumble, el maestro de Tap, tiene un problema con su pequeño hijo Erik, un coreófobo. Reacio a bailar, y considerado por ello un bicho raro, Erik decide escapar de su hogar. En su camino, se encuentra con el poderoso Sven, ¡un pingüino que puede volar!
Mientras Mumble va en busca de su hijo, algo terrible ocurre en la gran nación de los pingüinos emperador. A su regreso, padre e hijo descubrirán con asombro lo sucedido, y tendrán que hacer lo imposible para ayudar al resto de la colonia.
Si en la película original era Mumble quién debía encontrar su verdadera vocación dentro de una colonia entregada al canto, ahora es su hijo quién deberá experimentar un viaje emocional similar para dar con su talento escondido.
La historia ya empieza con un número musical en el que un montón de pingüinos cantan y bailan música modernilla. En medio de todos ellos se encuentra el torpe de Erik intentando seguir, sin éxito, los pasos de sus mayores, lo que termina finalmente en un buen tortón y las consiguientes risas de sus semejantes.
Este hecho desencadena la posterior huida de Erik junto a un par de amigos y la llegada a otra colonia, donde se nos presenta el personaje de Sven, el único del mundo capaz de utilizar sus alas de pingüino para volar, algo que asombra al resto de su especie y muy especialmente al impresionable Erik, que enseguida lo considera un ídolo y un modelo a seguir.
A su regreso a casa con su padre, es cuando la película empieza a ganar algo de interés (gracias el golpe de efecto en el guión) y los bailecitos de los pingüinos encuentran una justificación para ser exhibidos de forma constante.
La tierra de los pingüinos emperador ha quedado sellada por culpa de un iceberg, y no hay forma de salir sin recibir ayuda del exterior. Mumble está decidido a hacer todo cuanto esté en su aleta para ayudar a la colonia, aunque tenga que pedir ayuda al fanfarrón de Sven.
Los continuos intentos de rescate son los que aportan algo de emoción a una trama bastante ramplona y que depende en exceso del factor musical para salir a flote. Y esto último es obvio si tenemos en cuenta que se inscribe dentro del género musical (del que un servidor se considera un ferviente admirador), pero con unos pingüinos lo cierto es que no se puede hacer mucho para animar el cotarro. Menos aún si los personajes carecen de carisma alguno y los gags cómicos no resultan mínimamente graciosos; o al menos no para un adulto. Y ese es el mayor problema de “Happy Feet 2” en relación a su enfoque familiar, pues resulta mucho más indicada para los niños que para los adultos que los acompañan (o mejor dicho, los llevan al cine)
La cinta de Miller cuenta con buenos mensajes (creer en un mismo, ayudar a los demás, admirar a los que te quieren, saber quién eres y dónde está tu hogar, etc.), pero es demasiado infantil para ser disfrutada en familia. No conectas con los personajes, no te ríes con ellos (¿hasta cuándo tendremos que soportar el estereotipo del personaje latino supuestamente gracioso?) y la vertiente musical apenas despliega sus posibilidades (y de nuevo me remito al hecho de que los pingüinos no dan mucho de sí, y el escenario tampoco es propicio).
La animación, eso sí, sigue haciendo gala de un nivel de hiperrealismo formidable. Cuanto más cercano es el plano, mejor podemos apreciar la calidad de las texturas, especialmente en lo que se refiere a la nieve (o hielo) y los crustáceos. Hablando precisamente de crustáceos, tenemos a una pareja de krills, Will y Bill, que probablemente sean lo más interesante de la película. Son sus peripecias y sus conversaciones/discusiones las que aportan algo de aire fresco al conjunto de la historia.
También el hecho de rescatar algún que otro tema musical añejo (el Under Preassure de Queen y David Bowie, por ejemplo) en sustitución del pop musical actual, sirve para captar algo del interés del adulto espectador que pasada una hora ya está un poco cansado de pingüinos danzarines. Esto ocurre ya en el tramo final, que es cuando la cinta empieza a ganar enteros al abandonar momentáneamente el humor infantiloide (y la chapucera introducción y posterior desaparación de los personajes humanos) para decantarse por algo más emocionante y dignamente emotivo.
No hay duda de que para los críos “Happy Feet 2” supondrá un más que recomendable espectáculo musical lleno de pegadizas canciones y deslumbrantes secuencias animadas. Pero para los más creciditos, no es ni de lejos la opción ideal para ir al cine en familia. Demasiado sosa.
P.D.: Precisamente para los talluditos, lo mejor de la película es el corto de Looney Tunes (con Piolín y Silvestre en modo musical) que la precede. Por aquello de la nostalgia, más que nada.
Tal fue la recepción del filme de Miller, que ni él ni Warner Bros han dudado en aprovechar el tirón de los pingüinos para sacar una segunda entrega.
Mumble, el maestro de Tap, tiene un problema con su pequeño hijo Erik, un coreófobo. Reacio a bailar, y considerado por ello un bicho raro, Erik decide escapar de su hogar. En su camino, se encuentra con el poderoso Sven, ¡un pingüino que puede volar!
Mientras Mumble va en busca de su hijo, algo terrible ocurre en la gran nación de los pingüinos emperador. A su regreso, padre e hijo descubrirán con asombro lo sucedido, y tendrán que hacer lo imposible para ayudar al resto de la colonia.
Si en la película original era Mumble quién debía encontrar su verdadera vocación dentro de una colonia entregada al canto, ahora es su hijo quién deberá experimentar un viaje emocional similar para dar con su talento escondido.
La historia ya empieza con un número musical en el que un montón de pingüinos cantan y bailan música modernilla. En medio de todos ellos se encuentra el torpe de Erik intentando seguir, sin éxito, los pasos de sus mayores, lo que termina finalmente en un buen tortón y las consiguientes risas de sus semejantes.
Este hecho desencadena la posterior huida de Erik junto a un par de amigos y la llegada a otra colonia, donde se nos presenta el personaje de Sven, el único del mundo capaz de utilizar sus alas de pingüino para volar, algo que asombra al resto de su especie y muy especialmente al impresionable Erik, que enseguida lo considera un ídolo y un modelo a seguir.
A su regreso a casa con su padre, es cuando la película empieza a ganar algo de interés (gracias el golpe de efecto en el guión) y los bailecitos de los pingüinos encuentran una justificación para ser exhibidos de forma constante.
La tierra de los pingüinos emperador ha quedado sellada por culpa de un iceberg, y no hay forma de salir sin recibir ayuda del exterior. Mumble está decidido a hacer todo cuanto esté en su aleta para ayudar a la colonia, aunque tenga que pedir ayuda al fanfarrón de Sven.
Los continuos intentos de rescate son los que aportan algo de emoción a una trama bastante ramplona y que depende en exceso del factor musical para salir a flote. Y esto último es obvio si tenemos en cuenta que se inscribe dentro del género musical (del que un servidor se considera un ferviente admirador), pero con unos pingüinos lo cierto es que no se puede hacer mucho para animar el cotarro. Menos aún si los personajes carecen de carisma alguno y los gags cómicos no resultan mínimamente graciosos; o al menos no para un adulto. Y ese es el mayor problema de “Happy Feet 2” en relación a su enfoque familiar, pues resulta mucho más indicada para los niños que para los adultos que los acompañan (o mejor dicho, los llevan al cine)
La cinta de Miller cuenta con buenos mensajes (creer en un mismo, ayudar a los demás, admirar a los que te quieren, saber quién eres y dónde está tu hogar, etc.), pero es demasiado infantil para ser disfrutada en familia. No conectas con los personajes, no te ríes con ellos (¿hasta cuándo tendremos que soportar el estereotipo del personaje latino supuestamente gracioso?) y la vertiente musical apenas despliega sus posibilidades (y de nuevo me remito al hecho de que los pingüinos no dan mucho de sí, y el escenario tampoco es propicio).
La animación, eso sí, sigue haciendo gala de un nivel de hiperrealismo formidable. Cuanto más cercano es el plano, mejor podemos apreciar la calidad de las texturas, especialmente en lo que se refiere a la nieve (o hielo) y los crustáceos. Hablando precisamente de crustáceos, tenemos a una pareja de krills, Will y Bill, que probablemente sean lo más interesante de la película. Son sus peripecias y sus conversaciones/discusiones las que aportan algo de aire fresco al conjunto de la historia.
También el hecho de rescatar algún que otro tema musical añejo (el Under Preassure de Queen y David Bowie, por ejemplo) en sustitución del pop musical actual, sirve para captar algo del interés del adulto espectador que pasada una hora ya está un poco cansado de pingüinos danzarines. Esto ocurre ya en el tramo final, que es cuando la cinta empieza a ganar enteros al abandonar momentáneamente el humor infantiloide (y la chapucera introducción y posterior desaparación de los personajes humanos) para decantarse por algo más emocionante y dignamente emotivo.
No hay duda de que para los críos “Happy Feet 2” supondrá un más que recomendable espectáculo musical lleno de pegadizas canciones y deslumbrantes secuencias animadas. Pero para los más creciditos, no es ni de lejos la opción ideal para ir al cine en familia. Demasiado sosa.
P.D.: Precisamente para los talluditos, lo mejor de la película es el corto de Looney Tunes (con Piolín y Silvestre en modo musical) que la precede. Por aquello de la nostalgia, más que nada.
Lo mejor: el hiperrealismo de la animación.
Lo peor: demasiado infantil para ver en familia.
Valoración personal: Regular
2 comentarios:
Happy feet me parecio una buena pelicula, a pesar de que es de categoria infantill.
Tienda Erotica
Esta película es muy bonita y la primera que salio me gusta mas aun que esta. Saludos. Es una buena película la recomiendo para que la vean con su familia.
Publicar un comentario