“Balada triste de trompeta” fue una propuesta cinematográfica bastante arriesgada por parte de Alex de la Iglesia, lo que suscitó críticas dispares tanto por parte de la crítica como del público. En su noveno largometraje, el director bilbaíno deja atrás su radical mirada de la Guerra Civil Española para abordar temas candentes de nuestros tiempos (el paro, la televisión basura…).
Y lo hace a través de la historia de Roberto (José Mota), un publicista que años atrás alcanzó el éxito cuando se le ocurrió el famoso eslogan: "Coca-Cola, la chispa de la vida", y que ahora se encuentra en paro y atravesando una difícil situación económica. Desesperado por no encontrar trabajo, Roberto intenta recordar los días felices regresando al hotel donde pasó la luna de miel con su mujer (Salma Hayek). Sin embargo, en lugar de un hotel, lo que éste encuentra es un museo levantado en torno al teatro romano de la ciudad. Mientras pasea por las ruinas sufre un accidente: una aparatosa caída que termina con una barra de hierro clavada en su cabeza y que le deja completamente paralizado. Si intenta moverse puede morir. Así es como en cuestión de minutos, Roberto se convierte en el foco de atención de los medios de comunicación, lo que volverá a cambiar su vida...
Poco dado a dirigir guiones ajenos (“Perdita Durango” sería esa rara excepción a la que se suma esta última) o sin contar con la co-escritura de su habitual colaborador (Jorge Guerricaechevarria), de la Iglesia se ha involucrado esta vez una historia escrita por el guionista Randy Feldman, quién se estrena en esto de la comedia dramática tras encargarse de guiones de películas del género de acción como (la gloriosa) “Tango & Cash” o “El negociador”, una de las pocas cintas rescatables (sin ser tampoco la gran cosa) que hizo Eddie Murphy antes de entrar en el serio declive que aún arrastra.
Nuestro protagonista es uno de esos más de cinco millones de parados que vive en España y que no hay manera que encuentre un trabajo decente con el que poder subsistir. Roberto se recorre día tras días las calles de su ciudad con un puñado de currículos bajo el brazo y viendo como siempre le cierran las puertas en las narices. En un acto de desesperación, decide recurrir a su antiguo jefe, aquél que años atrás se benefició de su brillante eslogan para la conocida marca de refrescos de cola (no voy a citarla de nuevo para no hacerle más publicidad de la cuenta). Desgraciadamente, a este señor se la repamplimfla la situación de Roberto, por lo que el hombre sale de su despacho con otra negativa más sobre sus hombros. Harto de empresarios sin escrúpulos y de que nadie le dé una oportunidad, Roberto inicia un viaje y una experiencia que cambiará su vida… Y es que quién iba a decirle que un accidente que le deja con un hierro clavado en la cabeza le iba a reportar tanta fama.
Publicitario hasta la médula, y sin nada que perder salvo la vida, Roberto toma la seria decisión de sacar partido de su grave situación para ganar algo de dinero y así asegurar el bienestar de su familia. Después de ser humillado y desechado como un vulgar parásito, a Roberto ya no le queda dignidad alguna que mancillar. Por ese motivo hace una llamada para hacerse con un buen representante y conseguir darle la vuelta a la tortilla haciendo de su desgracia todo un espectáculo televisivo. Por supuesto, su mujer no entiende nada de lo que ocurre y mucho menos comparte la idea de aprovechar la vida de su marido para ganar dinero. Pero a su alrededor hay un buen puñado de buitres (periodistas, publicistas, empresarios, cadenas de televisión…) dispuestos a sacar el máximo beneficio de la vida de un hombre que pende de un hilo (o mejor dicho, de un hierro). Roberto no duda en ponerle precio a su alma, por triste o poco ético que eso nos pueda parecer.
Como decía el despreciable personaje que interpretaba Kirk Douglas en “El gran carnaval” (clásico de Billy Wilder con el que el guión de Feldman guarda no pocas similitudes), “Las malas noticias se venden mejor; porque una buena noticia no es una noticia”. Y esto lo sabe muy bien Roberto, que se convierte a voluntad propia en mera carnaza para periodistas y reporteros con hambre de exclusiva. ¿Y por qué el desgraciado accidente de nuestro protagonista interesa y vende tanto? Por el morbo al que sucumbe la sociedad contemporánea. De ese morbo vive la prensa y la televisión más sensacionalistas (es decir, gran parte de la prensa y la televisión de este país).
Feldman y de la Iglesia despliegan una ácida crítica hacia los medios de comunicación y la televisión basura sin sutilezas (que no le hubieran ido mal) y sin andarse por las ramas, no dejando títere con cabeza e incluso en algunos casos optando por la referencia más bien directa que, sin ser explicita, se sobreentiende a la perfección (la cadena interesada en vender la historia de Roberto es una tal “Antena 5”, alusión bastante evidente a una –o incluso más de una- cadena de televisión de nuestro país). Pero la prensa y la televisión no son los únicos que están en el punto de mira de la película (lo que hace que nos acordemos también de la setentera “Network” de Sydney Lumet), y arremete también contra los empresarios egoístas (y sus vagos secuaces), los políticos sin decencia alguna y, en general, contra la morbosa y deshumanizada sociedad que hemos construido y en la que vivimos diariamente.
El mensaje que lanza la película no es nuevo, pero es contundente. Sin embargo, hay un problema, o al menos conmigo lo hubo. Todo transcurre en un ambiente demasiado recargado y exagerado, con unos personajes estereotipados y excesivamente caricaturescos. Un contexto en donde los buenos son muy buenos, los malos muy malos, y en donde todo es un cúmulo de clichés embutidos con vaselina que terminan ahogando la feroz y poderosa crítica que la historia trae consigo.
Todos sabemos que para estar al frente de una cadena de televisión que se nutre de la miseria humana para vender morbo y enriquecerse con ello (audiencia mediante) hay que tener muy poca conciencia y menos aún decencia. Pero no hay necesidad de caricaturizar o vulgarizar una figura que ya de por sí resulta bastante execrable para convertirlo en personaje que parece salido de alguna (mala) película de mafiosos. Ver en cada plano en que aparece al presidente de Antena 5 a un Juango Puigcorbé en batín y rodeado de prostitutas de lujo en lencería en su lujoso apartamento creo, sinceramente, que es rizar un poco el rizo. Los hijos del protagonista, el hijo gótico siniestro (así se presenta él mismo) y la hija universitaria empollona, otro estereotipo al canto que en la historia no tiene una base que los justifique.
Esto son ejemplos de esos varios que ofrece “La chispa de la vida” y que resultan excesivamente esperpénticos y risibles (sumemos a los periodistas matándose casi literalmente por entrar en el museo a cubrir la noticia, a la vecina ofreciéndole comida al accidentado, al guarda de seguridad panoli sacando fotos con el móvil, la absurda forma en que se desenvuelve el accidente de Roberto, etc.).
La película se muestra descompensada a la hora de mezclar comedia y drama. La comedia se acerca más a la parodia más grotesca que a la sátira, y el drama es bastante intenso y casi lacrimógeno, con lo que en conjunto la cosa no termina de cuajar, o al menos a mi no me convenció. Lo que hubiese podido convertirse en un drama con pinceladas de humor negro (o una sátira pura y dura), pasa a ser dos películas intentando ser una sola. El guión no consigue aunar los dos enfoques sin que chirríen (y los chistes fáciles o pasados de rosca no ayudan en nada).
En cuestión de drama, no obstante, es precisamente donde el guionista, el director y sobre todo los actores protagonistas se lucen de maravilla.
Merecidísima tanto la nominación a los Goya de José Mota a Mejor Actor Revelación (aunque en su profesión de cómico televisivo lleve años interpretando delante de una cámara) como la de Salma Hayek a Mejor Actriz. Me atrevo a asegurar que nunca hemos visto a la mexicana al nivel de interpretación que ofrece aquí. En parte porque su carrera en Hollywood se ha nutrido hasta la extenuación de su condición de “cañón latino” (cliché que ha repetido con mejor y peor fortuna), en parte porque su personaje está magníficamente construido (el suyo y el de José Mota, junto al de Banca Portillo, son los pocos personajes realmente creíbles –sin hipérbole de por medio- dentro del circo mediático que se monta a su alrededor) y en parte porque de la Iglesia entiende de dirección de actores.
Las partes dramáticas son las que mejor funcionan, y eso se nota sobre todo al final (duro pero a la vez esperanzador; en resumen: un gran final), que casi me hace creer que he visto una película mejor de lo que realmente es. Porque “La chispa de la vida” es irregular, con momentos brillantes y otros que simplemente no funcionan y desajustan la función. Con (sobre todo) dos actores que brillan con luz propia y otros que por exigencias de guión o por carencias interpretativas no convencen (aunque podemos estar agradecidos de que de la Iglesia no le haya dado el papel principal a la mediocre Carolina Bang y que lo del amiguete Vigalondo sea sólo un fugaz cameo, sino ya hubiera sido la hecatombe del “enchufismo”).
Uno de esos casos en los que el barroquismo del director anulan automáticamente las posibilidades de una buena historia. Es el precio que hay que pagar cuando se tiene un estilo propio. A veces se da en el clavo y a veces no (o a veces, simplemente, se sacrifica el estilo y se rueda algo tan impersonal y rutinario como “Los crímenes de Oxford”).
Lo mejor: las partes dramáticas; José Mota y Salma Hayek.
Lo peor: que la caricaturización y exageración de los personajes y las situaciones tumben la película.
Valoración personal: Regular
Y lo hace a través de la historia de Roberto (José Mota), un publicista que años atrás alcanzó el éxito cuando se le ocurrió el famoso eslogan: "Coca-Cola, la chispa de la vida", y que ahora se encuentra en paro y atravesando una difícil situación económica. Desesperado por no encontrar trabajo, Roberto intenta recordar los días felices regresando al hotel donde pasó la luna de miel con su mujer (Salma Hayek). Sin embargo, en lugar de un hotel, lo que éste encuentra es un museo levantado en torno al teatro romano de la ciudad. Mientras pasea por las ruinas sufre un accidente: una aparatosa caída que termina con una barra de hierro clavada en su cabeza y que le deja completamente paralizado. Si intenta moverse puede morir. Así es como en cuestión de minutos, Roberto se convierte en el foco de atención de los medios de comunicación, lo que volverá a cambiar su vida...
Poco dado a dirigir guiones ajenos (“Perdita Durango” sería esa rara excepción a la que se suma esta última) o sin contar con la co-escritura de su habitual colaborador (Jorge Guerricaechevarria), de la Iglesia se ha involucrado esta vez una historia escrita por el guionista Randy Feldman, quién se estrena en esto de la comedia dramática tras encargarse de guiones de películas del género de acción como (la gloriosa) “Tango & Cash” o “El negociador”, una de las pocas cintas rescatables (sin ser tampoco la gran cosa) que hizo Eddie Murphy antes de entrar en el serio declive que aún arrastra.
Nuestro protagonista es uno de esos más de cinco millones de parados que vive en España y que no hay manera que encuentre un trabajo decente con el que poder subsistir. Roberto se recorre día tras días las calles de su ciudad con un puñado de currículos bajo el brazo y viendo como siempre le cierran las puertas en las narices. En un acto de desesperación, decide recurrir a su antiguo jefe, aquél que años atrás se benefició de su brillante eslogan para la conocida marca de refrescos de cola (no voy a citarla de nuevo para no hacerle más publicidad de la cuenta). Desgraciadamente, a este señor se la repamplimfla la situación de Roberto, por lo que el hombre sale de su despacho con otra negativa más sobre sus hombros. Harto de empresarios sin escrúpulos y de que nadie le dé una oportunidad, Roberto inicia un viaje y una experiencia que cambiará su vida… Y es que quién iba a decirle que un accidente que le deja con un hierro clavado en la cabeza le iba a reportar tanta fama.
Publicitario hasta la médula, y sin nada que perder salvo la vida, Roberto toma la seria decisión de sacar partido de su grave situación para ganar algo de dinero y así asegurar el bienestar de su familia. Después de ser humillado y desechado como un vulgar parásito, a Roberto ya no le queda dignidad alguna que mancillar. Por ese motivo hace una llamada para hacerse con un buen representante y conseguir darle la vuelta a la tortilla haciendo de su desgracia todo un espectáculo televisivo. Por supuesto, su mujer no entiende nada de lo que ocurre y mucho menos comparte la idea de aprovechar la vida de su marido para ganar dinero. Pero a su alrededor hay un buen puñado de buitres (periodistas, publicistas, empresarios, cadenas de televisión…) dispuestos a sacar el máximo beneficio de la vida de un hombre que pende de un hilo (o mejor dicho, de un hierro). Roberto no duda en ponerle precio a su alma, por triste o poco ético que eso nos pueda parecer.
Como decía el despreciable personaje que interpretaba Kirk Douglas en “El gran carnaval” (clásico de Billy Wilder con el que el guión de Feldman guarda no pocas similitudes), “Las malas noticias se venden mejor; porque una buena noticia no es una noticia”. Y esto lo sabe muy bien Roberto, que se convierte a voluntad propia en mera carnaza para periodistas y reporteros con hambre de exclusiva. ¿Y por qué el desgraciado accidente de nuestro protagonista interesa y vende tanto? Por el morbo al que sucumbe la sociedad contemporánea. De ese morbo vive la prensa y la televisión más sensacionalistas (es decir, gran parte de la prensa y la televisión de este país).
Feldman y de la Iglesia despliegan una ácida crítica hacia los medios de comunicación y la televisión basura sin sutilezas (que no le hubieran ido mal) y sin andarse por las ramas, no dejando títere con cabeza e incluso en algunos casos optando por la referencia más bien directa que, sin ser explicita, se sobreentiende a la perfección (la cadena interesada en vender la historia de Roberto es una tal “Antena 5”, alusión bastante evidente a una –o incluso más de una- cadena de televisión de nuestro país). Pero la prensa y la televisión no son los únicos que están en el punto de mira de la película (lo que hace que nos acordemos también de la setentera “Network” de Sydney Lumet), y arremete también contra los empresarios egoístas (y sus vagos secuaces), los políticos sin decencia alguna y, en general, contra la morbosa y deshumanizada sociedad que hemos construido y en la que vivimos diariamente.
El mensaje que lanza la película no es nuevo, pero es contundente. Sin embargo, hay un problema, o al menos conmigo lo hubo. Todo transcurre en un ambiente demasiado recargado y exagerado, con unos personajes estereotipados y excesivamente caricaturescos. Un contexto en donde los buenos son muy buenos, los malos muy malos, y en donde todo es un cúmulo de clichés embutidos con vaselina que terminan ahogando la feroz y poderosa crítica que la historia trae consigo.
Todos sabemos que para estar al frente de una cadena de televisión que se nutre de la miseria humana para vender morbo y enriquecerse con ello (audiencia mediante) hay que tener muy poca conciencia y menos aún decencia. Pero no hay necesidad de caricaturizar o vulgarizar una figura que ya de por sí resulta bastante execrable para convertirlo en personaje que parece salido de alguna (mala) película de mafiosos. Ver en cada plano en que aparece al presidente de Antena 5 a un Juango Puigcorbé en batín y rodeado de prostitutas de lujo en lencería en su lujoso apartamento creo, sinceramente, que es rizar un poco el rizo. Los hijos del protagonista, el hijo gótico siniestro (así se presenta él mismo) y la hija universitaria empollona, otro estereotipo al canto que en la historia no tiene una base que los justifique.
Esto son ejemplos de esos varios que ofrece “La chispa de la vida” y que resultan excesivamente esperpénticos y risibles (sumemos a los periodistas matándose casi literalmente por entrar en el museo a cubrir la noticia, a la vecina ofreciéndole comida al accidentado, al guarda de seguridad panoli sacando fotos con el móvil, la absurda forma en que se desenvuelve el accidente de Roberto, etc.).
La película se muestra descompensada a la hora de mezclar comedia y drama. La comedia se acerca más a la parodia más grotesca que a la sátira, y el drama es bastante intenso y casi lacrimógeno, con lo que en conjunto la cosa no termina de cuajar, o al menos a mi no me convenció. Lo que hubiese podido convertirse en un drama con pinceladas de humor negro (o una sátira pura y dura), pasa a ser dos películas intentando ser una sola. El guión no consigue aunar los dos enfoques sin que chirríen (y los chistes fáciles o pasados de rosca no ayudan en nada).
En cuestión de drama, no obstante, es precisamente donde el guionista, el director y sobre todo los actores protagonistas se lucen de maravilla.
Merecidísima tanto la nominación a los Goya de José Mota a Mejor Actor Revelación (aunque en su profesión de cómico televisivo lleve años interpretando delante de una cámara) como la de Salma Hayek a Mejor Actriz. Me atrevo a asegurar que nunca hemos visto a la mexicana al nivel de interpretación que ofrece aquí. En parte porque su carrera en Hollywood se ha nutrido hasta la extenuación de su condición de “cañón latino” (cliché que ha repetido con mejor y peor fortuna), en parte porque su personaje está magníficamente construido (el suyo y el de José Mota, junto al de Banca Portillo, son los pocos personajes realmente creíbles –sin hipérbole de por medio- dentro del circo mediático que se monta a su alrededor) y en parte porque de la Iglesia entiende de dirección de actores.
Las partes dramáticas son las que mejor funcionan, y eso se nota sobre todo al final (duro pero a la vez esperanzador; en resumen: un gran final), que casi me hace creer que he visto una película mejor de lo que realmente es. Porque “La chispa de la vida” es irregular, con momentos brillantes y otros que simplemente no funcionan y desajustan la función. Con (sobre todo) dos actores que brillan con luz propia y otros que por exigencias de guión o por carencias interpretativas no convencen (aunque podemos estar agradecidos de que de la Iglesia no le haya dado el papel principal a la mediocre Carolina Bang y que lo del amiguete Vigalondo sea sólo un fugaz cameo, sino ya hubiera sido la hecatombe del “enchufismo”).
Uno de esos casos en los que el barroquismo del director anulan automáticamente las posibilidades de una buena historia. Es el precio que hay que pagar cuando se tiene un estilo propio. A veces se da en el clavo y a veces no (o a veces, simplemente, se sacrifica el estilo y se rueda algo tan impersonal y rutinario como “Los crímenes de Oxford”).
Lo mejor: las partes dramáticas; José Mota y Salma Hayek.
Lo peor: que la caricaturización y exageración de los personajes y las situaciones tumben la película.
Valoración personal: Regular
3 comentarios:
Hola Vicente,
En breve me paso por tus blogs para echarles un vistazo.
Saludos ;)
Que tal, fijate que no sabía nada sobre esta película pero al menos a mi (y parece en parte a ti también) la de "Balada Triste de Trompeta" no termino por gustarme sobre todo por que creo que tenía una mala edición y de repente se vuelve bizarra. No terminé de entender si era comedia o drama (o tragicomedia?) ya que las partes donde se supone era graciosa en lo más mínimo me hicieron gracia.
Esperaba algo mejor, como en sus trabajos pasados pero creo que el director ha perdido esa chispa característica. A ver si me topo esta película, lo más seguro que en versión "callejera" como la de Balada a ver que efecto tiene en mi.
Pues lo cierto es que no he visto "Balada triste de trompeta". Ya en su momento el propio trailer me echó bastante para atrás, y luego al leer críticas tan dispares supuse que no sería muy de mi gusto.
De La Iglesia es un director con un punto muy esperpéntico, muy histriónico, y a veces eso no termina de casar con las ideas e historias que quiere llevar a la gran pantalla. Eso es, en buena medida, lo que aquí tanto descompensa y desequilibra el resultado final, e imagino que es lo que le pudo ocurrir a "Balada..", a tenor de lo que pudo leer al respecto.
Saludos ;)
Publicar un comentario