“Ya era hora”. Eso es lo que muchos -sino la inmensa mayoría-
pensamos cuando leímos la noticia de que Robert Zemeckis volvía a la acción
real. En los últimos años, éste se había entregado por completo al cine de
animación, tanto en su faceta de director como en la de productor,
experimentando con la conocida técnica de la motion capture o captura de movimiento. Tratándose del responsable de una joya como “¿Quién
engañó a Roger Rabbit?”, esta semi-nueva faceta debía haber supuesto una alegría
para todos, sin embargo, los resultados fueron bastante desiguales y no
demasiado satisfactorios (tecnología aparte).
Dejando a un lado la dispar calidad de sus producciones
animadas (unas mejores que otras), lo cierto es que ninguna llegó a ser un
éxito de taquilla (ni tan siquiera resultaron medianamente rentables), y es
posible que el sonado fracaso de “Mars Needs Moms” (en dónde ejercía de
productor) fuera para que Zemeckis la gota que colmara el vaso. Hasta resulta
irónico que una de las mejores producciones basadas en la motion capture no haya sido
obra suya, sino de un tal Spielberg (Tintín), si
bien a nivel de taquilla tampoco ésta colmó las expectativas del estudio.
El director aparca indefinidamente los píxels para volver a
dirigir a actores de carne y hueso, y lo
hace no con una propuesta de género (lo cual me hubiera hecho el doble de
ilusión) sino con un drama sobre el alcoholismo.
Lo que parecía un viaje
rutinario se convierte, en cuestión de minutos, en una auténtica pesadilla para la tripulación del vuelo 227 a Atlanta.
El capitán Whip Whitaker (Denzel Washington), piloto del avión, se ve obligado a realizar un forzoso aterrizaje de emergencia
gracias al cual salvan la vida un centenar de pasajeros. Al instante, Whip se
convierte en un héroe nacional, y su rostro copa las noticiaros de todo el
país. Sin embargo, cuando se pone en marcha la investigación para determinar
las causas de la avería, se descubre que, quizás, fuese el piloto quien pusiera
en peligro la vida de los pasajeros debido a su alcoholismo.
Podríamos englobar “Flight” dentro del género de
catastrofista, pero eso sería un error, ya que eso es tan sólo una pequeña
parte de lo que nos cuenta Zemeckis. De hecho,
el accidente inicial, que propicia unos
primeros veinte minutos de infarto, no es más que una elaborada treta para
magnificar el discurso crítico de la película y situar al protagonista en un contexto dramático más intenso y, a
poder ser, intrigante. Dicho de otro modo, el tema
central es el alcoholismo que atormenta al personaje de Washington y no tanto
si éste es o no es culpable –directa o indirectamente- del terrible accidente
aéreo. En realidad, la “culpa” de Whip va más allá de un suceso en concreto (el
accidente) y supone un cargo de conciencia mucho más genérico que abarca tanto
el ámbito profesional (la vergüenza y la inconsciencia que supone pilotar un
avión ebrio) como el personal (divorciado y con un hijo adolescente que no le
devuelve las llamadas).
Whip es un gran piloto, y eso lo saben sus compañeros y sus
allegados. Pero su “oscuro pasajero”, como diría un tal Dexter Morgan, es un
hombre débil adicto al alcohol, y la única forma de vencerlo es plantándole
cara. Esa es la lucha que el personaje afronta a lo largo de la película.
Para intentar dejar una adicción primero hay que reconocer
que se padece dicha adicción, y ese el paso que más cuesta. Para el
protagonista de esta historia, el problema se agrava al verse involucrado en un
accidente que podría costarle su carrera y, lo que es peor, mandarle a la
cárcel de por vida.
Al principio, tras el susto y el pesado recuerdo de las
víctimas (entre ellas, SPOILER-- su amante --FIN PSOILER), la primera reacción es deshacerse de todo el
alcohol que está a su alcance. Pero cuando la investigación sobre el accidente
empieza a señalarle a él como posible causante de la tragedia, todo cambia. El
recién nombrado héroe nacional se viene abajo y recae de nuevo, ahogando las
penas en vasos de vodka, wishky y todo lo que pilla por el camino.
El guionista lanza un rayo de luz, de esperanza, en el
insoportable día a día de Whip a través de Nicole (una guapísima Kelly Reilly),
otra adicta que, tras una sobredosis casi mortal, ha decido encauzar su vida.
Ella, mejor que nadie, sabe lo que es la dependencia a una droga (sea ésta
legal o no), así que trata, en la medida de lo posible, de ayudarle. La
pregunta que debe hacerse Whip es si necesita ayuda (la suya o la de un
profesional, eso ya es lo de menos), pero esa cuestión, por ahora, está lejos
de debate. Su única preocupación es que su historial como bebedor compulsivo no
incline la balanza en su contra en un caso de negligencia que podría
condenarle, en el peor de los casos, a cadena perpetua.
Zemeckis capta la derrota del personaje en sus peores
momentos, en esa espiral de degradación a la que es arrastrado debido al
consumo excesivo de alcohol y drogas (atención a su principal proveedor: un
John Goodman maravillosamente macarra), y que alcanza su cénit justo en el
momento más crucial del caso.
El accidente de avión, la posterior investigación y demás, funcionan
como un original y muy efectivo
envoltorio a lo que viene a ser una sólido drama –no exento de moralina- centrado
en el alcoholismo, y cuya principal víctima es un respetado piloto de avión
como podría haber sido un empleado de banca o el panadero del barrio. En
cualquiera de estos casos, las víctimas colaterales seguirían siendo amigos,
familiares y compañeros de trabajo, sólo que en este caso en particular hay que
añadir los pasajeros que dependen de él, pues justo en el momento en el que se
acomoda en el asiento del piloto, sus vidas quedan en sus manos (y en las de
Dios, si hacemos caso a su religioso copiloto).
Washington, secundado
por una buena trupe de secundarios (valga la redundancia), realiza un magnífico trabajo con un papel
que es todo un caramelo para el actor. Tanto él como la película merecían mayor
reconocimiento del que han tenido, aunque la crítica se ha dejado seducir
fácilmente por esta historia de
redención y superación personal. Además, nos permite comprobar que Zemeckis
sigue en forma y que se atreve a mostrarnos algo tan inusual dentro su
filmografía como es un desnudo integral femenino (rodado, eso sí, a contraluz;
porque Zemeckis es, ante todo, un cineasta elegante).
P.D.: En su próximo trabajo, Timeless, Zemeckis recuperará
el tema de los viajes en el tiempo. Se me ponen los dientes largos.
Lo mejor: los primeros 20 minutos; Denzel Washington; las apariciones de John Goodman a ritmo de rock'n'roll.
Lo peor: cierto tufillo moral/religioso.
Valoración personal: Buena
9 comentarios:
Gran critica, y totalmente de acuerdo, grande Denzel.
Por cierto Pliskeen, ¿que ha pasado con Tu Blog de Cine?, llevo intentando entrar varios dias, y aparece la pagina en blanco...
Me acabo de acordar que hace unas semanas estaba viendo la peli y la tuve que interrumpir en la mitad... tengo que terminar de verla, para mí Denzel es garantía de entretenimiento.
Saludos!
Cuando la termines, no dudes en volver y compartir tu opinión al respecto.
Saludos ;)
Gran película! La escena del accidente aereo es impresionante y está muy bien filmada. Por lo demás me pareció un drama muy pero muy efectivo.
Saludos, Jorge!
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