De seductores ojos azules, de brillante cabello rubio platino, de seductora silueta curvilínea y de dulce y embriagadora voz… Así era Marilyn Monroe, una de las estrellas más emblemáticas de los años dorados de Hollywood y toda una sex symbol que encandiló a los espectadores de la época y también a los de décadas posteriores. Su vida, sin embargo, no fue un camino de rosas... Pasó su niñez sin conocer un padre y quedando al cuidado de una madre con graves trastornos mentales que no pudo hacerse cargo de ella como debiera, lo que llevó a la joven Norma Jean (su verdadero nombre antes de adjudicarse uno de artístico) a vivir con diversas familias adoptivas e incluso a pasar por un orfanato.
A la edad de 18 años su vida cambió a mejor cuando inició su carrera de modelo, escaparate que le sirvió un año después para introducirse en el mundillo del cine realizando pequeños papeles en películas y series de televisión.
A principios de la década de los cincuenta ya empezó a ser un rostro conocido gracias a películas como “Niagara” o “Los caballeros las prefieren rubias”, trabajando con directores de renombre y gran talento como Howard Hawks, Billy Wilder, Otto Preminger o George Cukor. Aquellos fueron sus años de mayor éxito y su consagración como actriz, pese a que algunos aún seguirían poniendo en duda su talento interpretativo y considerándola una mera cara bonita.
En 1962 llegaría la tragedia, falleciendo en su domicilio a causa de una sobredosis de barbitúricos. Dicho suceso fue calificado por las autoridades como un más que probable suicidio, aunque siempre hubo voces que hablaron de posible asesinato.
Sea como fuere, lo que es bien seguro es que Marilyn Monroe permanece muy viva en el recuerdo de muchos profesionales y amantes del séptimo arte, así que era cuestión de tiempo que su vida fuera llevada a la gran pantalla.
Como ocurre a veces en la meca de Hollywood, dos proyectos surgieron a la vez con mismas intenciones, pero en este caso (como en otros tantos), sólo uno de ellos sobrevivió: My Week with Marilyn (aka Mi semana con Marilyn; sí, traducción literal, por sorprendente que parezca).
El otro proyecto anunciado como “Blondie”, basado en unas falsas memorias de Joyce Carol Oates, con Naomi Watts encarnando a Monroe y bajo la dirección de Andrew Dominik (El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford) quedó en agua de borrajas.
Recién casada con Arthur Miller (Dougray Scott) y coincidiendo con su luna de miel, Marilyn Monroe (Michelle Williams) llega a principios del verano de 1956 a Inglaterra para rodar “El príncipe y la corista”, el film que le haría compartir escena con el célebre Sir Laurence Olivier (Kenneth Branagh), legendario actor británico de teatro y cine, que protagonizaba, producía y dirigía la cinta.
Ese mismo verano Colin Clark (Eddie Redmayne), un joven de 23 años recién licenciado en Oxford y aspirante a director, pisaba por primera vez un set de rodaje como ayudante en “El príncipe y la corista”.
Cuarenta años después, Clark relató sus experiencias durante los seis meses de rodaje en un libro autobiográfico: “El príncipe, la corista y yo”. Pero en el libro se omitía lo que había pasado durante una semana. Años después, en una secuela de su autobiografía llamada “Mi semana con Marilyn”, Clark contó lo que ocurrió en esos siete días que compartió con la mayor estrella de todos los tiempos.
A diferencia de otras recientes producciones biográficas como “J. Edgar” o “La dama de hierro”, la película del debutante Simon Curtis no abarca “toda” una vida del personaje radiografiado ni pretende tampoco hacer un resumen de sus mejores y peores momentos, sino que se centra en un periodo muy concreto de su vida; un periodo contado a través de los recuerdos y experiencias de un joven “chico de los recados”.
A falta de flashbacks, el director recurre al no menos manido –aunque aquí efectivo- recurso de la voz en off para relatarnos los pormenores de un problemático rodaje desde la perspectiva de Colin Clark, un don nadie que compartió paseos y caricias con uno de los mayores iconos del siglo XX.
Marilyn llega a Inglaterra convertida en una estrella tras su paso por películas tan populares como “Los caballeros las prefieren rubias", “Cómo casarse con un millonario” o “La tentación vive arriba”. Sin embargo, para sus adentros sigue mostrando una gran inseguridad en sí misma, algo que trata de remediar con la ayuda de Paula Strasberg, actriz de teatro que la instruye y aconseja siguiendo las pautas del “Método” aplicadas por su marido Lee Strasberg (basándose éste en el sistema Stanislavski) y que también emplean intérpretes coetáneos como Montgomery Clift, James Dean, Marlon Brando o Paul Newman (y que más tarde siguieron otros actores como Robert De Niro, Al Pacino, Dustin Hoffman o Jack Nicholson).
Con “El príncipe y la corista” Marilyn pretende mejorar sus aptitudes interpretativas para lograr que la tomen en serio como actriz y dejar de ser reconocida solamente como una bomba sexual. Sin embargo, pese a su buena voluntad, el rodaje no marcha como era de esperar. Laurence Olivier cada día está más exasperado con la actitud despreocupada y poco profesional de su joven compañera de reparto, que es incapaz de llegar puntualmente a los rodajes y de aprenderse la línea de dialogo más sencilla del guión. Es por ello que la falta de entendimiento y las discusiones entre ambos son constantes, lo que no hace más que aumentar la inseguridad y el malestar de la actriz.
Entre Marilyn y Olivier se establece una especie de relación amor-odio, o mejor dicho, admiración-odio. Ambos desean trabajar juntos, pero la visión de su trabajo como intérpretes es diametralmente opuesta y los rifirrafes son constantes. El rodaje se convierte en un infierno para ambos, y Marilyn sólo consigue evadirse de sus preocupaciones y disgustos abusando de alcohol y barbitúricos, y tonteando con un jovencito ingenuo y enamorizado, el ayudante Colin Clark.
Curiosamente la razón de ser de esta película, es decir, el contarnos el affaire de siete días entre Monroe y Clark, es lo menos atractivo de la historia.
No se puede negar que a través de los ojos de Clark nos acercamos a la Marilyn más humana y más imperfecta. Cuanto más nos adentramos en su intimidad y más conocemos sus miedos y sus angustias, más nos alejamos de la estrella mediática y famosa actriz de Hollywood que ven los demás. Sin embargo, su efímero amorío (la actriz tenía fama de rompecorazones, y no olvidemos que en ese momento está casada con Miller, su -para más inri- tercer marido) no termina de resultar demasiado interesante, bien porque no paramos de asistir a abundantes clichés de corte romántico o bien porque el propio personaje de Clark nos resulta demasiado insulso como para causarnos cierta empatía. Algo en lo que además colabora la apática y monocorde actuación de Eddie Redmayne, que parece repetir el mismo tedioso registro de mentecato atolondrado visto ya en “Los pilares de la Tierra” o “Black Death”.
Podríamos vivir sin conocer los detalles de esa inolvidable semana que Clark pasó con Marilyn (asumiendo que lo que se nos cuenta sea verídico), pero son más importantes aquellos otros momentos que verdaderamente ansiábamos contemplar. Esos destellos de “cine dentro de cine” con los que nos obsequian director y guionista son lo más agradecido de la película, así como el permitirnos disfrutar de la majestuosa interpretación de Michelle Williams (en un papel propuesto inicialmente para Scarlett Johansson). En sus gestos, en su mirada, en su voz… Williams es Marilyn, ni más ni menos.
La película nos permite descubrir la mujer que habita bajo la piel de la famosa actriz, y nos desvela que el personaje más difícil que Norma Jean tuvo que encarnar jamás fue, precisamente, el de Marilyn Monroe. Probablemente fuese el peso de ser quién era y de la presión mediática e incomprensión que sufría a su alrededor (salvo por parte de Strasberg, que además de profesora sería su confidente) lo que acabó destruyéndola y, en consecuencia, convirtiéndola en una leyenda.
Pero ante todo, aquí debemos atenernos tanto a su vida privada como, de forma más secundaria, a su vida profesional, y los avatares del rodaje de “El príncipe y la corista” son una buena muestra de lo mucho o poco que podía dar de sí como actriz.
Tras su colaboración en “La tentación vive arriba", Billy Wylder juró que jamás volvería a trabajar con ella, algo que luego no pudo cumplir (coincidirían de nuevo en “Con faldas y a lo loco”), pues él mismo admitía que “cuando la volvía a ver, siempre la perdonaba”. De algún modo, eso queda plasmado en la figura de Laurence Olivier, al que encarna un estupendo Kenneth Brangh, pues quién mejor que un apasionado de Shakespeare para interpretar a otro apasionado del dramaturgo inglés; quién mejor que un actor/director para encarnar a otro actor/director (más siendo un servidor de la opinión de que Branagh ha sido y será siempre mejor en lo primero que en lo segundo).
Marilyn saca constantemente de sus casillas a un ciertamente endiosado y anquilosado Olivier, pero éste se rinde a sus pies cuando la muchacha borda su papel con esa frescura y esa fogosidad que tanto la caracterizaron. Y ese amor-odio es el que tan celo y recelo produce en su esposa, Vivien Leigh (Julia Ormond).
Pese a lo descrito en párrafos anteriores, lo cierto es que “Mi semana con Marilyn” mantiene casi en todo momento un tono ligero y agradable. Curtis consigue una película interesante pero de discretos resultados, y en dónde todo el peso de la misma recae en una formidable Michelle Williams. Y es que este año no parece que vayamos a asistir a ningún gran biopic, aunque todos ellos nos han dejado interpretaciones para el recuerdo.
Lo mejor: Michelle Williams encarnando a Marilyn Monroe.
Lo peor: que resulte tan inocua e intrascedente, algo muy distinto a lo que fue la vida de este mito.
Valoración personal: Correcta
A la edad de 18 años su vida cambió a mejor cuando inició su carrera de modelo, escaparate que le sirvió un año después para introducirse en el mundillo del cine realizando pequeños papeles en películas y series de televisión.
A principios de la década de los cincuenta ya empezó a ser un rostro conocido gracias a películas como “Niagara” o “Los caballeros las prefieren rubias”, trabajando con directores de renombre y gran talento como Howard Hawks, Billy Wilder, Otto Preminger o George Cukor. Aquellos fueron sus años de mayor éxito y su consagración como actriz, pese a que algunos aún seguirían poniendo en duda su talento interpretativo y considerándola una mera cara bonita.
En 1962 llegaría la tragedia, falleciendo en su domicilio a causa de una sobredosis de barbitúricos. Dicho suceso fue calificado por las autoridades como un más que probable suicidio, aunque siempre hubo voces que hablaron de posible asesinato.
Sea como fuere, lo que es bien seguro es que Marilyn Monroe permanece muy viva en el recuerdo de muchos profesionales y amantes del séptimo arte, así que era cuestión de tiempo que su vida fuera llevada a la gran pantalla.
Como ocurre a veces en la meca de Hollywood, dos proyectos surgieron a la vez con mismas intenciones, pero en este caso (como en otros tantos), sólo uno de ellos sobrevivió: My Week with Marilyn (aka Mi semana con Marilyn; sí, traducción literal, por sorprendente que parezca).
El otro proyecto anunciado como “Blondie”, basado en unas falsas memorias de Joyce Carol Oates, con Naomi Watts encarnando a Monroe y bajo la dirección de Andrew Dominik (El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford) quedó en agua de borrajas.
Recién casada con Arthur Miller (Dougray Scott) y coincidiendo con su luna de miel, Marilyn Monroe (Michelle Williams) llega a principios del verano de 1956 a Inglaterra para rodar “El príncipe y la corista”, el film que le haría compartir escena con el célebre Sir Laurence Olivier (Kenneth Branagh), legendario actor británico de teatro y cine, que protagonizaba, producía y dirigía la cinta.
Ese mismo verano Colin Clark (Eddie Redmayne), un joven de 23 años recién licenciado en Oxford y aspirante a director, pisaba por primera vez un set de rodaje como ayudante en “El príncipe y la corista”.
Cuarenta años después, Clark relató sus experiencias durante los seis meses de rodaje en un libro autobiográfico: “El príncipe, la corista y yo”. Pero en el libro se omitía lo que había pasado durante una semana. Años después, en una secuela de su autobiografía llamada “Mi semana con Marilyn”, Clark contó lo que ocurrió en esos siete días que compartió con la mayor estrella de todos los tiempos.
A diferencia de otras recientes producciones biográficas como “J. Edgar” o “La dama de hierro”, la película del debutante Simon Curtis no abarca “toda” una vida del personaje radiografiado ni pretende tampoco hacer un resumen de sus mejores y peores momentos, sino que se centra en un periodo muy concreto de su vida; un periodo contado a través de los recuerdos y experiencias de un joven “chico de los recados”.
A falta de flashbacks, el director recurre al no menos manido –aunque aquí efectivo- recurso de la voz en off para relatarnos los pormenores de un problemático rodaje desde la perspectiva de Colin Clark, un don nadie que compartió paseos y caricias con uno de los mayores iconos del siglo XX.
Marilyn llega a Inglaterra convertida en una estrella tras su paso por películas tan populares como “Los caballeros las prefieren rubias", “Cómo casarse con un millonario” o “La tentación vive arriba”. Sin embargo, para sus adentros sigue mostrando una gran inseguridad en sí misma, algo que trata de remediar con la ayuda de Paula Strasberg, actriz de teatro que la instruye y aconseja siguiendo las pautas del “Método” aplicadas por su marido Lee Strasberg (basándose éste en el sistema Stanislavski) y que también emplean intérpretes coetáneos como Montgomery Clift, James Dean, Marlon Brando o Paul Newman (y que más tarde siguieron otros actores como Robert De Niro, Al Pacino, Dustin Hoffman o Jack Nicholson).
Con “El príncipe y la corista” Marilyn pretende mejorar sus aptitudes interpretativas para lograr que la tomen en serio como actriz y dejar de ser reconocida solamente como una bomba sexual. Sin embargo, pese a su buena voluntad, el rodaje no marcha como era de esperar. Laurence Olivier cada día está más exasperado con la actitud despreocupada y poco profesional de su joven compañera de reparto, que es incapaz de llegar puntualmente a los rodajes y de aprenderse la línea de dialogo más sencilla del guión. Es por ello que la falta de entendimiento y las discusiones entre ambos son constantes, lo que no hace más que aumentar la inseguridad y el malestar de la actriz.
Entre Marilyn y Olivier se establece una especie de relación amor-odio, o mejor dicho, admiración-odio. Ambos desean trabajar juntos, pero la visión de su trabajo como intérpretes es diametralmente opuesta y los rifirrafes son constantes. El rodaje se convierte en un infierno para ambos, y Marilyn sólo consigue evadirse de sus preocupaciones y disgustos abusando de alcohol y barbitúricos, y tonteando con un jovencito ingenuo y enamorizado, el ayudante Colin Clark.
Curiosamente la razón de ser de esta película, es decir, el contarnos el affaire de siete días entre Monroe y Clark, es lo menos atractivo de la historia.
No se puede negar que a través de los ojos de Clark nos acercamos a la Marilyn más humana y más imperfecta. Cuanto más nos adentramos en su intimidad y más conocemos sus miedos y sus angustias, más nos alejamos de la estrella mediática y famosa actriz de Hollywood que ven los demás. Sin embargo, su efímero amorío (la actriz tenía fama de rompecorazones, y no olvidemos que en ese momento está casada con Miller, su -para más inri- tercer marido) no termina de resultar demasiado interesante, bien porque no paramos de asistir a abundantes clichés de corte romántico o bien porque el propio personaje de Clark nos resulta demasiado insulso como para causarnos cierta empatía. Algo en lo que además colabora la apática y monocorde actuación de Eddie Redmayne, que parece repetir el mismo tedioso registro de mentecato atolondrado visto ya en “Los pilares de la Tierra” o “Black Death”.
Podríamos vivir sin conocer los detalles de esa inolvidable semana que Clark pasó con Marilyn (asumiendo que lo que se nos cuenta sea verídico), pero son más importantes aquellos otros momentos que verdaderamente ansiábamos contemplar. Esos destellos de “cine dentro de cine” con los que nos obsequian director y guionista son lo más agradecido de la película, así como el permitirnos disfrutar de la majestuosa interpretación de Michelle Williams (en un papel propuesto inicialmente para Scarlett Johansson). En sus gestos, en su mirada, en su voz… Williams es Marilyn, ni más ni menos.
La película nos permite descubrir la mujer que habita bajo la piel de la famosa actriz, y nos desvela que el personaje más difícil que Norma Jean tuvo que encarnar jamás fue, precisamente, el de Marilyn Monroe. Probablemente fuese el peso de ser quién era y de la presión mediática e incomprensión que sufría a su alrededor (salvo por parte de Strasberg, que además de profesora sería su confidente) lo que acabó destruyéndola y, en consecuencia, convirtiéndola en una leyenda.
Pero ante todo, aquí debemos atenernos tanto a su vida privada como, de forma más secundaria, a su vida profesional, y los avatares del rodaje de “El príncipe y la corista” son una buena muestra de lo mucho o poco que podía dar de sí como actriz.
Tras su colaboración en “La tentación vive arriba", Billy Wylder juró que jamás volvería a trabajar con ella, algo que luego no pudo cumplir (coincidirían de nuevo en “Con faldas y a lo loco”), pues él mismo admitía que “cuando la volvía a ver, siempre la perdonaba”. De algún modo, eso queda plasmado en la figura de Laurence Olivier, al que encarna un estupendo Kenneth Brangh, pues quién mejor que un apasionado de Shakespeare para interpretar a otro apasionado del dramaturgo inglés; quién mejor que un actor/director para encarnar a otro actor/director (más siendo un servidor de la opinión de que Branagh ha sido y será siempre mejor en lo primero que en lo segundo).
Marilyn saca constantemente de sus casillas a un ciertamente endiosado y anquilosado Olivier, pero éste se rinde a sus pies cuando la muchacha borda su papel con esa frescura y esa fogosidad que tanto la caracterizaron. Y ese amor-odio es el que tan celo y recelo produce en su esposa, Vivien Leigh (Julia Ormond).
Pese a lo descrito en párrafos anteriores, lo cierto es que “Mi semana con Marilyn” mantiene casi en todo momento un tono ligero y agradable. Curtis consigue una película interesante pero de discretos resultados, y en dónde todo el peso de la misma recae en una formidable Michelle Williams. Y es que este año no parece que vayamos a asistir a ningún gran biopic, aunque todos ellos nos han dejado interpretaciones para el recuerdo.
Lo mejor: Michelle Williams encarnando a Marilyn Monroe.
Lo peor: que resulte tan inocua e intrascedente, algo muy distinto a lo que fue la vida de este mito.
Valoración personal: Correcta
2 comentarios:
Jops, estaba deseando verla pero ahora me dejas en duda…
Materialmente hablando, el cine está a un precio que me lo pienso muy mucho a la hora de desembolsar el dinero… si sales con mala leche, esta se incrementa pensando que esos siete euros podían haber ido a otra peli mejor…
Dudo que puedas salir enfadada tras el visionado de esta película, pues es una película ligera y agradable. Lo que ocurre es que teniendo en cuenta la historia de Monroe, se podía haber hecho algo con más enjundia. El problema es que se centra en un segmento de la vida de Marilyn que hasta ahora ni conocíamos ni necesitábamos conocer. Por eso comento en la crítica que la parte de "cine dentro de cine" es la más interesante (los avatares del rodaje, etc.), mientras que la parte de romance con el chico de los recados es más prescindible.
Saludos ;)
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