Junto al fútbol americano y el baloncesto, el béisbol es uno de los deportes por excelencia de los americanos. Dentro del género deportivo, el cine de Hollywood ha reflejado su amor por este deporte con toda clase de películas; desde dramas (El mejor, Hardball) hasta comedias (Ellas dan el golpe, The Bad New Bears), pasando por el género fantástico (Campo de sueños, Ángeles), el romántico (Los búfalos de Durham, Entre e amor y le juego) e incluso el musical (Llévame a ver el partido, con Frank Sinatra y Gene Kelly). Claro que las que suelen encandilar más a la crítica -si están bien hechas- son aquellas que están basadas en hechos reales (The Rookie, El orgullo de los yanquis), como es el caso de “Moneyball”, segundo largometraje del cineasta Bennett Miller, aquél que en 2005 nos redescubrió como actor a Philip Seymour Hoffman en su versión (aquél año se estrenaron dos) de “Truman Capote”.
Hubo un tiempo, cuando era joven, en que Billy Beane (Brad Pitt) fue una prometedora estrella del béisbol. Sin embargo, la gloria como jugador jamás le llegó, por lo que enfocó toda su naturaleza competitiva hacia el área de la dirección de equipos.
Al comienzo de la temporada 2002, Billy se enfrenta a una difícil situación: su modesto equipo, los Oakland Athletics, ha perdido, una vez más, a sus mejores jugadores a manos de los clubes grandes -y sus contratos millonarios- y encima tiene que reconstruirlo con sólo un tercio del presupuesto. Decidido a ganar, Billy se enfrenta al sistema desafiando a los más grandes de este deporte utilizando las teorías innovadoras de Bill James que logra poner en práctica su nuevo ayudante, Peter Brand (Jonah Hill), un economista de Yale con talento para los números. Los resultados, no obstante, tardarán en llegar, por lo que mientras tratan de lograr su propósito deberán aguantar el chaparrón de críticas que les lloverá desde los medios de comunicación, los forofos e incluso el propio entrenador del equipo.
La película se basa en el libro “Moneyball: The Art of Winning an Unfair Game” escrito por el ex corredor de bolsa Michael Lewis, quién en él relata la historia real de Billy Beane, el gerente general de los Athletics que aquí encarna Pitt.
Beane sabe que es imposible que un club modesto como Oakland Athletics pueda competir con los grandes clubes que ganan las ligas a golpe de talonario fichando a los mejores jugadores de la liga para formar equipos imbatibles. Sabe también que va a resultar imposible reemplazar a los tres últimos jugadores estrella que le han arrebatado si no dispone del dinero necesario para invertir en unos sustitutos que estén más o menos al mismo nivel.
Pero un buen día, en el transcurso de una infructuosa transacción comercial, conoce a Peter Brand, un economista con una visión del juego totalmente distinta de la que él maneja. Siguiendo las teorías de Bill James, Brand establece análisis estadísticos para medir la actividad en el juego y de los jugadores. Mediante valores numéricos, es capaz de decidir qué tipo de jugador le conviene más al equipo, independientemente de su calidad o su estado físico.
Beane no tiene nada que perder pero sí mucho que ganar si Brand está en lo cierto, por lo que decide convertirlo en su primer ayudante para intentar sacar adelante al equipo.
Así es como empiezan a fichar jugadores descartados por los demás equipos por ser demasiado viejos, demasiado problemáticos o simplemente por estar lesionados. Jugadores que, no obstante, cuentan con habilidades clave poco valoradas que pueden serles de utilidad para ganar los partidos. Por supuesto, ellos son los únicos que lo ven así, y tienen en su contra a todo el mundo; entre ellos, al entrenador encarnado por Philip Seymour Hoffman, quién no tolera que le digan cómo tiene que hacer su trabajo.
Pero tarde o temprano, el experimento que Billy y Peter ponen en marcha comenzará a dar sus frutos…
Sin riesgo no hay gloria. Y de eso es de lo que trata esta película; de un hombre que, haciendo caso a su intuición, desafió el sistema para sobrevivir en un juego donde la competitividad estaba demasiado reñida con el dinero. En ese escenario, Beane tratará de cuadrar sus cifras para ganar el campeonato, pero a medida que pase el tiempo, se dará cuenta que en la vida y en el juego hay cosas más importantes.
En el transcurso de su lucha, el personaje de Pitt evoluciona y se involucra con los jugadores de un modo que antes rehusaba contemplar. Esto le permite tener una visión de futuro mucho más amplia y personal acerca del juego, siendo ésta la única forma de poder avanzar dentro del mismo. Aunque los resultados no sean inmediatos, el compenetrado dúo formado por Billy Beane y Peter Brand logra, de algún modo, revolucionar el beisbol y hacer historia sin necesidad de convertirse en el caballo ganador por excelencia. Aunque las estadísticas que manejan sean prácticamente infalibles, el juego se compone de mucho más que cifras, y sólo la perfecta unión de todos los componentes puede dar con la fórmula del éxito.
Precisamente de fórmulas es de lo que huye el guión de Aaron Sorkin (La red social) y Steven Zaillian (En busca de Bobby Fischer), procurando sortear los abundantes clichés del género deportivo centrando la trama en una figura, la del gerente general, poco dada a acaparar el protagonismo de este tipo de historias de superación personal (es más común que el centro de atención sea un jugador o un entrenador, personajes aquí imprescindibles pero secundarios). Cierto es que se nos muestran los partidos de béisbol con esa emoción que requiere toda traslación cinematográfica, pero en el fondo el verdadero sentido de la película no es tanto cómo se juega dentro del campo sino fuera de él, y no tanto si el método empleado por Beane y Brand es mejor o peor, sino el esfuerzo en llevarlo a cabo, la capacidad de creer en algo en lo que los demás ni creen ni entienden.
Pitt resulta convincente en la piel de Beane, un hombre competitivo que se reinventa a sí mismo y que patea los obstáculos con tanta testarudez como tenacidad. Curiosa la compenetrada pareja que forma el marido de Jolie con Jonah Hill, actor que por primera no (me) resulta insoportable en pantalla (lo cual dudo sea mérito suficiente para nominarlo a los Oscar).
Interesante y no tan convencional como podría parecer, “Moneyball” nos sumerge de lleno en los bastidores del beisbol y nos cuenta una historia en la que un tipo inconformista se revela y se cuestiona las normas de un sistema establecido 150 años atrás en el tiempo. Una historia que puede entenderse más allá del ámbito deportivo, y en donde el personaje principal simplemente se cuestiona su propia forma de ver las cosas, tanto en lo personal como en lo profesional, y cuyo logro final es alcanzar una victoria que no necesita de trofeos ni de trascender en los grandes titulares.
Lo mejor: la evolución de Beane, el personaje de Pitt.
Lo peor: el poco trabajado entorno familiar de Beane; que la historia sea interesante pero no emocionante.
Valoración personal: Correcta
Hubo un tiempo, cuando era joven, en que Billy Beane (Brad Pitt) fue una prometedora estrella del béisbol. Sin embargo, la gloria como jugador jamás le llegó, por lo que enfocó toda su naturaleza competitiva hacia el área de la dirección de equipos.
Al comienzo de la temporada 2002, Billy se enfrenta a una difícil situación: su modesto equipo, los Oakland Athletics, ha perdido, una vez más, a sus mejores jugadores a manos de los clubes grandes -y sus contratos millonarios- y encima tiene que reconstruirlo con sólo un tercio del presupuesto. Decidido a ganar, Billy se enfrenta al sistema desafiando a los más grandes de este deporte utilizando las teorías innovadoras de Bill James que logra poner en práctica su nuevo ayudante, Peter Brand (Jonah Hill), un economista de Yale con talento para los números. Los resultados, no obstante, tardarán en llegar, por lo que mientras tratan de lograr su propósito deberán aguantar el chaparrón de críticas que les lloverá desde los medios de comunicación, los forofos e incluso el propio entrenador del equipo.
La película se basa en el libro “Moneyball: The Art of Winning an Unfair Game” escrito por el ex corredor de bolsa Michael Lewis, quién en él relata la historia real de Billy Beane, el gerente general de los Athletics que aquí encarna Pitt.
Beane sabe que es imposible que un club modesto como Oakland Athletics pueda competir con los grandes clubes que ganan las ligas a golpe de talonario fichando a los mejores jugadores de la liga para formar equipos imbatibles. Sabe también que va a resultar imposible reemplazar a los tres últimos jugadores estrella que le han arrebatado si no dispone del dinero necesario para invertir en unos sustitutos que estén más o menos al mismo nivel.
Pero un buen día, en el transcurso de una infructuosa transacción comercial, conoce a Peter Brand, un economista con una visión del juego totalmente distinta de la que él maneja. Siguiendo las teorías de Bill James, Brand establece análisis estadísticos para medir la actividad en el juego y de los jugadores. Mediante valores numéricos, es capaz de decidir qué tipo de jugador le conviene más al equipo, independientemente de su calidad o su estado físico.
Beane no tiene nada que perder pero sí mucho que ganar si Brand está en lo cierto, por lo que decide convertirlo en su primer ayudante para intentar sacar adelante al equipo.
Así es como empiezan a fichar jugadores descartados por los demás equipos por ser demasiado viejos, demasiado problemáticos o simplemente por estar lesionados. Jugadores que, no obstante, cuentan con habilidades clave poco valoradas que pueden serles de utilidad para ganar los partidos. Por supuesto, ellos son los únicos que lo ven así, y tienen en su contra a todo el mundo; entre ellos, al entrenador encarnado por Philip Seymour Hoffman, quién no tolera que le digan cómo tiene que hacer su trabajo.
Pero tarde o temprano, el experimento que Billy y Peter ponen en marcha comenzará a dar sus frutos…
Sin riesgo no hay gloria. Y de eso es de lo que trata esta película; de un hombre que, haciendo caso a su intuición, desafió el sistema para sobrevivir en un juego donde la competitividad estaba demasiado reñida con el dinero. En ese escenario, Beane tratará de cuadrar sus cifras para ganar el campeonato, pero a medida que pase el tiempo, se dará cuenta que en la vida y en el juego hay cosas más importantes.
En el transcurso de su lucha, el personaje de Pitt evoluciona y se involucra con los jugadores de un modo que antes rehusaba contemplar. Esto le permite tener una visión de futuro mucho más amplia y personal acerca del juego, siendo ésta la única forma de poder avanzar dentro del mismo. Aunque los resultados no sean inmediatos, el compenetrado dúo formado por Billy Beane y Peter Brand logra, de algún modo, revolucionar el beisbol y hacer historia sin necesidad de convertirse en el caballo ganador por excelencia. Aunque las estadísticas que manejan sean prácticamente infalibles, el juego se compone de mucho más que cifras, y sólo la perfecta unión de todos los componentes puede dar con la fórmula del éxito.
Precisamente de fórmulas es de lo que huye el guión de Aaron Sorkin (La red social) y Steven Zaillian (En busca de Bobby Fischer), procurando sortear los abundantes clichés del género deportivo centrando la trama en una figura, la del gerente general, poco dada a acaparar el protagonismo de este tipo de historias de superación personal (es más común que el centro de atención sea un jugador o un entrenador, personajes aquí imprescindibles pero secundarios). Cierto es que se nos muestran los partidos de béisbol con esa emoción que requiere toda traslación cinematográfica, pero en el fondo el verdadero sentido de la película no es tanto cómo se juega dentro del campo sino fuera de él, y no tanto si el método empleado por Beane y Brand es mejor o peor, sino el esfuerzo en llevarlo a cabo, la capacidad de creer en algo en lo que los demás ni creen ni entienden.
Pitt resulta convincente en la piel de Beane, un hombre competitivo que se reinventa a sí mismo y que patea los obstáculos con tanta testarudez como tenacidad. Curiosa la compenetrada pareja que forma el marido de Jolie con Jonah Hill, actor que por primera no (me) resulta insoportable en pantalla (lo cual dudo sea mérito suficiente para nominarlo a los Oscar).
Interesante y no tan convencional como podría parecer, “Moneyball” nos sumerge de lleno en los bastidores del beisbol y nos cuenta una historia en la que un tipo inconformista se revela y se cuestiona las normas de un sistema establecido 150 años atrás en el tiempo. Una historia que puede entenderse más allá del ámbito deportivo, y en donde el personaje principal simplemente se cuestiona su propia forma de ver las cosas, tanto en lo personal como en lo profesional, y cuyo logro final es alcanzar una victoria que no necesita de trofeos ni de trascender en los grandes titulares.
Lo mejor: la evolución de Beane, el personaje de Pitt.
Lo peor: el poco trabajado entorno familiar de Beane; que la historia sea interesante pero no emocionante.
Valoración personal: Correcta
No hay comentarios:
Publicar un comentario