Poca duda cabe que Michael Fassbender es, ahora mismo, el actor de moda en Hollywood. A nivel actoral supone una apuesta segura (ya lo ha demostrado en varias ocasiones) y los estudios se pelean por ficharle y tenerle en su próximo proyecto de peso.
La pasada década le vio nacer como actor figurando en diversas series de televisión y telefilms hasta que por fin logró recaer en su primer proyecto de gran tirón comercial, “300”, acompañando a Leónidas en su batalla contra los persas. Más tarde hizo pareja con Kelly Reilly en ese brillante –y poco conocido- survival inglés titulado “Eden Lake”. Pero no sería hasta la llegada de “Hunger”, debut del director Steve McQueen (nada que ver con el legendario intérprete de “La gran evasión” o “Bullit”) y premiado con la Cámara de Oro en Cannes, cuando empezaría a destacar por sus sorprendentes dotes interpretativas.
Y de ahí al estrellato ha sido cuestión de tiempo, muy poco tiempo. Un rol bastardo ofrecido por Tarantino en “Malditos bastardos”, algún que otro protagonismo o papel secundario en proyectos de menor calado (Centurión, Jonah Hex…), hasta llegar a un 2011 en el que el actor no ha parado de trabajar. Ha sido un psiquiatra en “Un método peligroso”, ha encarnado a un mutante en “X-Men: Primera generación” y ahora es un adicto al sexo en “Shame”, película en la que se reencuentra con McQueen.
Brandon (Michael Fassbender) es un hombre de treinta y tantos años que vive en un confortable apartamento en Nueva York. Para evadirse de la monotonía del trabajo seduce a las mujeres en una serie de historias sin futuro y encuentros de una noche.
Pero el ritmo metódico y ordenado de su vida se ve alterado por la imprevista llegada de su hermana Sissy (Carey Mulligan), una chica rebelde y problemática. Su presencia explosiva llevará a Brandon a perder el control sobre su propio mundo.
En Shame, McQueen nos sumerge en la vida de un hombre aparentemente normal pero con un lado oculto a los ojos de quienes le rodean. Brandon siente una adicción compulsiva hacia el sexo; apenas puede permanecer demasiado tiempo sin su dosis diaria de “descarga”, por lo que recurre de forma frecuente a encuentros sexuales con desconocidas, solicita los servicios de una profesional u opta por la masturbación con o sin estimulación previa. Para Brandon, el sexo es casi como respirar; es una necesidad que debe ser constantemente saciada. Y esa necesidad no se conforma con cualquier cosa ni tampoco con la rutina diaria, por lo que Brandon es incapaz de mantener una relación estable con una mujer o lograr que el sexo más común satisfaga su apetito.
De algún modo, su sexualidad se convierte en su tormento, en una prisión con barrotes de lujuria de la que le resulta imposible escapar.
La irrupción de su atractiva y no menos promiscua hermana desbarajusta el estilo de vida de Brandon y trae consigo conflictos que de algún modo ansiaba haber dejado anclados en el pasado. Y es que su propia hermana (una estupenda Carey Mulligan) despierta en él una tensión sexual que parece atormentarle desde tiempo atrás, lo que le invita a mantener un forzado distanciamiento con ella. La presencia de Sissy en su apartamento, su actitud despreocupada y desvergonzada, perturba la tranquilidad más o menos estable que Brandon había adquirido dentro de su invisible y oscuro mundo, y reaviva sentimientos desterrados en lo más profundo de su ser. Sissy se convierte en el peso de más que desequilibra su balanza interna.
Incapaz de controlar a su hermana, y menos aún de controlarse a sí mismo, Brandon va descendiendo poco a poco a los infiernos, sintiendo vergüenza de sí mismo y sumiéndose en la amargura.
McQueen no busca que el espectador juzgue a Brandon sino que se mete en su cabeza. No busca incomodarnos sino adentrarnos en el submundo de perturbación y depravación de un hombre absorbido y devastado por su apetito sexual.
El director no escatima en desnudos integrales ni duda tampoco en mostrarnos deliberadamente los atributos viriles de Fassbender (algo que ocurre de forma reiterada durante los primeros minutos de la película), logrando así romper con cualquier tabú que pudiera entorpecer el crudo y contundentes retrato de un personaje adicto al sexo. En otras ocasiones, sin embargo, la elegancia cobra protagonismo cuando el acto sexual no representa más que un pedazo de esa lujuria desatada que va desgarrando la consciencia de Brandon. McQueen opta por el juego de planos sugerentes y provocativos que nos muestran tanto el lado físico de la escena como el lado emocional, captando a la perfección el dolor que siente Brandon al comprobar por sí mismo de qué modo trata de suplir su insatisfacción.
Fassbender transmite la tristeza, la culpabilidad, la pasión y la lascivia de su personaje a través de la mirada. Un trabajo de interpretación de esos que bien valen, como mínimo, una nominación a los Oscar, aunque ya sabemos que la Academia es demasiado retrógrada y puritana para concederle una mísera nominación a una película de este estilo.
En alguna ocasión McQueen peca de rigidez narrativa al abusar de plano fijo y con ello estirar en demasía alguna escena como aquella en la que Sissy muestra sus virtudes para el canto. Pero ese es un insignificante detalle para una dirección más que certera por su parte, donde la sobriedad y el ritmo pausado contrastan con la agresividad de algunas imágenes.
Finalmente, se intuye que guionista y director pretenden dejar el desenlace de “Shame” en manos del espectador, quién de algún modo debe dictaminar si Brandon toma, en cuestión de segundos, la decisión de alejarse del camino de la amargura por el que lleva arrastrándose tanto tiempo o, si por el contrario, y pese a todo lo que ha ocurrido en los últimos días, prosigue con sus andaduras ante la incapacidad de ver una posible vía de redención o salvación.
La pasada década le vio nacer como actor figurando en diversas series de televisión y telefilms hasta que por fin logró recaer en su primer proyecto de gran tirón comercial, “300”, acompañando a Leónidas en su batalla contra los persas. Más tarde hizo pareja con Kelly Reilly en ese brillante –y poco conocido- survival inglés titulado “Eden Lake”. Pero no sería hasta la llegada de “Hunger”, debut del director Steve McQueen (nada que ver con el legendario intérprete de “La gran evasión” o “Bullit”) y premiado con la Cámara de Oro en Cannes, cuando empezaría a destacar por sus sorprendentes dotes interpretativas.
Y de ahí al estrellato ha sido cuestión de tiempo, muy poco tiempo. Un rol bastardo ofrecido por Tarantino en “Malditos bastardos”, algún que otro protagonismo o papel secundario en proyectos de menor calado (Centurión, Jonah Hex…), hasta llegar a un 2011 en el que el actor no ha parado de trabajar. Ha sido un psiquiatra en “Un método peligroso”, ha encarnado a un mutante en “X-Men: Primera generación” y ahora es un adicto al sexo en “Shame”, película en la que se reencuentra con McQueen.
Brandon (Michael Fassbender) es un hombre de treinta y tantos años que vive en un confortable apartamento en Nueva York. Para evadirse de la monotonía del trabajo seduce a las mujeres en una serie de historias sin futuro y encuentros de una noche.
Pero el ritmo metódico y ordenado de su vida se ve alterado por la imprevista llegada de su hermana Sissy (Carey Mulligan), una chica rebelde y problemática. Su presencia explosiva llevará a Brandon a perder el control sobre su propio mundo.
En Shame, McQueen nos sumerge en la vida de un hombre aparentemente normal pero con un lado oculto a los ojos de quienes le rodean. Brandon siente una adicción compulsiva hacia el sexo; apenas puede permanecer demasiado tiempo sin su dosis diaria de “descarga”, por lo que recurre de forma frecuente a encuentros sexuales con desconocidas, solicita los servicios de una profesional u opta por la masturbación con o sin estimulación previa. Para Brandon, el sexo es casi como respirar; es una necesidad que debe ser constantemente saciada. Y esa necesidad no se conforma con cualquier cosa ni tampoco con la rutina diaria, por lo que Brandon es incapaz de mantener una relación estable con una mujer o lograr que el sexo más común satisfaga su apetito.
De algún modo, su sexualidad se convierte en su tormento, en una prisión con barrotes de lujuria de la que le resulta imposible escapar.
La irrupción de su atractiva y no menos promiscua hermana desbarajusta el estilo de vida de Brandon y trae consigo conflictos que de algún modo ansiaba haber dejado anclados en el pasado. Y es que su propia hermana (una estupenda Carey Mulligan) despierta en él una tensión sexual que parece atormentarle desde tiempo atrás, lo que le invita a mantener un forzado distanciamiento con ella. La presencia de Sissy en su apartamento, su actitud despreocupada y desvergonzada, perturba la tranquilidad más o menos estable que Brandon había adquirido dentro de su invisible y oscuro mundo, y reaviva sentimientos desterrados en lo más profundo de su ser. Sissy se convierte en el peso de más que desequilibra su balanza interna.
Incapaz de controlar a su hermana, y menos aún de controlarse a sí mismo, Brandon va descendiendo poco a poco a los infiernos, sintiendo vergüenza de sí mismo y sumiéndose en la amargura.
McQueen no busca que el espectador juzgue a Brandon sino que se mete en su cabeza. No busca incomodarnos sino adentrarnos en el submundo de perturbación y depravación de un hombre absorbido y devastado por su apetito sexual.
El director no escatima en desnudos integrales ni duda tampoco en mostrarnos deliberadamente los atributos viriles de Fassbender (algo que ocurre de forma reiterada durante los primeros minutos de la película), logrando así romper con cualquier tabú que pudiera entorpecer el crudo y contundentes retrato de un personaje adicto al sexo. En otras ocasiones, sin embargo, la elegancia cobra protagonismo cuando el acto sexual no representa más que un pedazo de esa lujuria desatada que va desgarrando la consciencia de Brandon. McQueen opta por el juego de planos sugerentes y provocativos que nos muestran tanto el lado físico de la escena como el lado emocional, captando a la perfección el dolor que siente Brandon al comprobar por sí mismo de qué modo trata de suplir su insatisfacción.
Fassbender transmite la tristeza, la culpabilidad, la pasión y la lascivia de su personaje a través de la mirada. Un trabajo de interpretación de esos que bien valen, como mínimo, una nominación a los Oscar, aunque ya sabemos que la Academia es demasiado retrógrada y puritana para concederle una mísera nominación a una película de este estilo.
En alguna ocasión McQueen peca de rigidez narrativa al abusar de plano fijo y con ello estirar en demasía alguna escena como aquella en la que Sissy muestra sus virtudes para el canto. Pero ese es un insignificante detalle para una dirección más que certera por su parte, donde la sobriedad y el ritmo pausado contrastan con la agresividad de algunas imágenes.
Finalmente, se intuye que guionista y director pretenden dejar el desenlace de “Shame” en manos del espectador, quién de algún modo debe dictaminar si Brandon toma, en cuestión de segundos, la decisión de alejarse del camino de la amargura por el que lleva arrastrándose tanto tiempo o, si por el contrario, y pese a todo lo que ha ocurrido en los últimos días, prosigue con sus andaduras ante la incapacidad de ver una posible vía de redención o salvación.
Lo mejor: Fassbender.
Lo peor: que su temática le impida aspirar a Premios que otraos filmes de menor calado ostentan con facilidad gracias al consevradurismo de los académicos.
Valoración personal: Correcta-Buena
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