Crítica Rock of
Ages (La era del rock) 2012 Adam Shankman
Después de “Bedtime Stories”, su último trabajo al servicio
de Adam Sandler, el director Adam Shankman regresa al género musical tras el –incomprensible-
éxito de crítica (y en menor medida, de taquilla) de “Hairspray”, remake del
filme homónimo del inclasificable John Waters.
Esta vez el punto de partida es un exitoso musical de
Broadway, lo que a menudo suele ser sinónimo de calidad y un buen punto de
partida cara al celuloide. Pero si por algo ha llamado la atención este musical
es por la participación en él de un Tom Cruise greñudo y heaviata a más no
poder. De hecho, él fue el protagonista de la primera imagen oficial del
proyecto, en la que aparecía sin camiseta y agarrando un micro como si le fuera
la vida en ello.
Sin embargo, con el primer tráiler se desveló el pastel:
Cruise no era el protagonista sino uno de los secundarios. Su misión: lucirse
lo suficiente sin eclipsar a los verdaderos protagonistas de la película, una
joven parejita de enamorados.
Sherrie (Julianne
Hough) es una chica de pueblo que viaja
hasta la gran ciudad para ser cantante. A su llegada conoce a Drew (Diego
Boneta), un amable chico que le consigue
un trabajo en The Bourbon Room, uno de los legendarios locales del Sunset
Strip, la zona rockera por excelencia de California. Ambos persiguen un mismo
sueño: triunfar en la música.
Lo que tenemos aquí es la historia de siempre: chica conoce
a chico, chica y chico se gustan, se besan y se enamoran. En el transcurso de
su romance acaban discutiendo por alguna tontería (en este caso en particular,
un desafortunado malentendido) pero finalmente se reconcilian, comen perdices y
el amor triunfa por encima de todas las cosas.
No es que uno exija algo novedoso al respecto (que no estaría
de más y se agradecería mucho-----> “(500) Days of Summer”), pero ya que se cae
en el romance típico tópico de toda la vida, lo menos que se puede pedir es que
éste no indigeste al espectador. Y en “Rock of Ages” eso es pedir un imposible.
Sherrie y Drew son un
par de tortolitos insufribles. Su pasteloso y cursi romance empalaga, y las
canciones no hacen más que aumentar esa sensación.
Esto podría no ser un problema si el resto de la película
ofreciera algo en compensación. Lamentablemente, no es así.
Dejando de lado que los
personajes son tópicos con patas, la película parece deambular en una fina línea entre el homenaje y la parodia más estúpida.
Más lo segundo que lo primero, pues no parece quedar muy claro si lo que quieran
es ensalzar al rock y sus estrellas o bien ridiculizarlos hasta al más profundo
patetismo. Los protagonistas no se cansan de proferir una y otra vez “viva el
rock and roll”, pero la imagen que en ocasiones transmite suena más a burla que
a otra cosa.
Los momentos musicales entran ágilmente por el oído gracias
al repertorio ochentero elegido para la ocasión. Temas, eso sí, sacados de la vertiente más glam
y también más comercial del hard rock (con algo de AOR, esto es, ni demasiado heavy
ni demasiado pop) para no espantar al público potencial de la película: los
adolescentes.
Así pues,
escuchamos a Foreigner, Whitesnake, Journey, Guns ‘n Roses, Twisted Sister,
Poison… Bandas estupendas cuyos
famosos y emblemáticos temas nos traen un montón de recuerdos a los más
nostálgicos (por no faltar, no falta ni el “More Than Words” de Extreme). ¿Pero
dónde quedaron Motorhead, Black Sabbath o UFO? ¿Demasiado duros para la
historia que nos ocupa? Puede que sí.
Pero no me quejaré. La
música es lo más atractivo de esta producción. El resto no acompaña, y eso hace
que las dos horas de metraje se hagan
largas y pesadas, con números musicales poco inspirados y demasiado
seguidos que van de un extremo (lo ñoño) al otro (lo vulgar).
¿Lo mejor? Ya los lo
digo ahora: Tom Cruise. El actor se sale, y eso que el guión le obliga en
ocasiones a hacer el mayor de los ridículos (no veía desde hacía tiempo una
tensión sexual desatada tan lamentable como la que aquí escenifican los
personajes de Cruise y Malin Ackerman). Y ya va siendo hora que los guionistas
de Hollywood se enteren de que incluir un mono como acompañante es un recurso
facilón, gastado y carente de gracia.
Dicho esto, Cruise se pasa la mayor parte del tiempo sin
nada que le cubra el torso (lo que podríamos llamar “marcarse un Mario Casas”),
y pese a que la edad del pavo le queda lejos, ya le gustaría a un servidor lucir ese tipito con 50 tacos
(¡Qué puñetas! Incluso ahora pactaría con el Diablo por tener esos pectorales).
Cruise encarna a Stacee Jaxx, una leyenda del rock quemada por
la fama, que ha perdido la pasión por la música y que busca la salvación en una
futura carrera en solitario. Mientras tanto, trata de llenar su vacío a base de
sexo y alcohol, lo que saca de quicio a su representante, un Paul Giamatti en
modo “vendería a mi madre por un buen fajo de billetes”.
En la otra cara de la moneda tenemos a un Alec Baldwin más perdido que un gusano
en una manzana de plástico. Lo suyo no son los musicales (o al menos aquí no lo
demuestra), y en sus momentos de canto da
un poco de lástima. Tampoco ayuda mucho ponerle al lado de Russel Brand, un
tipo que haga lo que haga, siempre da repelús.
Catherine Zeta-Jones,
que ya tiene experiencia en esto de los musicales (véase “Chicago”, con el que
se llevó el Oscar a mejor actriz secundaria), ofrece la versión más histriónica de sí misma. Pero eso no es del
todo culpa suya sino de los guionistas, que reducen su personaje a “groupie
despechada con ganas de venganza”. Zeta-Jones interpreta a la mujer del alcalde
(un Bryan Cranston sometido también a algún que otro momento bochornoso), una
señora dispuesta acabar con el rock and roll de Sunset Strip por considerarlo
música satánica.
Si la trama principal resulta indigesta y soporífera, la
parte que le toca a Zeta-Jones y Cranston no ayuda a hacerla más digerible. Sus
esporádicas apariciones terminan de rematar una producción, en conjunto,
bastante vergonzosa. Y es que “Rock of
Ages” es un musical mediocre y un insulto a los rockeros. Un musical destinado a contentar casi en
exclusiva a la “generación High School Musical”. Si de paso arrastra a algún
nostálgico empedernido del rock de los ochenta, será de pura chiripa.
Cualquiera que ame el género musical y el rock se haría un
favor evitando su visionado.
Lo mejor: Tom Cruise; las canciones ochenteras.
Lo peor: la empalagosa historia de amor; la ridiculización del rock.
Valoración personal: Mala
2 comentarios:
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