Poquito a poco, Ben Affleck está consiguiendo hacerse un
hueco muy respetable como cineasta. Primero sorprendió a propios y extraños con
su notable debut, “Adiós, pequeña, adiós”, y con “The Town”, pese a que en lo
personal no me resultó tan gratificante, reafirmó que su pericia en su primer
contacto tras las cámaras no fue un caso aislado (o la suerte del principiante,
que se suele decir).
Todo el beneplácito de público y crítica que Affleck se está
ganando a pulso como director es el que le ha faltado –no sin razón- como
actor. Puede que haya tardado demasiado tiempo en dar con su verdadera vocación
(empezó a actuar con 12 años y a dirigir con 35), pero hay otros que no lo
logran nunca. O quizás se trate simplemente de haber encontrado, por fin, el
lugar que le corresponde en la industria, habida cuenta de las aptitudes
demostradas. Y ya no hablamos sólo de su labor como director sino también de su
faceta como guionista.
En cualquier caso, su último trabajo llega a nuestras
carteleras precedido, nuevamente, de excelentes críticas. Y si esto termina por
devenir en una costumbre, como parece ser que así será, poco habrá que
reprocharle más que el reservarse los papeles protagónicos de sus propios largometrajes.
Y es que con una historia tan suculenta entre manos, no había quién se
resistiese.
4 de noviembre de 1979.
La revolución iraní alcanza su momento de mayor tensión cuando unos militantes
irrumpen en la embajada norteamericana en Teherán tomando a 52 norteamericanos
como rehenes. Pero en medio del caos, seis de ellos consiguen escabullirse y
encuentran refugio en la residencia del embajador canadiense, Ken Taylor.
Conscientes de que es sólo cuestión de tiempo que los encuentren y posiblemente
los asesinen, los gobiernos de Canadá y Estados Unidos piden la intervención de
la CIA, que recurre a su mejor especialista en rescates, Tony Mendez, para que
idee un plan que les permita sacarlos del país sanos y salvos.
Affleck aborda aquí un guión de Chris Terrio basado en el
artículo de la revista Wired “The Great
Escape” (“La gran evasión”), escrito por Joshuah Bearman, y en un capítulo
de “El maestro del disfraz: mi vida
secreta en la CIA”, del propio Antonio J. Mendez, protagonista de la
historia que nos ocupa.
Para comprender el contexto en el que se relata la trama de
“Argo” conviene hacer un repaso histórico de los hechos transcurridos varias
décadas atrás. Y de eso es de lo que se encarga Affleck en los primeros minutos
de la película.
Mediante un breve prólogo nos resume, a grandes rasgos, cómo
los estadounidenses (y también los británicos, que no se nos olvide) lograron
expulsar del poder al primer ministro Mohammad Mosaddeq (que pretendía
nacionalizar los recursos petrolíferos del país, cosa que no agradaba lo más
mínimo a países dependientes como EE.UU.) y cómo ayudaron a Mohammad Reza
Pahlavi a convertirse en emperador (o sha) de Irán, iniciándose así una serie
de reformas que transformarían -valga la redundancia- el país al gusto de sus
nuevos “amigos” políticos.
Al tiempo que el sha se enriquecía a base de bien, gran
parte del pueblo se empobrecía, originando con ello un descontento masivo que,
por supuesto, el gobierno trató de frenar con mano férrea.
A finales de los 70, la situación se hizo insostenible, con
crecientes manifestaciones y continuas represalias por parte del poder policial
del sha, quién a principios de 1979 acabaría huyendo exiliado en vistas de la
inminente revolución que se le venía encima.
La sublevación del pueblo hizo crecer las protestas hasta
llegar a la capital, Teherán, en donde se encontraba la Embajada de Estados
Unidos. Justo ahí comienza la historia que se nos cuenta en “Argo”.
El secuestro de los trabajadores de la Embajada causa enorme
conmoción en el mundo entero. El mayor problema, sin embargo, no reside en
éstos rehenes, a los que se podría conseguir liberar de forma diplomática (y no
sin dificultades), sino en los seis que han conseguido escapar y que corren el
peligro de ser ejecutados en el momento en el que los revolucionarios iraníes den
con su paradero (a ellos y a los samaritanos canadienses que arriesgan sus
vidas dándoles cobijo).
Todas las estrategias que la inteligencia americana propone tienen
pocas posibilidades de llegar a buen puerto, hasta que el experto en “exfiltraciones”
Tony Mendez pone su disparatado plan sobre la mesa: aterrizar en Irán
haciéndose pasar por productor de cine y lograr que los seis finjan ser un
equipo de rodaje canadiense en busca de localizaciones para una exótica
película de ciencia-ficción (una space
opera al estilo Flash Gordon), para después marcharse del país en avión,
como si tal cosa.
Suena de locos, pero no hay un plan mejor. De hecho, éste es
el plan “menos malo” que tienen entre manos. Así que le dan el visto bueno, y
arreando que es gerundio.
Toda la parte en la que Mendez debe hacer creíble el interés
de un estudio de Hollywod (Studio Six Productions) en busca de localizaciones
en Irán para rodar allí una película de ciencien-ficción es, simple y
llanamente, sublime. Y Terrio nos regala, de paso, una ácida crítica al mundillo hollywoodiense de la mano de dos personajes
descacharrantes: John Chambers, un famoso artista de maquillaje y amigo de
Mendez; y Lester Siegel, un deslenguado director en horas bajas. Ambos
encarnados pero dos estupendos actores como son John Goodman y Alan Arkin.
Estas gratificantes
notas de humor (¡Ar-goderse!) son un contrapunto perfecto a una historia,
en realidad, bastante seria. Pero es que el plan –verídico- de Mendez resulta
tan descabellado, que la película debe contagiarse irremediablemente de esa
excentricidad latente. De hecho, es una de las claves por las que “Argo” se
convierte en una propuesta excitante y
perfectamente calibrada.
El tramo final
correspondiente a la “gran escapada” resulta sorprendentemente intenso a sabiendas de conocerse de antemano el desenlace.
Para ello, Affleck no renuncia a algunos de los típicos “truquitos”
cinematográficos por excelencia (vehículos que no arrancan a la primera, por
ejemplo) que permiten aumentar el nivel de tensión y suspense de esos minutos destinados
a dejarnos sin uñas.
El punto flaco de la película, no obstante, reside en el
propio Tony Mendez. Y no voy a hacer sangre al respecto, ya que pese a que
nunca ha sido santo de mi devoción, debo reconocer que en los últimos tiempos
Affleck ha mejorado considerablemente como actor (véase “Hollywoodland” o “The
Company Men”). Sin embargo, aquí sus discretas aptitudes interpretativas van en
consonancia al discreto calado dramático del protagonista, al que ya se le
destina el mimo justo desde el guión (medianamente generoso en los últimos
minutos de metraje). Claro que otro actor bien podría haber ofrecido más
empaque y conseguir sacarle algo de punta a su personaje, aún a pesar de que la
historia en sí parezca estar muy por encima de individualismos.
La planificación y ejecución del plan orquestado por Mendez
es el plato principal de un thriller
ágil, inteligente y apto para todos los públicos. Y que pese a su contexto
político, evita posicionarse sobre el conflicto exponiendo los hechos históricos
de forma veraz, concisa y objetiva, permitiendo así que el espectador
reflexione y juzgue por sí mismo.
Es cierto que los americanos son los héroes de esta historia
con final feliz (héroes en la sombra durante muchos años hasta que se archivó
el caso), y así debe reflejarse en esta recreación (sin olvidar el apoyo
canadiense, de incalculable valor), pero ni mucho menos son los buenos de la
película, por así decirlo. Recordemos por qué se originó el malestar en la
comunidad iraní, quién estuvo detrás del sha apoyándolo primero y protegiéndolo
luego. Claro que eso tampoco justifica secuestro o asesinato alguno por parte
de la milicia, por lo que aquí tampoco es cuestión de discernir entre “buenos”
y “malos”.
Dejando eso a un lado, Affleck se confirma como un director
hábil en el manejo de la cámara (a destacar cómo filma a lo Greengrass en medio del alboroto inicial a las puertas de la
embajada para captar el bullicio imperante, para luego enderezar la cámara a
medida que el plano se eleva por encima de la muchedumbre) y con una gran
capacidad narrativa y escenográfica que aquí se tornan fielmente documentalistas
en muchas ocasiones (las comparaciones fotográficas durante los créditos finales
dan buena cuenta de ello).
El sobresaliente resultado
final convierte a “Argo” en uno de
los títulos del año con serias posibilidades a rascar nominaciones en los
Oscars (las estatuillas ya son otro cantar, que con la Academia nunca se sabe y
los ninguneos son marca de la casa). Aunque esto último sería un reconocimiento
adicional a su ya excelente acogida por parte del público y de la prensa
especializada. Y eso, al fin y al cabo, es lo que de verdad importa.
Lo mejor: el humor y la tensión de varios segmentos.
Lo peor: el escaso retrato que ofrece de Tony Méndez.
Valoración personal: Buena.
2 comentarios:
Coincido plenamente contigo Pliskeen, aunque quizás yo defienda más al Affleck actor en esta ocasión. Creo que su papel como experto en rescates está bastante bien mediante su templante serio y seguro, otra cosa es, como dices, que el guión no ahonde en su faceta más personal y nos la describa con unas pinceladas.
Buenas crítica!!
Saludos ;!
Sí, ya digo que aquí Affleck tampoco puede dar mucho más si desde el guión no hay chicha con la que trabajar, pero en secuencias como la del aeropuerto, por ejemplo, su rostro es bastante impasible y no logra transmitir la inquietud del momento.
De todos modos, es algo nimio ya que el conjunto es excelente.
Saludos ;)
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