domingo, febrero 27, 2011

"The Mechanic" (2011) - Simon West

critica The Mechanic 2011 Simon West Statham
De un tiempo a esta parte, Jason Statham se ha convertido en el héroe de acción número uno de la última hornada de action-men. El honor se lo ha ganado más por la cantidad de sus trabajos en el género que por la calidad de los mismos (la mayoría bastante olvidables y sólo unos pocos buenos o entretenidos) Y es que desde su debut allá por el ‘98 en “Lock & Stock”, el británico ha rodado aproximadamente una docena de películas inscritas, en mayor o medida, en el cine de acción, y que se han estrenado en cines prácticamente a una por año (a veces dos y hasta tres), lo que deja muy por detrás a sus principales “rivales”, Vin Diesel y Dwayne Johnson, que han sido bastante más irregulares.

Y ese estatus lo conoce hasta Stallone, que no dudó ni un momento en incluirlo como compañero en “Los Mercenarios”.

A diferencia de las estrellas de antaño como el propio Sly, Schwarzenegger o Willis, a Statham no le hacen falta grandes presupuesto para lucirse, y su mueve casi siempre por debajo de los 50 millones de presupuesto, lo que facilita que sus películas sean éxitos o que, como mínimo, resulten rentables.

The Mechanic es su última incursión en el cine de “tiros y explosiones”.

Arthur Bishop (Jason Statham) es un frío y metódico asesino profesional con un estricto código y un talento único para eliminar limpiamente a sus víctimas.

Bishop vive y trabaja solo para ahorrarse complicaciones. Sin embargo, después de la trágica muerte de su amigo y mentor Harry (Donald Sutherland), decidirá hacerse cargo del hijo de éste, Steve (Ben Foster), un joven descarriado y con un temperamento difícil de controlar. Bishop instruirá a Steve en el negocio del asesinato por encargo y le enseñará las técnicas y trucos del oficio, pero pronto las mentiras y los engaños convertirán esta alianza en el mayor de sus errores.

La película es un remake del film homónimo que protagonizó Charles Bronson a principios de los setenta y que aquí conocimos bajo el espantoso título de “Fríamente… sin motivos personales”. El responsable de aquella fue Michael Winner, que volvería a dirigir al actor varias veces más, siendo “El justiciero de la ciudad” la más famosa de este tándem (y que supuestamente iba a remakear Stallone allá por el 2008 en plena resurrección post-Rocky Balboa)

A cargo de esta nueva versión tenemos a Simon West, un director que en sus inicios apuntaba maneras, pero que luego fue a menos.

West debutó con la gloriosa “Con Air” (para un servidor, de lo mejorcito del cine de acción de los 90), y a ésta le siguió la muy correcta “La hija del General”. Luego el director cometió el tremendo error de adaptar un videojuego y el resultado fue la bochornosa “Lara Croft: Tomb Raider”. Aunque fue un éxito, al film de la Jolie le llovieron palos por todas lados, y West tardó cinco años en volver a ponerse tras las cámaras; y cuando lo hizo, fue para cascarse uno de los slashers más malos y aburridos que he tenido la mala suerte de contemplar, “Cuando llama un extraño”, que como en esta ocasión, también se trataba de un remake de una película setentera.

Con estos antecedentes, las esperanzas de ver algo potable en "The Mechanic" no eran altas, aunque no se puede obviar que el tráiler resultaba bastante apetitoso.


La historia en sí es de lo más simple, y no deja de ser la típica del asesino a sueldo al que sus jefes quieren darle pasaporte. Si acaso, la particularidad de la cinta reside en que se centra más en la relación mentor-pupilo que se establece entre Bishop y Steve, que en la parte de venganza. Eso deja al supuesto villano de la película en un segundo lugar, de modo que su presencia funciona más como macguffin que no otra cosa, además de servir de excusa para sacarse unas cuantas escenas de acción extra.
La trama escrita por Richard Wenk (16 calles) y Lewis John Carlino (autor de la original) es previsible de cabo a rabo, y aunque intenta darle algo de intriga a la misma, lo cierto es que no es difícil imaginarse cómo acabará todo. Pero la cuestión aquí no es tanto el qué sino el cómo, o dicho de otra forma, que aunque sepamos lo que va a pasar, lo que nos interesa es ver cómo se les va a ingeniar el director para darle suficiente empaque al conjunto y que todo quede resultón. Y en ese sentido cabe decir que West planifica con acierto las escenas de acción, aunque en ocasiones marea demasiado la cámara (un mal que afecta al cine de acción actual).

No se trata de una película sumamente espectacular, pero contiene las suficientes dosis de explosiones y tiroteos como para contentar al aficionado. Tampoco abusa en exceso del CGI, pero lo de añadir la sangre digital es algo que, a mí personalmente, sigue sin convencerme lo más mínimo (y es un molesto recurso que hoy en día se estila con bastante frecuencia)

Pirotecnia y montaje frenético aparte, lo más interesante de la película es el entrenamiento que recibe Steve (contado en modo ultrarrápido) a manos de Bishop; en cómo el muchacho tiene que ir aprendiendo a liquidar a sus objetivos de forma limpia y procurando que parezcan un desafortunado accidente. Lo malo es que Steve es un tipo demasiado bullicioso, y parece que el estilo sutil y trabajado de Bishop no va mucho con él.

Conforme avanzan en las lecciones, las pretensiones instructivas del maestro se van ofuscando al comprobar que las mentiras empiezan a flotar en el aire y que su pupilo resulta un aprendiz un tanto incontrolable y mete patas. Así que lo de enseñarle todo lo que sabe parece no estar siendo tan buena idea como al principio se imaginaba.



Respecto a los actores, decir que Statham hace de Staham. Así, sin más. Su habitual inexpresividad aquí encaja perfectamente con el tipo de personaje que interpreta (serio y de pocas palabras). De hecho, parece salido directamente de la saga Transporter. El Frank Martin de aquella no dista mucho del Arthur Bishop de esta, pero mientras que uno era un poco más amigable y bondadoso, éste en cambio no tiene escrúpulo alguno.

A Ben Foster se le dan bastante bien los personajes desquiciados, así que el tipo lo clava fácilmente. Aún así, le convendría elegir papeles con más enjundia (como en "The Messenger"), porque creo que tiene tablas para ello.

A Donald Sutherland siempre es un placer verle, aunque sea por unos pocos minutos (más o menos los mismos que tendría en "The Italian Job", también con Statham y también un remake)
Y finalmente nos queda Tony Goldwin, que cumple como villano de segunda categoría.

Con todo, “The Mechanic” es un violento y entretenido thriller de acción ideal para devorar palomitas. No se desmarca del producto “serie B” típico de Statham, pero sí es bastante mejor que muchas otras que ha protagonizado el erróneamente llamado sucesor de Bruce Willis (seamos serios, no le llega ni a la suela de los zapatos en carisma)


Lo mejor: la pareja maestro-discípulo formada por Statham y Foster.

Lo peor: la a ratos mareante acción.


Valoración personal: Correcta

sábado, febrero 12, 2011

"Sed de venganza (Faster)" (2010) - George Tillman Jr.

critica Sed de venganza Faster 2010 George Tillman Jr.
Salido directamente de la WWF/E, donde se le conocía con el imponente apodo de “The Rock” (La Roca), Dwayne Johnson se introdujo en el mundillo cinematográfico con un pequeño papel en “El regreso de la momia (The Mummy Returns)”, película con la que su personaje se ganó un spin-off (El rey escorpión) que él mismo protagonizó. En ese momento, presagiamos que el amigo Johnson se convertiría en un prometedor action-man de nueva generación, algo que atestiguaron sus siguientes trabajos como “Tesoro del Amazonas”, en donde el mismísimo Arnold Schwarzenegger -a modo de cameo- le pasaba el testigo de “héroe de acción”; "Pisando fuerte", remake de una desconocida película setentera; y "Doom", adaptación de un videojuego en la cual, inesperadamente, el ex luchador reconvertido en actor se reservaba el papel de villano.

Sin embargo, Johnson parecía negarse al encasillamiento, así que decidió probar suerte con otros géneros. Con el drama deportivo “La vida en juego (Gridiron Gang)” rodó la que probablemente sea su mejor película hasta la fecha, demostrando que podía hacer algo más que repartir mamporros a diestro y siniestro. Y con la comedia, género al que habitualmente recurren los action-men (y si no que se lo digan a Chuache y a Sly), parece desenvolverse muy bien gracias a su carisma (sí, he dicho carisma) Pero de la comedia a secas como “Be Cool” o “Superagente 86”, en las que Johnson actuaba como secundario, éste ha pasado a la comedia infantil bajo el sello Disney, lo que entre otras cosas nos ha hecho ver a un tío de casi dos metros y 120 kilos de puro músculo interpretar al “Hada de los Dientes” (el equivalente yanqui a nuestro Ratoncito Pérez)

Pero un tipo con su presencia no puede despegarse tan fácilmente del cine de acción, y aunque por el camino haya abandonado su apodo de “La Roca” (un acierto, todo sea dicho), Johnson vuelve para dar caña a los maleantes.

Mientras esperamos ese ansiado “cara a cara” contra Vin Diesel en la quinta (¡quinta!) entrega de “A todo gas” (cuyo único aliciente es, precisamente, ese duelo de bestias pardas), tenemos “Faster” para ir abriendo boca.

Tras de 10 años en prisión y puesto recientemente en libertad, el ex presidiario interpretado por Dwayne Johnson tiene un único objetivo en mente: vengar la muerte de su hermano, asesinado en el mismo atraco a un banco que lo condujo a él a la cárcel. Sin embargo, dos hombres se interpondrán en su camino: un veterano policía (Billy Bob Thornton) a punto de jubilarse y un joven asesino a sueldo (Oliver Jackson-Cohen) dispuesto a convertir su trabajo en un reto personal.

“Faster” es, a grosso modo, una “película de venganza” como cualquier otra, lo que significa que nuestro protagonista va dando caza uno por uno a sus objetivos, es decir, a todos los implicados en el asesinato de su hermano.

Los primeros minutos hacen honor al título de la cinta, pues nada más salir de prisión, Johnson va corriendo (literalmente) en busca de su vendetta personal, la cual llevará a cabo en cuestión de días gracias a la información que ha conseguido reunir acerca de sus futuras víctimas. Luego, no obstante, la película empieza a relajarse, y nos damos cuenta que guionista y director no quieren ir tan a lo fácil como podría parecer dado el argumento, sino que prefieren dar algo más de peso y consistencia a la historia. Y eso es bueno y malo al mismo tiempo.

Bueno porque se agradece que quieran darle algo de profundidad y ciertas pinceladas de drama a la trama para evitar que el conjunto sea solamente una ensalada de tiros y hostias; y malo porque las buenas intenciones no acaban de dar sus frutos. El drama distrae más que otra cosa, mientras que las distintas subtramas y personajes no acaban de cohesionar como deberían.


A medida que el protagonista avanza en su misión, se va dando cuenta que detrás de la muerte de su hermano aún quedan cabos sueltos por atar. También descubrirá que la venganza que está llevando a cabo no resulta tan fácil de acometer como él pensaba. Y no porque la policía y un asesino a sueldo le anden pisando los talones, sino porque hacer de verdugo le obliga a deshumanizarse. Ejecutar a los culpables implica una total ausencia de moral de la que él no carece; y con cada muerte, con cada ejecución, un pedazo de su alma también muere. Por más que su legítima venganza pueda ser satisfecha, su consciencia no le permitirá vivir en paz.

Pero el cazador se convierte en presa cuando alguien contrata los servicios de un asesino a sueldo para deshacerse de él.

Este asesino, engreído y con un agudizado afán de autosuperación, andará detrás de él sin sospechar siquiera que esta vez el asunto le va a dar más faena de la habitual.

A estos se les une un agente de ley que no es precisamente el paradigma del buen policía, algo que ya nos queda claro la primera vez que lo vemos en pantalla.

La verdad es que la cacería -a tres bandas- funcionaría mucho mejor si se eliminara a un cazador. Y el prescindible es ni más ni menos que el asesino a sueldo, un (ridículo) personaje metido con calzador que no sólo no aporta prácticamente nada útil a la trama principal (cosa que queda patente en el final), sino que además estorba con su trauma personal y su almibarada historieta de amor con el pibón de turno (SPOILER--- la escenita de la boda es de juzgado de guardia ---FIN SPOILER)

Si obviamos esto, el resto se sostiene bastante bien. El misterio que rodea el asesinato del hermano del protagonista resulta obvio más o menos hacia mitad de película (sino antes), pero está bien llevado. Las dudas morales del protagonista y la ambigüedad del policía que va tras él le dan algo de fondo a la historia, y aunque las escenas de acción no son muy destacables, sí están rodados con oficio y sin muchos artificios. Y es que al fin y al cabo, son los momentos de cierta tensión y suspense los que sobresalen, especialmente cuando el protagonista se enfrenta a sus víctimas (a destacar el momentazo entre Johnson y el impronunciable Adewale Akinnuoye-Agbaje). Es por ello que la película tiende más a ser un thriller con algo de acción y unas gotitas de drama, que no una de acción pura y dura (que es lo que uno esperaría al ver el tráiler y ese cartel tan explícito).



Se acerca sigilosamente a lo que sería un film noir, a la vez que bebe un poco del western; o para ser más exactos, de “El bueno, el feo y el malo” de Sergio Leone, con claras referencias como la sintonía del móvil del asesino (y que si no recuerdo mal, también la usaba Shia LaBeouf en la secuela de Wall Street) y el hecho de que los tres personajes clave nos sean presentados no por sus nombres sino por su profesión (el Conductor, el Asesino y el Policía)

Por lo demás, la dirección de George Tillman Jr. -que desde la estupenda “Hombres de honor”, diez años atrás, no ha dirigido más que el biopic de Notorius B.I.G. y ésta-, es eficiente, y Clint Mantsell pone la música fiel a su habitual estilo. Además, suenan canciones como “Short Change Hero” de The Heavy o “I Wanna Be Your Dog” de Iggy Pop, que le dan un plus añadido (incluso el propio Adewale se atreve a cantar el John The Revelator)

Mención aparte merece esa especie de look retro setentero que le otorga la galería de cochazos clásicos que asoman el morro en la pantalla (un Chevrolet Chevelle SS del 71 y un Pontiac GTO del 67)

Del reparto no hay mucho que decir. Johnson está en “modus terminator” con un personaje parco en palabras, por lo que se limita básicamente a imponer con su físico de armario empotrado y poner cara de “te voy a matar”. Billy Bob Thornton está en su línea y Carla Gugino, que ya coincidió con Johnson en “La montaña embrujada”, vuelve a lucir uniforme, así que olvidaros de ver carnaza, que para eso ya está Maggie Grace (aunque yo me quedo con la Gugino, lleve traje o sotana)

“Faster” es un liviano y entretenido thriller de venganza que cumple con el trámite y poco más. Tampoco vamos a pedirle peras al olmo.


Lo mejor: volver a ver a Johnson repartir estopa.

Lo peor: podría haber sido un regreso mejor y más espectacular.


Valoración personal: Correcta

"Valor de ley" (2010) - Joel & Ethan Coen

critica Valor de ley 2010 Joel & Ethan Coen
En 1969, John Wayne protagonizó “True Grit” (aka Valor de ley), un simpático western dirigido por el casi siempre eficiente Henry Hathaway, con quién el actor ya había trabajo en varias ocasiones (a destacar su colaboración en “Los cuatro hijos de Katie Elder”). La película era una adaptación de la novela homónima de Charles Portis, escrita tan sólo un año antes. Por su interpretación del duro y borrachuzo Rooster Cogburn, Wayne se llevó el primer y único Oscar de su carrera (además de un Globo de Oro), lo que muchos consideraron más como un premio a toda su carrera. Cuando El Duque subió a recoger la estatuilla dorada, afirmó que si lo hubiera sabido, se habría puesto el parche treinta años antes. Y es que a esas alturas, Wayne había rodado ya prácticamente las mejores películas de su carrera (a falta de cerrar la trilogía del oeste de Hawks con “Río Lobo” y protagonizar esa especie de autohomenaje que fue “El último pistolero”, su último film), y poco le quedaba ya para retirarse sin apenas haber recibido mayor reconocimiento a su labor que una anterior nominación por una poco conocida película bélica titulada “Arenas sangrientas”.

El éxito de “Valor de ley” propició una secuela igualmente estimable, “El rifle y la Biblia” (Rooster Cogburn, 1975), en la que esta vez era una madurita Katharine Hepburn la que acompañaba a Wayne, formando así una pareja de lo más entrañable (siendo, además, la única vez que ambos coincidieron en pantalla). Pese a repetir la fórmula de su predecesora, su éxito en taquilla fue más bien moderado, y aunque llegó a planearse una tercera parte, ésta finalmente nunca llegó a rodarse.

Ahora, más de cuatro décadas más tarde, nos llega un remake de aquella primera película a cargo de los hermanos Coen, quiénes llevaban tiempo queriendo rodar un western (lo más cercano que han hecho a “una del oeste” ha sido “No es país para viejos”)

Mattie Ross (Hailee Steinfeld), una chica de 14 años de edad, emprende una búsqueda para vengar la muerte de su padre a manos de un vagabundo llamado Tom Chaney (Josh Brolin). Para ello, contrata al alguacil Reuben J. Rooster Cogburn (Jeff Bridges), un oficial de policía tuerto, alcohólico y con sobrepeso. No sin ciertas reservas, Cogburn acepta el encargo de atrapar a Chaney en compañía, pese a su negativa, de la joven muchacha. A estos se les une el agente de los Rangers de Texas La Boeuf (Matt Damon), que también anda detrás del fugitivo.

Siendo un apasionado de los westerns, y habiendo visto tantos y tantos a lo largo de los años, quizás se me ocurran unos cuantos que pudieran ser perfectamente objeto de remake. Pero cuando esto le ocurre a aquellos que, en mi opinión, ya están bien tal como están, la primera palabra que me viene a la cabeza es “innecesario”. Sin embargo, con “El tren de las 3:10”, (actualización del homónimo de Delmer Davis), me llevé una grata sorpresa, y teniendo en cuenta que detrás de esta nueva versión de “Valor de ley” estaban los Coen, traer de vuelta a Rooster Cogburn no me pareció tan mala idea.

Los directores se justificaron argumentado que pretendían ser más fieles a la novela, de modo que esta vez el film no fuese un vehículo a mayor gloria de su estrella principal sino que el protagonismo recayese en el personaje de Mattie. Y para conseguir esto, los Coen han introducido una serie cambios, en algunos casos, sustanciales.

Para empezar, el prólogo y el desenlace le pertenecen a Mattie. Con ella se inicia la historia y con ella termina. Y pudiera ser que estas partes fueran claramente las más diferenciadoras respecto a la original, ya que el resto viene a ser, prácticamente, la misma película. Incluso buena parte de los diálogos son similares (o los mismos).



Esto me lleva a pensar que, quizás, la cinta de Hattaway no se distanciaba tanto del libro que adaptaba. O eso, o los Coen toman tantas referencias de la novela como de la película (entre ellas, el parche en el ojo de Rooster, que fue una aportación de ésta última y que aquí reaparece cambiado de lado, eso sí)

Mediante el habitual recurso de la voz en off, Mattie nos cuenta la historia de cómo su padre murió a manos del canalla de Chaney. Así pues, en cuestión de unos pocos minutos se sitúa al espectador en la historia. Este hecho es el que motiva el viaje de Mattie en busca de justicia para su padre.

La muchacha, increíblemente adulta, valiente y decidida para su edad, reclama a la policía que traiga a Chaney ante la ley para que se le juzgue. Sin embargo, éste ya está demasiado lejos del lugar del crimen y nadie parece dispuesto a darle caza, menos aún cuando en su huida se ha unido a una banda de forajidos. Es por ello que Mattie se ve obligada a contratar los servicios de un alguacil. Y no hay nadie mejor en la ciudad que Rooster Cogburn.

Cogburn es uno de los mejores en su trabajo, pero su eficacia a base de tiros es bastante criticada en los tribunales. Y es que nuestro tuerto oficial es de gatillo fácil; de disparar primero y preguntar luego. Aunque son muchos los bandidos que ha llevado ante la justicia, no son pocos tampoco los que han acabado en un ataúd antes de poder ser juzgados.

Y este es el tipo de hombre que busca Mattie. Un agente de la ley duro y sin contemplaciones. El único que sabe que podrá capturar a Chaney, ya sea vivo o muerto.

Pero un tercer e inesperado aliado se une a la caza. Ese es La Boeuf, un engreído y charlatán Ranger de Texas que lleva tiempo detrás de Chaney por el asesinato de un senador texano.
Pese a las continuas desavenencias, los tres unirán fuerzas para que Chaney rinda cuentas ante la ley.



“Valor de ley” es una road movie en la que el espectador contempla el viaje que inician tres personajes a la caza de un despreciable bandido. Tres personas muy distintas entre sí, pero a las que les une su sentido de la justicia. Puede que en la captura de Chaney cada uno tenga sus propios intereses (dinero, venganza o reputación), pero en el fondo, los tres perseguirán un mismo ideal: el de hacer lo que es correcto.

Para Rooster, Mattie y La Boeuf será, además, un viaje de aprendizaje. El primero antepondrá su sentido del deber al dinero; la segunda descubrirá que bajo una desaliñada y dura coraza de alguacil, late el corazón de un gran hombre; y el tercero comprenderá que la arrogancia sólo puede conducirle a una muerte segura.

Sin abandonar las pinceladas de humor que caracterizaban a la original, esta visión de los Coen es algo más cruda. Incluso con un cambio que podría considerarse trivial, como es el pasar de la alegre y viva primavera al frío y lóbrego invierno como estación en la que transcurre toda la acción, se advierte ya el tratamiento que los directores quieren darle a la historia. Y a ello se le una serie de modificaciones, como el distinto devenir de algunos personajes o un cierre mucho más melancólico, que contribuyen a hacer de “Valor de ley” un western más crepuscular y solemne. Un buen ejemplo de cómo, con un remake, se puede honrar a su predecesor y a la fuente madre a la vez, es decir, a la novela.



Los Coen han encontrado una historia a su medida y han construido un film en el que sus intérpretes juegan una gran baza.

La elección de la desconocida Hailee Steinfeld ha sido todo un acierto y un gran descubrimiento dada la naturalidad y convicción con las que la joven actriz lleva adelante su rol.

Estar a la altura de El Duque tampoco era fácil, pero si alguien podía encarnar de nuevo a al viejo e implacable alguacil, ese era Jeff Bridges, cuya previa interpretación en “Corazón rebelde” auguraba ya un genial Rooster Cogburn.

Matt Damon quizás lo ha tenido algo más fácil en el papel que antaño interpretó Glen Campbell, cuya verdadera vocación era la de cantante. Pero sin tener en cuenta eso, podemos decir igualmente que Damon ofrece una interpretación muy correcta y acorde con lo que se le pide, al igual que Josh Brolin y Barry Pepper en un plano más secundario.

Si acaso, el único pero, y perceptible sólo en la V.O.S, es que quizás el habla de Bridges y Brolin se siente algo forzado. Una enfatización demasiado pronunciada, a mi gusto (y que conste que esto es una apreciación muy subjetiva)

“Valor de ley” es otra muestra evidente de que aún se pueden seguir haciendo buenos westerns, aunque en este caso sea una nueva versión de uno ya existente.

Lo que en manos de Hattaway era una historia entrañable y simpaticona (aunque también crepuscular), en manos de los Coen es algo más dura y melancólica. Ni mejor ni peor, diferente.


Lo mejor: que el western siga siendo un género activo y con presencia en los Oscars.

Lo peor: que por ser una western -género tildado de anticuado- mucha gente se la pierda.


Valoración personal: Buena

domingo, febrero 06, 2011

"Primos" (2011) Daniel Sánchez Arévalo

critica Primos 2011 Daniel Sánchez Arévalo
La comedia es, junto al terror, uno de los géneros más prolíficos y más taquilleros de nuestro cine. A la largo de estos años, películas como Días de futbol o Los dos lados de la cama se han ganado el favor del público convirtiéndose en auténticos éxitos de nuestra industria cinematográfica (si es que a esto que tenemos se le puede llamar industria)

Hacer una comedia es fácil. Lo difícil es hacer una buena comedia, y contados ejemplos de esto último encontramos en el cine español, y aún menos en el americano, que cada vez se muestra más agotado y falto de ideas (salvo raras excepciones). Probablemente, y a mi gusto, los franceses y los ingleses sean de los pocos que aún dignifican un poco un género que se encuentra de capa caída y que se ha sometido, en numerosas ocasiones, a la más absoluta e indeseable vulgaridad/zafiedad para hacer reír al respetado.

Confieso que es harto difícil que una película me haga reír, y menos a carcajadas. Veo films que me resultan simpáticos y me sacan sonrisas de vez en cuando, y que incluso me pueden dejar buen sabor de boca al salir de sala. Pero rara vez la cosa va más allá. Por ello, quizás la comedia es el género que menos me atrae o al que destino menos horas cinéfilas. Y ya si hablamos de comedias españolas, he de admitir que aún soy menos receptivo, con temor, quizás, a encontrarme otra chorrada plagada de tacos y desnudos gratuitos, y gags sin la más mínima gracia (algo que también definiría la reciente comedia americana, aunque nuestra herencia setentera –Pajares y cía- ha dejado un legado que nos convierte en verdaderos especialistas del humor casposo)

Pero de vez en cuando un tráiler consigue llamarme la atención. Por los motivos que sean, decido darle una oportunidad. El año pasado me ocurrió con “Pagafantas”, simpática película que me dio menos de lo que esperaba, pero que aún así me hizo pasar un buen rato. Y este 2011 la elegida ha sido “Primos”, de Daniel Sánchez Arévalo. Y os preguntaréis... ¿he vuelto a acertar o me la han colado? La respuesta, después de la sinopsis (la oficial, que me ha gustado).

A Diego (Quim Gutiérrez) le ha dejado su novia cinco días antes de la boda. ¿Qué es lo más maduro y sensato que debe hacer para superarlo? 1.- Presentarse en la iglesia el día de la boda por si se arrepiente. 2.- Emborracharse y despotricar. 3.- Intentar recuperar al amor de su adolescencia. 4.- Todas las arriba mencionadas. Respuesta correcta: 4.

Tras ejercer como guionista televisivo (participó en series como Farmacia de guardia u Hospital Central) y realizar varios cortometrajes, Daniel Sánchez Arévalo debutó en el largometraje con “AzulOscuroCasiNegro”, drama romántico premiado con tres Goyas, entre los cuales figuraba el de mejor dirección novel. Luego rodó un par de cortos más hasta su siguiente película, la comedia “Gordos”. Sólo un año más tarde nos trae su tercer trabajo, “Primos”, con el que reincide en el género de la comedia, y para el que ha contado con tres actores recurrentes de su filmografía: Quim Gutiérrez, Raúl Arévalo y su actor fetiche, Antonio de la Torre (un habitual de sus cortos)

El punto de partida de la historia es, como bien indica la sinopsis, el plantón que sufre Diego en el altar. Es, por así decirlo, el macguffin que desencadena el resto de acontecimientos.


Diego está destrozado, con el corazón roto y la autoestima por los suelos. Su único consuelo es el apoyo incondicional de sus dos primos, Julián (Arévalo) y José Miguel (Adrián Lastra). Gracias a ellos se acuerda de su primer amor de juventud, Martina (Inma Cuesta) En un intento desesperado por borrar a Yolanda (su ex prometida) de su cabeza, decidirá regresar al pueblo para reencontrarse con Martina y volver a conquistarla. Por su puesto, sus dos primos le acompañarán en esta aventura cuyo objetivo es poner de nuevo amor en su vida.

A priori, puede parecer que estamos esencialmente ante una comedia romántica y, en cierto modo, gran parte del peso de la trama se lo lleva el romance a tres bandas entre Diego, Yolanda y Martina. Pero en el fondo, “Primos” trata sobre la amistad y sobre las decisiones que tomamos a lo largo de nuestra vida. Decisiones que, para bien o para mal, nos marcan el camino a seguir. A veces acertamos con ellas, y el resultado de una buena elección es la satisfacción. Otras veces, sin embargo, metemos la pata y pagamos las consecuencias, aunque más adelante aprendemos de ese error. Y en un tercer caso, simplemente dejamos que otro u otros tomen las decisiones por nosotros. Y eso, queramos o no, difícilmente nos hará felices.

Diego cree que con volver al pueblo y avivar la llama del amor que una vez hubo entre él y Martina se van a solucionar todos sus problemas. Pero no puede estar más equivocado. El peso del abandono y los sentimientos que aún tiene por Yolanda le impiden avanzar. El cacao mental que tiene en la cabeza no va a disiparse en cuestión de horas, por lo que deberá replantearse su situación actual sopesando los pros y los contras, pero sobre todo, haciendo caso de lo que su corazón le pide.

Pero Diego no es el único que tiene heridas que curar y cuentas pendientes que solucionar.

Julián es un poco canalla y un salido. Sin embargo, pese a su chulería y verborrea, se esconde un tipo solitario -y un trozo de pan- en busca también de su alma gemela. Y quizás esté a punto de conocerla…

José Miguel tiene un grave problema de hipocondría y timidez que quizás logre superar gracias a la ayuda de la persona más inesperada.

Martina es una madre soltera que lleva demasiado tiempo sola y que no sólo anhela la compañía de un hombre, sino que también necesita un padre para su hijo.

Y El Bachi, antiguo dueño del videoclub en el que antaño nuestros protagonistas alquilaban las películas, se ha convertido en el borracho del pueblo, y tiene una hija que ni siquiera le dirige la palabra.

Para todos y cada uno de ellos, este reencuentro cambiará el resto de sus días.


Empezando por el monólogo que abre genialmente la película hasta los créditos finales, Sánchez, que se encarga tanto de la dirección como del guión, maneja la historia con una sencillez, naturalidad y frescura envidiables. A diferencia de otras comedias que empiezan con fuerza, Sánchez no baja el listón ni un momento y mantiene el tipo a lo largo de todo el metraje. Como es lógico, algunos momentos resultan más divertidos que otros, pero nunca tienes la sensación de que la trama pega un bajón. No hay puntos muertos, no hay lugar para el aburrimiento.

Además, se combina perfectamente y sin fisuras tanto la vertiente cómica de la historia como la dramática. La mayor parte del tiempo uno permanece con una amplia sonrisa en la cara que sólo se descompone cuando soltamos una ligera carcajada o, en el lado más opuesto, cuando Sánchez deja al descubierto los sentimientos de los protagonistas, sus debilidades, sus deseos… Es en ese momento cuando nos damos cuenta que no estamos ante una simple comedia para pasar el rato sino que tenemos delante una película con fondo.

Tanto la historia central como el resto de subtramas funcionan por igual porque se presta la atención justa a cada una de ellas. Y funcionan también porque los personajes se ganan nuestra simpatía desde el primer momento. Y eso se ha conseguido porque pese a lo arquetípicos que, a grandes rasgos, puedan parecer éstos, también nos resultan cercanos y amigables. Probablemente, quién más quién menos, en algún momento de su vida, haya conocido o topado con un Diego, un Julián o una Martina.

Cabe decir que detrás unos personajes bien escritos y unas historias divertidas y hasta entrañables (la relación que se establece entre José Miguel y el pequeño Dani, por ejemplo), hay también un buen elenco de actores a la altura de las circunstancias.

El “trío calavera” formado por Quim Gutiérrez, Raúl Arévalo y Adrián Lastra es lo mejor de la película, como cabría esperar. Los tres congenian a la perfección, y con una vis cómica muy acertada, pues son ellos los que llevan básicamente el peso del humor que aquí se muestra. El bailoteo que se pegan en un momento dado (y que se veía venir a leguas, todo hay que decirlo) no tiene desperdicio, siendo uno de los momentos cumbres del film.

Inma Cuesta es la chica de la película. Una cara bonita (y un señor cuerpazo), sí, pero también una actriz que cumple sobradamente con su rol. Además, algunos agradecerán (servidor incluido) que nos haya obsequiado con un bonito topless (el único desnudo que hay; de lo más inofensivo y visto ya en el tráiler)

A destacar también a Antonio de la Torre y sus tendencias suicidas, y a Clara Lago como una fresca no tan fresca. Y un plus añadido son las diversas referencias cinéfilas (que van desde Coppola hasta Almodóvar pasando por Garry Marshall) que El Bachi acostumbra a citar.

Aquí hasta el niño hace bien su papel. Y la agradable banda sonora de Julio de la Rosa (muy a lo Gomez), es ideal para darle ese tono íntimo y melancólico a la cinta.

“Primos” es una divertida y entretenida comedia con corazón. Gamberra y tierna a partes iguales. Su mayor pecado es que resulte previsible, pero eso se compensa con frescos diálogos y un reparto entregado a la causa. Vale la pena.


Lo mejor: la perfecta combinación de humor y drama; el trío protagonista.


Lo peor: puede resultar previsible en muchos aspectos.



Valoración personal: Buena


jueves, febrero 03, 2011

"127 horas" (2010) – Danny Boyle

critica 127 horas 2010 Danny Boyle
Después de la aclamada y multipremiada “Slumdog Millionaire” (¿Me gustó? Sí, ¿merecía 8 Oscars, 4 Globos de Oro y 7 Premios BAFTA? Rotundamente, no.), Boyle cambia nuevamente de registro para producir, co-escribir y dirigir una historia verídica a la que éste le había echado el ojo años atrás. Esa historia es la de Aron Ralston Lee, un alpinista estadounidense que en 2003 tuvo un trágico accidente mientras hacía senderismo en Blue John Canyon (Utah). SPOILER POR SI ACASO --- Tras el desprendimiento de una roca, Ralston cayó en una grieta, con tan mala fortuna que la dichosa roca que cayó con él quedó trabada aplastando su antebrazo derecho y atrapándolo contra la pared del cañón. Después de cinco días tratando, sin éxito, de liberarse, y ya sin apenas agua que poder echarse a la boca, éste optó por amputarse el antebrazo con tal de poder escapar de aquella prisión. ---FIN SPOILER POR SI ACASO

Ralston logró salvar su vida y, al año siguiente, documentó su historia en la autobiografía Entre la espada y la pared (y nunca mejor dicho…). Este libro es precisamente el que ha servido de base a Boyle y al guionista Simon Beaufoy (que ya colaboraron juntos en Slumdog Millionaire) para llevar a la gran pantalla la hazaña de este joven alpinista.

Aron Ralston (James Franco) se dispone a pasar el fin de semana haciendo senderismo en el cañón conocido como Blue John Canyon (cerca de Moab, Utah) Después de aprovisionarse bien, lleva a cabo el viaje primero en coche, luego en bici y finalmente a pie hasta su destino. Mientras desciende por una grieta, la roca que hay bajo sus pies se desprende y juntos caen al suelo. La mala fortuna provoca que el antebrazo derecho de Ralston quede atrapado entre la roca y la pared del cañón. Pese a sus continuos intentos por levantarla o moverla, la roca no cede y el joven alpinista empieza a desesperarse.

Ralston se encuentra atrapado enun lugar recóndito en medio de la nada, y lo peor de todo es que nadie, ni sus amigos ni su familia, sabe que está allí.

Boyle deja de lado el romanticismo de su anterior trabajo y nos sumerge de lleno en una cruda y verídica historia de supervivencia. Las 127 horas que dan título a la película son el total de horas de sufrimiento que Aron Ralston padeció hasta ser rescatado. 127 horas de desesperación, pasando frío y hambre, gritando pidiendo ayuda y haciendo lo imposible para poder salir de ahí con vida. Las 127 peores horas de su vida.

Pese a lo reducido del escenario, Boyle no pierde su habitual dinamismo a la hora de rodar. De hecho, los malabarismos con la cámara son constantes en el transcurso de la película, sacándose además varios ases de la manga para que el desarrollo de la historia no sea monótono ni se haga pesado sino todo lo contrario, resulte sumamente entretenido y visualmente muy ágil. Lo que en pocas palabras podríamos definir como “estilo videoclipero”, pero que encaja como un guante (aunque puede que a algunos se les atragante).

Uno de los recursos más recurrentes es el de la cámara subjetiva, ubicada a veces en lugares de lo más insólitos. También se cambia constantemente el ángulo de la cámara para poder observar la escena desde diferentes perspectivas, de modo que tengamos una vista más amplia del entorno que rodea a Ralston, de lo reducido e incómodo que es el espacio en el que se encuentra trabado, de lo engorrosos y asfixiantes que resultan los pocos metros de los que dispone para su movilidad.



No son pocos los que han comparado esta cinta con la española “Buried”, de Rodrigo Cortés. Lo cierto es que ambos directores utilizan como mejor pueden los mecanismos de los que disponen, teniendo en cuenta lo limitado del escenario y la soledad del protagonista. Más allá de eso, son dos propuestas muy diferentes en muchos aspectos, aunque tengan algunos puntos en común.

Dicho esto, Boyle tampoco pierde demasiado el tiempo en preámbulos y va bastante directo a la trama en cuestión. No necesita explicarnos demasiados detalles de la vida del personaje principal, ya que le iremos conociendo a medida que transcurran los minutos con los habituales flashbacks. Así pues, no hace falta esperar mucho para ver a Ralston atrapado en la grieta. De ahí en adelante, se nos relatan los cinco días y pico de calvario que pasa el joven alpinista hasta que logra salir de su “prisión”.

En este tiempo somos testigos de los diversos y fallidos intentos para liberar su brazo. Vemos como pasan las horas y se va quedando sin provisiones; cómo sus fuerzas disminuyen y cómo la esperanza de salir de ahí con vida se va convirtiendo más en un sueño que en una posibilidad real.

Boyle logra meternos no sólo en la piel de Ralston sino también en su cabeza. Preso de la desesperación, Ralston va trayendo a su mente recuerdos de su infancia, de su juventud y de días pasados. Piensa en su familia, en sus amigos e incluso en su antigua novia. Pese a la solo y desamparado que se encuentra, esos recuerdos nunca le abandonan. Su gente está ahí, esperando a que vuelva, y eso es lo que hace que luche por su vida. Una maldita e insignificante roca no puede interponerse a todo eso. Una recóndita grieta no puede convertirse en su sepultura.

Además de los recuerdos de Ralston, el director plasma en pantalla también sus pensamientos y sus sensaciones (cuando tiene sed, por ejemplo) En una más que adecuada hora y media nos relata la historia de Ralston haciéndonos partícipes de ella, transmitiéndonos su angustia y su sufrimiento. Y se permite, además, dotar a la trama de algunos momentos de humor -humor negro, se podría decir-, que nos permiten tomar un poco de aire para afrontar la siguiente escena.


Uno de los momentos más duros del film es aquél en el que el protagonista SPOILER--- se amputa el brazo --- FIN SPOILER No estamos ni mucho menos ante una ejemplo de gore atroz y repulsivo al estilo Saw, pero la crudeza y realismo con el que se rueda (sí, hay sangre y se ve "todo" perfectamente), nos impacta e incómoda. De ahí a que uno se desmaye o vomite, como se informó meses atrás que ocurrió en un pase, hay un trecho. Pero ya sabemos que eso no son más que burdas artimañas publicitarias. Puede que no sea recomendable para estómagos sensibles, pero tampoco es para tanto.

Dicho esto, la película viene amenizada con animadas canciones que, en algunos casos, contrastan notoriamente con la dureza de las imágenes. Otras, cerca del final, son algo más acordes a lo que vemos en escena para poder transmitir con mayor intensidad las emociones de aquél instante. En ese sentido, funcionan perfectamente el bien escogido tema de Sigur Rós (claramente identificable para los que ya conocemos a esta banda islandesa) como la certera banda sonora de A.R. Rahman, solemne y estimulante a lo largo de todo metraje.

Recursos narrativos y visuales a parte, no podemos obviar que gran parte del triunfo de esta película se lo debemos al bueno de James Franco.

Aunque fueron otros (Cillian Murphy, Ryan Gosling…) los que postularon o sonaron para el papel principal, finalmente éste fue a parar a Franco, al que hacía tiempo se le debía un rol protagonista con cierta enjundia. Hasta ahora le habíamos visto participar en muchas películas como secundario (a destacar su papel en Mi nombre es Harvey Milk), a veces incluso con pequeños cameos. Sus papeles protagonistas también fueron varios (y algunos de ellos, bastante resultones), pero a excepción de su trabajo en el televisivo biopic de James Dean (que le valió un Globo de Oro), éstos pasaron mayormente desapercibidos. Ya tocaba, pues, que cayera en sus manos un papel tan jugoso como éste y con el que poder demostrar su talento. Y desde luego, lo hace con una creíble e intensa interpretación. Sobro sus hombre recae todo el peso del film, y supera la prueba con nota.

Con todo, Boyle convierte “127 horas” en un relato enérgico y esperanzador sobre la naturaleza humana y sobre la vida. Y es que pese a la terrible situación que vivió Ralston, éste jamás dejó de hacer lo que más le gustaba e incluso volvió al cañón en el que pasó esas desesperadas 127 horas. El destino puso una piedra en su camino y tropezó, pero volvió a levantarse.


Lo mejor: James Franco; el dinamismo y la fuerza visual que imprime Boyle.

Lo peor: que ese estilo videoclipero eche para atrás a algunos espectadores.


Valoración personal: Buena

viernes, enero 21, 2011

"Más allá de la vida" (2010) - Clint Eastwood

ritica Más allá de la vida 2010 Clint Eastwood
Hay un grupo de cineastas cuyas películas suelen ser cita ineludible para todo cinéfilo/a que se precie. Algunos incluso cuentan con el favor del público, lo que ayuda muchas veces a que sus películas, pocas veces de carácter comercial, no pasen desapercibidas por taquilla frente a las grandes superproducciones hollywoodienses. Clint Eastwood es uno de esos directores. Y es, además, uno de mis preferidos.

Son ya cuatro décadas detrás de la cámara, más de treinta películas a sus espaldas y numerosos galardones cosechados (Oscars, Globos de Oro…) los que consolidan a Eastwood como uno de los grandes directores de la historia del cine. Y no lo pensamos sólo los cinéfilos o la prensa especializada, sino también el público en general. Espectadores a los que este rudo pero sensible californiano se ha ido ganando con cada una de sus películas. Unas mejores que otras, como cualquier otro que se dedique a esta profesión, pero manteniendo siempre -o casi siempre- un mínimo de calidad. En lo personal, puedo decir que Eastwood se ha ganado uno de esos privilegios que muy pocos consiguen en mí, y es que me interese ver cualquiera de sus películas sin preocuparme en exceso de qué traten, es decir, que sólo por venir con su firma me interesan, aunque a priori la trama no me seduzca horrores. Y eso es porque sé que, siendo mayor o menor el interés que me sugiera la historia, tras su visionado nunca tengo la sensación de haber perdido el tiempo (y puede que una trama que a priori no me resultara llamativa, acabe fascinándome)

Hasta la fecha, lo peor que he podido decir de una de sus cintas –y a excepción de algún que otro título, he visto prácticamente toda su filmografía-, es que me resultara simplemente entretenida o, en el peor de los casos, floja. De hecho, me resulta improbable que Eastwood pueda hacer una mala película aunque se lo proponga. Obviamente, no es un director infalible (diría que ninguno lo es), y también puede decepcionarnos, más cuando nos malacostumbra a ofrecernos buenas o muy buenas películas con tanta asiduidad. En ocasiones, algunas no alcanzan ese estatus, y a esas las solemos llamar obras menores. Puede que en algunos casos la culpa sea nuestra y de nuestras expectativas, pero otras veces simplemente es una cuestión de saber valorar la calidad de un film con independencia de quién sea su director. Y esto nos puede ocurrir con Eastwood, Scorsese, Allen, Nolan, Fincher o con cualquier otro que se os ocurra.

Hereafter, o como se ha titulado aquí, Más allá de la vida, es la primera película en la que Eastwood se sumerge en el terreno sobrenatural, siempre que no contemos, claro está, la “mística” El jinete pálido. Esto, para un director especializado mayormente en dramas y thrillers a secas, es toda una novedad y algo que ha suscitado bastante expectación y curiosidad. Conviene decir, no obstante, que aquello de ser una especie de “El sexto sentido” es rotundamente falso. Salvando el detalle de tener también aquí a un personaje que se comunica con los muertos, argumentalmente no tienen nada que ver una con la otra.

Aclarado esto, vayamos a la sinopsis.

“Más allá de la vida” narra la historia de tres personajes que han tenido algún tipo de contacto con la muerte: Marie LeLay (Cécile de France), una famosa periodista de la televisión francesa que a punto estuvo de morir ahogada durante el tsunami que asoló el Sudeste asiático en 2004; Marcus (Frankie y George McLaren) un niño británico que pierde a su hermano gemelo en un accidente de tráfico, y George Lonegan (Matt Damon), un hombre con el don de poder hablar con los muertos, algo que lleva tiempo rehusando hacer. Las vidas de estos tres personajes acabarán cruzándose…

Quizás lo más sorprendente, por el tipo de género que toca el film y la clase de director que hay detrás de él, sea la secuencia del tsunami, muy a lo Roland Emmerich (el referente más cercano) y técnicamente muy bien recreada y secuenciada. Pero que nadie se alarme, que cualquier efecto especial que pueda haber aquí está siempre al servicio de la trama.

Lo nuevo de Eastwood sigue las pautas marcadas por toda película de historias cruzadas que se precie; esto es, mostrarnos por separado el devenir de cada uno de los personajes hasta que en el desenlace los caminos de estos se crucen.

Los tres personajes se reparten de forma más o menos equitativa las poco más de dos horas de metraje. Primero, como es lógico, se nos presenta a cada uno de ellos.

A Marie la conocemos en Tailandia durante la fatídica fecha en la que uno de los devastadores e implacables tsunamis de 2004 arrasó la costa del país (y la de todo el sur y sureste de Asia). La catástrofe, que asoló el océano Índico, se cobró miles de víctimas, y por muy poco Marie no fue una de ellas. Sin embargo, se podría decir que durante unos segundos, su alma se alejó del mundo terrenal, y esa experiencia cercana a la muerte ha influido enormemente en su vida e incluso en su trabajo. Algo ha cambiado en ella, y ahora empieza a creer y a plantearse cosas en las que ante sin siquiera había pensado.

En Londres conocemos a los gemelos Marcus y Jason, hijos de una madre soltera y drogadicta que apenas les presta la atención y el cuidado que merecen. Los chicos, sin embargo, se han espabilado y han aprendido a no depender de ella (más bien al contrario), lo que ha fortalecido y mucho su relación fraternal. Desgraciadamente para Marcus, un terrible accidente le arrebata el mayor apoyo que tiene en esta vida, a su hermano. Ahora deberá seguir adelante sin él, algo que no le será nada fácil.

Y finalmente en San Francisco tenemos a George, un conocido clarividente alejado de la parapsicólogía al ser incapaz de lidiar con el impacto emocional y los secretos que le confieren las sesiones con sus pacientes. La constante insistencia de Billy, su hermano, en retomar la profesión, lleva a George a entrar de nuevo en contacto con el mundo de los muertos. Su don puede hacerle ganar mucho dinero, además de permitirle ayudar a los demás. Sin embargo, para él no es más que una maldición que le impide llevar una vida normal. George se siente un bicho raro, pero sobre todo, se siente sólo. Pronto descubrirá que no es así.


El mayor obstáculo al que debe enfrentarse una película de historias cruzadas es el de conseguir que todas ellas nos resulten igual de interesantes y que el motivo o motivos que las unan sean convincentes/coherentes. La mayoría de veces ocurre que unos personajes nos parecen mucho más interesantes que otros; otras veces en cambio, el problema está en lo forzadas que resultan algunas conexiones, especialmente si todas esas historias deben eclosionar al final. Sinceramente, son pocas las películas de este tipo que me convencen o entusiasman. Y "Más allá de la vida" no ha sido la excepción, aunque sus errores no sean precisamente estos.

Las tres historias, tanto la de Marie como la de Marcus o la de George, son buenas y empiezan de forma prometedora. Pero conforme la cosa avanza, uno se va desesperando un poco, pues sabes desde el principio lo que tiene que ocurrir, pero parece que no ocurra nunca, es decir, que Marie y Marcus conozcan a George.

Sabemos que eso no sucederá hasta el final, pero aún así la impaciencia empieza a sobrevolar nuestras cabezas. Por supuesto, hay que desarrollar el conflicto que atañe a cada uno de ellos para conocerlos mejor y ver de qué forma la muerte les afecta. Pero llega un punto en el que el pasar de Marie a Marcus, de Marcus a George, de George otra vez a Marie, y así sucesivamente, se hace algo “eterno”. Parece que la trama no termine de arrancar, y pese a lo interesante de sus historias, estas tampoco logran emocionarnos como deberían. Tanto ir y venir provoca que al final no “conectemos” con ninguno de los tres, e incluso que algunos personajes, que podrían dar más de sí o aportar más a la trama, queden algo descolgados (por ejemplo Melanie, la chica interpretada por una guapísima Bryce Dallas Howard) En resumen, un síntoma claro de que “quién mucho abarca, poco aprieta”.

Eastwood tiene la capacidad de hacernos reír y llorar incluso en la misma película. De lo primero hay unos cuantos ejemplos aquí (las visitas de Marcus a los falsos clarividentes no tienen desperdicio), pero de lo segundo no hay nada de nada. No es que uno le pida a Eastwood que toque la tecla mágica para sacarnos una lagrimita, pero en una película en la que la muerte y la tragedia están tan presentes, sí se echa en falta mayor calado emocional. El guión lucha por alcanzar una profundidad y una emotividad que solamente consigue rozar. Y puedo asegurar que no es culpa de los intérpretes.

Probablemente, en algún momento toque la fibra sensible a aquellos que sabemos lo que es perder a un ser querido, especialmente si eso nos ha ocurrido recientemente, pero la sensación que a uno le queda al terminar es algo fría. Y eso no debería ocurrir.


Eastwood pone todo el oficio del que sabe hacer gala (dirección sobria, pausada y elegante), pero la cinta carece de su genialidad, quizás por culpa de una historia que debió desarrollarse de otro modo (y también de un metraje que debió ser algo más reducido). Y eso que tras el guión tenemos a Peter Morgan, que no es moco de pavo (The Queen, El último rey de Escocia, El desafío - Frost contra Nixon…)

La banda sonora, a cargo del propio Eastwood (tarea que acostumbra a realizar cuando no recurre a su compositor habitual, Lennie Niehaus), es muy sencilla y minimalista. Se trata de una partitura compuesta básicamente por guitarra y piano, y los temas son muy cortos. Combina fácilmente con la serenidad y calma de las imágenes, aunque también se siente poco inspirada (nada que ver con el estupendo trabajo que compuso para su duología bélica, aunque bien es cierto que se trata de géneros muy distintos)

Otros aspectos técnicos a destacar serían la notable fotografía de Tom Stern, que lleva trabajando con Eastwood desde Deuda de sangre (2002); o los efectivos efectos especiales, que destacan sobre todo en la ya comentada secuencia del tsunami (claro que a estas alturas, con tanta destrucción por parte de Emmerich y demás, este tipo de escenas ya no nos impresionan de igual manera)

En resumidas cuentas, puede que estemos ante una de las películas más flojas de Clint Eastwood (tanto de los últimos años como de toda su carrera), aunque para nada es una mala película. La falta de emoción y empatía le pasan factura.

Las críticas por ahora son más bien mixtas y no parece haber ningún consenso. Algunos siguen poniéndola a la altura de sus mejores trabajos, mientras que otros son muchísimo menos entusiastas. Personalmente, no comparto ninguna de las dos posturas - ni tanto ni tan poco-, pero supongo que con el público ocurrirá lo mismo. A Invictus le pasó algo similar, y es que ambas adolecen de un guión que no está a la altura de quién lo dirige.

P.D.: El tema de creer o no en si hay algo más allá de la muerte ya es cosa de cada uno. De todas formas, no creo que eso afecte a la valoración de la película (palabra de agnóstico)



Lo mejor: el comienzo y las interpretaciones.

Lo peor: que sea una historia de vidas cruzadas; la falta de mayor emotividad y profundiad.


Valoración personal: Correcta

martes, diciembre 28, 2010

Mi “Wishlist” Fnac

Wishlist Fnac

Si soléis visitar mi otro blog, Amazing Movies, quizás ya sepáis de qué va esto, pero si no es así, no os preocupéis porque os informaré de ello en los siguientes párrafos.

Los grandes almacenes Fnac han organizado un fantástico concurso para alegrarnos un poco más estas navidades. Y en qué consiste, os preguntaréis; pues en elaborar una lista con los regalos que te gustaría recibir o regalar para estas navidades. La lista debe componerse de productos que se puedan adquirir en Fnac, realizando la selección a través de su web. El importe debe ser igual o inferior a 2.011 euros, y cada producto debe ir enlazado con su ficha en fnac.es y acompañado de su importe correspondiente.

El ganador recibirá un vale de 2.011 euros para gastarlos en Fnac.

Podéis participar a través de Facebook o con vuestro blog. Como yo no estoy inscrito en dicha red social, pues lo hago a través del ‘Concurso de lista de deseos Whishlist para Bloggers’. Y tras participar con Amazing Movies, me comentaron que podía realizar otra wishlist a través de mi otro blog, es decir, Diario de una mente perturbada, así que aquí está mi nueva lista de regalos:


Informática

Samsung E65 eBook 6"- 279 €
Wacom Bamboo Special Edition Pen & Touch S Tableta gráfica - 119,90 €
Compaq SG3-250es PC sobremesa – 399 €
Pack: WD TV HD Media Player Reproductor Multimedia + Iomega Prestige Portable Compact Edition 320 GB Disco duro portátil PC - 151,56 €


MP3, telefonía y GPS

Apple iPod Classic 160 GB Black Reproductor de MP3
- 233 €


Imagen y sonido

LG 32LE3300 LED 32" - 449 €
Philips DC-570 Altavoz de pie para iPod- 209 €


Cine



Total: 2008,45 €


La fecha límite para participar es el 31 de diciembre. Quizás sea algo justito si aún no os habéis apuntado, pero por intentarlo que no quede, así que aquí os dejo las bases:

concurso y bases bloguers


Saludos y Felices Fiestas a todos ;)

domingo, diciembre 12, 2010

"Franklyn" (2008) - Gerald McMorrow

critica Franklyn 2008 Gerald McMorrow
Esta es una de esas cintas que a uno le llaman la atención desde que ve sus primeras imágenes por la red. Sin duda, lo que más me sedujo en un primer momento fue esa estética victoriana y oscura de la que hacía gala. Claro que muchas veces no vale sólo con el apartado visual para atraer al espectador, y por eso “Franklyn” contaba además, con una historia bastante interesante.

Jonathan Preest (Ryan Phillippe) es una especie de detective vigilante que oculta su rostro bajo una máscara (recordando un poco al Rorschach de Watchmen). Preest deambula por las calles de Meanwhile City, una ciudad gobernada por El Ministerio, un poder religioso y enigmático que durante siglos ha controlado a los ciudadanos a base de imponerles la religión como modo de vida único. Todos en la ciudad tienen una religión a la que mostrar devoción y fe. Pero Preest se niega a ser una oveja más del rebaño, siendo así el único ateo de Meanwhile City y por ello, siendo perseguido por El Ministerio. La lucha de este vigilante nocturno consiste en intentar evitar que las sectas capten más adeptos, siendo un tipo llamado El Individuo su principal objetivo, después de que este matara a una niña de 11 años como sacrificio a su Dios.

Paralelo a este mundo, se encuentra el Londres contemporáneo. Aquí, el foco de atención son Emilia (Eva Green), una suicida en potencia; Milo (Sam Riley), un joven desamparado tras la anulación de su boda pocos días antes de celebrarse; y David (Bernard Hill), un hombre que busca a su hijo desaparecido.

Pese a toda la parafernalia victoriana, “Franklyn” no deja de ser la típica película de vidas cruzadas al estilo “Crash”, “Babel” o “Cuatro vidas/The Air I Breathe”.

A lo largo de su visionado, uno va siguiendo las vidas de los cuatro personajes, aparentemente sin ninguna relación entre ellos, hasta que, por supuesto, llegue el desenlace y los caminos de los cuatro se encuentren. Y la verdad es que la película podría haber quedado mejor si se hubiera suprimido a dos de esos personajes, Emilia y Milo. Su nexo de unión es demasiado endeble y forzado, en un intento por parte del director/guionista de darle una trascendencia mayor a la historia, pero quedándose más bien a medio camino en todas y cada una de sus intenciones.


Todo lo que acontece en Meanwhile City es de lo más sugerente, y funciona como un poderoso mecanismo para captar nuestra atención. La relación que ese mundo mantiene con el Londres contemporáneo –y que descubriremos una vez avanzado el metraje- está muy bien trazada, y quizás el director tendría que haberse ceñido a esos únicos parámetros para desarrollar toda su historia. Y es que una vez terminada la función, uno se pregunta cuál era el propósito de todo, además de inscribir una subyacente crítica al fanatismo religioso.

Dicho de una forma más clara, las historias de Milo y Emilio acaban siendo un pegote que distrae al espectador, y que encima no resultan mínimamente interesantes, dado que tampoco terminan de estar bien desarrolladas. Eso también se convierte en un lastre para desarrollar convenientemente la historia de Preest y de David. Y es que una vez empezamos a entender qué significado tienen Meanwhile City y Jonathan Preest en la historia, más que responder a nuestras dudas, lo que hace es crearnos un mayor número de incógnitas y preguntas que al final quedan descolgadas y sin respuesta. Demasiadas incoherencias para que todo tenga un sentido; demasiados cabos sueltos que se quedan sin concretar; demasiada parafernalia estética utilizada más como reclamo para nuestros sentidos que para tener validez narrativa sólida dentro de la trama.

Aunque nunca llega a ser tediosa del todo, la verdad es que la película se hace un poco pesada, especialmente por ese juego a cuatro bandas que termina por empalagar al espectador.


El mundo de Meanwhile City es un recurso narrativo muy atractivo pero totalmente desaprovechado. Demasiadas inconsistencias argumentales, frases grandilocuentes y diálogos pomposos que no van a ninguna parte. McMorrow se ha preocupado más por maravillar al espectador con su puesta en escena que por contar algo que nos pueda quedar en el recuerdo.

Puede que la película necesite de un segundo visionado para captar todos los detalles que se nos muestran y que podrían escapársenos en un primer intento, no digo que no, pero a uno se le quitan rápidamente las ganas de hacerlo. Su fascinante estética y su cautivadora banda sonora no son motivo suficiente para perder nuevamente hora y media de mi tiempo; tiempo que podría dedicar a otros menesteres o incluso a una película menos pretenciosa pero más satisfactoria.

Muy bonita y, en cierto modo original, muy trascendental e incluso interesante en sus intenciones, pero falsamente profunda, artificiosa y repleta de cabos sueltos y forzadas coincidencias (esto último, habitual en este tipo de cintas sobre vidas cruzadas)

Puede que “Franklyn” sea una de esas películas a las que algunos les fascina y a otros les deja más bien indiferente. Desgraciadamente, un servidor se encuentra en el segundo grupo (y no por culpa de unas expectativas previas, que conste). Viendo los resultados, lo raro es que pasados casi dos años desde su estreno en el Reino Unido, se hayan molestado ahora en estrenarla en España.


Lo mejor: la estética futurista/victoriana.

Lo peor: el exceso de personajes y cruce de historias para una película que hubiera funciona mejor prescindiendo de estas.


Valoración personal: Regular

viernes, diciembre 03, 2010

“Megamind 3D” (2010) - Tom McGrath

Megamind 3D 2010 Tom McGrath
Tras el bajón taquillero -y también artístico- de “Monstruos contra Alienígenas”, Dreamworks parece haber vuelto a encontrar el camino del éxito, aunque por vías bien distintas.

La más inusual ha sido concibiendo una película con una historia de calidad y unos personajes entrañables como pocas veces se ha visto en la filmografía de la compañía. Obviamente, me estoy refiriendo a ‘Cómo entrenar a tu dragón’, una de las mayores sorpresas del año en el campo de la animación. Hiccup y su dragón han conseguido acortar las distancias que separan a Dreamworks de Pixar, y puede que este año el Oscar en su categoría esté más reñido que nunca (que cada uno elija su favorita; yo ya lo he hecho)

La otra vía ha sido apostar por el caballo ganador, es decir, estrenar otra secuela de su saga más taquillera: Shrek. Pese al evidente agotamiento de la misma y a la generalizada decepción con la tercera entrega, “Shrek, felices para siempre” sigue teniendo tirón entre el público, y lo demuestran sus más de 700 millones de dólares recaudados en todo el mundo (casi 250 más que el dragón, habiendo costado ambas exactamente lo mismo) ¿Estamos seguros que esta cuarta será la última?

Pero el estudio de animación fundado por Spielberg parece no tener suficiente, y a poco por terminar el año, estrena su tercer largometraje: “Megamind”.

“Megamind” es un supervillano cuyo mayor deseo es conquistar Metro City. Desgraciadamente, cada intento por conseguirlo ha desembocado en fracaso por culpa del superhéroe con capa llamado “Metro Man”, el protector de la ciudad.

Pero la mala suerte de Megamind cambia por completo el día que consigue, por fin, deshacerse de su enemigo. El superhéroe muere y el supervillano triunfa. Megamind cumple su ansiado sueño y se adueña de Metro City. Sin embargo, pasado un tiempo se dará cuenta que el tenerlo todo le deja sin objetivos, convirtiendo su vida en una aburrida monotonía.

Él es un supervillano, y como tal, necesita un superhéroe que le de la contra. Por ello, ingenia un nuevo plan: crear un héroe contrincante llamado “Titán”. Para su desgracia, el tiro le sale por la culata, y Titán no quiere ser un superhéroe sino un supervillano, uno que no se conforma con conquistar Metro City, sino que pretende destruirla.

Ahora Megamind deberá resolver el entuerto que él mismo ha creado, y deshacerse no ya de su rival, sino de su directo y más poderoso competidor. Aunque para eso haya que convertirse en el héroe.

La última producción de Dreamworks supone la enésima vuelta de tuerca a las películas de superhéroes (y van…). Pixar ya hizo la suya con “Los Increíbles”, y ellos no podían ser menos (incluso en ambas cintas el inesperado supervillano es… ¡pelirrojo!)

La historia de Megamind se construye teniendo como mayor referente a Superman, el superhéroe por antonomasia. Y esto es algo que queda patente nada más empezar la película.
Tras el conocido recurso de empezar por el final, el propio Megamind, voz en off mediante, nos cuenta sus orígenes y los de su eterno rival, Metroman.

El destino quiso que ambos fueran a parar al mismo planeta, la Tierra, pero la mala fortuna fue la que acompañó a Megamind desde bien pequeñito debido a su poco agraciada apariencia y a sus desafortunados intentos por gustar a los demás. Y mientras uno se convertía en un ídolo de masas, el otro, rechazado por la sociedad, buscó refugio en el mal.

Una de las perversas costumbres de Megamind es secuestrar a la periodista Roxanne Ritchi, la supuesta novia del héroe. Cada intento de tender una trampa a su rival ha resultado fallido… hasta ahora. La muerte de Metroman supone un antes y un después en su carrera por conquistar Metro City. Pero quién iba a decirle al azulado cabezón que su sueño iba a reportarle tanta tristeza…


Los guionistas le dan la vuelta a los habituales clichés de las películas superheroicas, buscando siempre la complicidad con el espectador, más cuando se trata de rememorar al Superman de Donner (atención a uno de los disfraces de Megamind, un guiño por partida doble al personaje al que quiere emular y al otro mítico que interpretó ese mismo y célebre actor)

Y es que la película no está exenta de referencias, y seguramente los fans de los superhéroes encuentren en ella muchas más de la que un servidor es capaz de advertir. A fin de cuentas, y como ya he comentado más arriba, la trama alude constantemente al hombre de acero. No es casualidad que Metroman nos recuerde a él, tanto por su aspecto como por sus poderes; ni que la chica por la cual suspira nuestro protagonista sea, de profesión, periodista/reportera.

Quizás eso le reste algo de originalidad al guión, pero lo cierto es que sus responsables (debutantes en esta tarea) han sabido aprovechar todos estos conocidos referentes (incluso en el apartado musical se permiten un guiño a Iron Man justo cuando Megamind aparece con su robótico traje) y todos esos tópicos del (sub)género para crear una simpática comedia que funciona tanto como parodia como en calidad de homenaje. Aunque por encima de todo, sea lo primero.

Y lo hace teniendo al villano como pilar de la trama. Un villano que, por supuesto, no será tan malo cómo pretende aparentar. En ese aspecto, recuerda a la reciente “Gru, mi villano favorito”. De hecho, los dos quieren hacer el mal, pero la pifian continuamente. Y ambos, desprovistos de superpoderes, utilizan ingeniosos artilugios y sofisticados vehículos (compartiendo también un atractivo diseño retro) para llevar a cabo sus fechorías. Y, por supuesto, tanto uno como otro reciben la ayuda de sus secuaces (genial el Esbirro pez de Megamind; un auténtico robaescenas)


Pero bajo esos guiños, esos divertidos gags (unos más que otros), y esos espectaculares enfrentamientos con Metro City como ring, subyace también una historia de amor con el cuento de “El patito feo” –en este caso, el patito malo- como telón de fondo.

Así es como aprovechan para hablarnos de los prejuicios, de la voluntad y el esfuerzo por querer cambiar tu destino, de la responsabilidad que conllevan las decisiones que tomamos, etc.

Y todo esto amenizado con una excelente animación, un 3D bastante bien aprovechado (la temática se prestaba a ello) y un buen puñado de canciones (temazos de AC/DC, The Clash, Minnie Riperton, Michael Jackson…) fácilmente reconocibles y que, inevitablemente, dejan en un segundo lugar la banda sonora compuesta por Hans Zimmer (que ya hizo lo propio con las dos entregas de Madagascar) y Lorne Balfe (curtido éste en la compañía del propio Zimmer)

“Megamind” es una ocurrente y muy entretenida parodia de las películas de superhéroes. Y muy probablemente serán los fans de éstas quienes más la disfruten.

No está al nivel de ‘Cómo entrenar a tu dragón’ (le falta el puntito dramático y entrañable de aquella), pero tampoco supone un bajón considerable en la calidad que Dreamworks viene ofreciendo últimamente. Y puede que sea la única película de superhéroes en la que los bailecitos de los protagonistas no provocan vergüenza ajena (siguen siendo igual de prescindibles, pero en una comedia –y de dibujos- se toleran)


Lo mejor: los guiños; la vuelta que le dá a los clichés de las películas de superhéores (cortadas casi todas por el mismo patrón, dicho sea de paso)

Lo peor: Después de la notable ‘Cómo entrenar a tu dragón’, puede que se la infravalore.


Valoración personal: Correcta

viernes, noviembre 12, 2010

"Imparable" (2010) - Tony Scott

critica Imparable 2010 Tony Scott
Las películas con vehículos fuera de control casi podrían considerarse todo un subgénero. Centrándonos en las que tendrían a un tren como “protagonista”, y excluyendo así cintas catastróficas como “Aeropuerto” o “La aventura del Poseidón”, tendríamos que destacar la setentera “El puente de Cassandra“, film que reunió a algunas viejas glorias del cine clásico como Burt Lancaster, Ava Gardner , Richard Harris o Sophia Loren, para embarcarlos (salvo Lancaster) en un tren infectado por un virus mortal, y debiendo su título al lugar al que éste debía dirigirse con tal de evitar un desastre mayor.

La moda catastrofista setentera no sólo afectó a Hollywood sino que, un año antes incluso de que se estrenara ésta, en Japón ya rodaron “Pánico en el Tokio Express (The Bullet Train)”, película en la que unos terroristas colocaban una bomba en un tren de alta velocidad que realizaba su trayecto entre Tokio y Hakata. El quit de la cuestión residía en que si el tren bajaba de los 80 km/hora, la bomba estallaba. ¿Y de qué nos suena esto? Así es, en los 90 “Speed” trasladó similar argumento a un autobús urbano de Los Ángeles, convirtiéndose de unas de las mejores películas de acción de todos los tiempos y también en una de las más imitadas. Hubo un pésimo telefilme – Runaway Car- protagonizado por Judge Reinhold (Superdetective en Hollywood), en el que era un coche el que estaba fuera de control; e incluso el propio Jan de Bont quiso repetir la jugada con la cochambrosa “Speed 2”, en la que toda la acción transcurría a bordo de un lujoso transatlántico (de nuevo con Bullock pero sin Reeves y sin el más mínimo interés)

Pero para trenes fuera de control, tendríamos que volver al pasado y recordar la ochentera “El tren del infierno”, con dos presos, Jon Voight y Eric Roberts, fugándose de la cárcel en un tren a cuyo maquinista le daba un infarto (lo bueno es que tenían a Rebecca De Mornay haciéndoles compañía)

Si dentro del tren introducimos el elemento “terrorista”, la película deviene siempre en una especie de “Jungla de Cristal” en movimiento, como así pudimos comprobar con “Alerta Máxima 2”, cuya primera entrega ya era un pseudo plagio de la de McClane, sólo que en un barco.

Pero Steven Seagal no sería el único héroe de acción sobre raíles, ya que en 2002 Van Damme haría lo propio en “Sin Control”, otro de sus infames subproductos de videoclub. Y antes que estos dos, un Pierce Brosnan pre-Bond haría lo mismo en el telefilme “El tren de la muerte”. Y es que la televisión es la que ha sacado más provecho de la fórmula del tren peligroso, ya sea de nuevo con un virus mortal (“Lasko. El tren de la muerte”, con Arnold Vosloo) o con una carga nuclear (“Atomic Train”, con Rob Lowe)

Ahora es Tony Scott el que amplía la lista con “Imparable”.

Un tren cargado de material altamente tóxico e inflamable avanza descontroladamente llevándose todo lo que se le pone por delante. Un veterano mecánico ferroviario (Denzel Washington) y un joven conductor (Chris Pine), urdirán un ingenioso plan para intentar pararlo antes de que descarrile en un área densamente poblada y provoque un desastre nacional.

Scott abandona el metro de Nueva York y, tras “Asalto al tren Pelham 123”, se sube a un tren de Pensilvania para entregarnos una frenética película de acción inspirada en un hecho real. Obviamente, el cine se toma sus licencias a la hora de trasladar sucesos reales a la gran pantalla, por lo que siempre es preferible que usen el término “inspirada” antes que el ”basada”, aunque a veces las diferencias sean mínimas.

Los protagonistas de la hazaña son Frank Barnes (Washington) y Will Colson (Pine).

Barnes es un veterano ingeniero de ferrocarriles con 28 años de experiencia a sus espaldas. Vive centrado en su trabajo, lo que hace que a veces descuide un poco su relación con Maya y Nicole, sus dos hijas de 18 y 19 años (un par de jamelgas que animan la vista al espectador)

Un buen día, le asignan un nuevo compañero, el novato conductor Will Colson. Colson llega a la empresa “por enchufe” tras una mala racha profesional y personal, y como consecuencia de la nueva política que lleva a cabo la empresa: despedir a los ferroviarios más veteranos para reemplazarlos por jóvenes recién formados (y más baratos, por supuesto)

En estas circunstancias, Will empieza su primer día de trabajo con Frank a bordo de una vieja locomotora, la 1206. Sus personalidades chocan debido a la diferencia de edad y de experiencia que les separa, amén también de su actitud y la distinta forma con la que ambos afrontan las adversidades de la vida.

Sin embargo, deberán dejar sus diferencias y sus problemas personales a un lado cuando descubran que un tren descontrolado circula por su misma vía.


Amén de la pareja protagonista, que son los que soportan la mayor parte del peso de la película, la historia cuenta también con otros personajes que se suman a la difícil situación con tal de hallar una rápida y satisfactoria solución. En ese sentido, tenemos a Connie Hooper, la controladora de trenes -interpretada por Rosario Dawson- que está en contacto directo con Frank y Will al otro lado de la radio. Ella es la voz de la razón, una mujer fuerte e inteligente que sabe manejar la situación con sentido común y sin perder los nervios.

Cuenta, además, con el apoyo del ayudante de estación, Ned (Lew Temple), y con Werner, un inspector de seguridad enviado para una visita turística de unos escolares y cuyos conocimientos resultarán de mucha utilidad para resolver el entuerto. Desgraciadamente, por encima de todos ellos está el jefe de Connie, Galvin (Kevin Dunn), un cretino cuyo único interés reside en evitar la catástrofe minimizando al máximo las pérdidas económicas que el suceso pueda ocasionarle a la empresa.

Todos ellos son parte de la trama. Una trama sencilla pero efectiva que Scott maneja con habilidad para que aguante casi dos horas de metraje sin que se haga pesada o reiterativa.

Aunque el motor de la historia sea la acción en sí misma, Mark Bomback, guionista de La jungla 4.0 y La montaña embrujada, encuentra lugar en el guión para definir bien a sus personajes principales, de modo que resulten verosímiles y, de algún modo, el espectador pueda empatizar con ellos. Aunque se trate sólo de unas pinceladas, éstas son suficientes para que la vertiente dramática funcione y le dé un plus a una trama que busca, ante todo, la tensión y la emoción a través del espectáculo. Un espectáculo que el director nos sirve con el mayor grado de realismo posible.

Y es que Scott, como artesano de la vieja escuela que es, rueda las secuencias de acción prescindiendo prácticamente de efectos digitales. Esto es beneficioso precisamente para conferir credibilidad a todo lo que transcurre ante nuestros ojos, y potenciando la implicación y disfrute del espectador, que contempla cómo los especialistas e incluso los propios actores (Washington subiéndose al techo del tren en el tramo final) se juegan el cuello en el rodaje de dichas escenas. Es como tener una película de los 90 hecha ahora, y dónde sólo se recurre al ordenador si realmente es necesario (cosa que me parece genial)


Pero no sólo en ese sentido hablamos de un tono más o menos realista, sino que Bomback y Scott intentan que las situaciones más peligrosas no parezcan una insultante fantasmada, y aunque haya lugar para los momentos heroicos tan característicos de este tipo de producciones, por lo menos uno no siente que le están tomando el pelo (no como en el fantoche y patriotero desenlace de su “Asalto al tren Pelham 123”)

Quizás sea debido a que tampoco tenemos a un grupo de terroristas secuestrando al tren sino que el accidente es producto de la negligencia -e inutilidad- de un par de despreocupados ferroviarios, por lo que las heroicidades deben ir en consonancia. Por el contrario, esto implica también que el clímax final quizás no sea lo intenso y espectacular que uno desearía.

En cuanto al reparto, tan sólo se puede apuntar que todos cumplen sobradamente con lo que se les pide. Washington se encuentra a gusto en este tipo de papeles, y más dirigiendo Scott, con el que coincide por quinta vez y con quién nos dejó en un par de peliculones como “Marea roja” y “El fuego de la venganza”. Pine nos sorprendió a todos con su carismática interpretación en “Star Trek”, y aunque aquí no puede desplegar todo su potencial, queda claro es que más que una cara bonita (si elige bien, tiene carrera por delante) Y Dawson se desenvuelve con soltura en un papel menor que, gracias a Dios, no es el típico de mujer florero.

Respecto a Dunn, resulta curioso su papel de “malo de la función”. Quizás sea una “venganza personal” de Scott por participar en Hot Shots, la mítica y divertida parodia de su exitosa Top Gun (y de la cual está preparando ya la tardía secuela)

Mención especial también a Lew Temple como el cowboy a galope de su 4x4 que aparece justo cuando más se le necesita.

“Imparable” es una trepidante película de acción ideal para devorar palomitas. Ni es un peliculón ni reinventa nada, pero Scott sabe cómo entreternos con los mecanismos y recursos de toda la vida. Por tanto, entretenimiento garantizado para una digna heredera de Speed.


Lo mejor:
la verosimilitud que le otorga la casi ausencia de efectos digitales.

Lo peor: algunos detalles visuales -los molestos ralentís- típicos del estilo videoclipero de Scott.


Valoración personal: Correcta